Divorcio

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Año 2016

Claudia cerró la puerta de su oficina y se recargó sobre ella, exhalando profundamente. El eco del silencio llenaba el espacio, un contraste marcado frente a la tormenta que llevaba dentro. Habían pasado ya tres meses desde que firmó el divorcio, pero el dolor seguía fresco, como una herida que no terminaba de sanar. No era solo el fin de un matrimonio de casi 25 años lo que la desgarraba, sino la traición, lo inimaginable. La infidelidad no era lo único que había roto su confianza, había descubierto secretos que jamás imaginó. Pero ahora tenía que aparentar que todo estaba bien.

Como delegada de Tlalpan, Claudia sabía que no podía permitirse el lujo de colapsar. A diario atendía problemas, gestionaba crisis, y escuchaba las necesidades de una comunidad que la veía como un pilar de fuerza y liderazgo. Pero detrás de esa imagen firme y decidida, su corazón cargaba con un peso que la abrumaba.

—Delegada, la esperan en la sala de juntas —anunció su asistente al otro lado de la puerta.

Claudia se enderezó, sacudiendo suavemente sus hombros, y se miró en el espejo de su oficina. Sus ojos, que alguna vez brillaron con esperanza, ahora eran dos pozos oscuros que reflejaban la tormenta interna. Nadie lo notaría, o al menos eso esperaba. La disciplina y el autocontrol que había aprendido a lo largo de los años eran lo único que la mantenían en pie. Respiró hondo, ajustó su traje y salió de la oficina con la cabeza en alto.

El corredor estaba lleno de empleados que la saludaban respetuosamente al pasar. Claudia asentía brevemente, respondiendo con un leve gesto de aprobación, pero su mente estaba en otro lugar, atrapada en los recuerdos de lo que había sido su vida. Al llegar a la sala de juntas, todas las miradas se posaron en ella. Sabía que algunos la admiraban, otros la envidiaban, pero ninguno de ellos conocía realmente el dolor que llevaba a cuestas. Era mejor así. La vulnerabilidad, pensaba, no tenía cabida en el mundo en el que vivía.

—Delegada, necesitamos su aprobación para el proyecto del nuevo centro comunitario —dijo uno de sus consejeros, rompiendo el silencio.

Claudia se sentó al frente de la mesa, deslizando los papeles hacia ella sin mirar demasiado. Era buena en esto, en ocultar sus emociones bajo una capa de profesionalismo, pero esta vez, las palabras parecían no tener sentido. Sentía que el eco de la voz de su exmarido aún resonaba en su mente: *“No es lo que parece, Claudia. Todo esto fue un error…”* Pero no había sido un error. No para ella. No después de 25 años de dedicación, amor y sacrificio.

—Lo revisaré más tarde, necesito pensar en algunos ajustes —dijo, cortando de golpe la discusión.

El resto de la reunión transcurrió en una especie de neblina. Al terminar, Claudia regresó a su oficina, donde el sol empezaba a ocultarse tras los edificios de la ciudad. Las sombras alargadas se proyectaban sobre las paredes, creando formas que parecían moverse con su propio ritmo. Abrió la ventana para dejar entrar el aire fresco de la tarde.

Miró hacia la distancia, hacia las calles que alguna vez caminó con él, en otro tiempo, en otra vida. Ahora, esas mismas calles le parecían extrañas, distantes. Se preguntó, por un breve momento, si algún día podría volver a sentirse entera, si alguna vez sanaría de todo lo que había perdido.

Pero no tenía tiempo para lamentarse. No ahora. Había una comunidad que dependía de ella, y eso le daba una razón para levantarse cada día, aunque por dentro sintiera que todo se derrumbaba. Apretó los labios, cerró los ojos un momento, y se prometió que seguiría adelante. Aunque sus ojos reflejaran tristeza, su fuerza no la abandonaría.

La vida había dado un giro implacable, pero ella también sabía cómo dar vuelta a la página, una y otra vez, hasta que las heridas se hicieran cicatrices. Y aunque la noche comenzaba a envolver la ciudad, Claudia sabía que aún le quedaba mucho por hacer.

Los días se convirtieron en una rutina constante para Claudia: despertarse, vestirse con cuidado, asistir a reuniones y atender llamadas. Sin embargo, a medida que las semanas pasaban, una chispa de esperanza comenzó a florecer en su interior. Tal vez no todo era malo. Quizás había una oportunidad para redescubrirse.

Claudia empezó a invertir tiempo en sí misma. Se arreglaba más cada mañana, eligiendo con esmero su ropa, haciendo que los colores y estilos que alguna vez había disfrutado volvieran a su vida. Comenzó a hacer ejercicio, a cocinar para ella misma y a leer esos libros que había dejado de lado durante años. Cada pequeño gesto se sentía como un acto de resistencia, una declaración silenciosa de que podía volver a ser quien había sido.

Una tarde, después de una larga jornada de trabajo, se detuvo frente a un nuevo salón de belleza que había abierto cerca de su oficina. Se sintió atraída por la decoración moderna y el aire de frescura que emanaba del lugar. Sin pensarlo, decidió entrar.

Mientras se sentaba en la silla, la estilista le preguntó qué quería hacer. Claudia, aún insegura, sonrió y se dejó llevar.

—Solo un cambio, algo que me haga sentir viva —respondió con determinación.

La estilista comenzó a trabajar en su cabello, cortando y dando forma con destreza. Claudia se miraba en el espejo, observando cómo sus reflejos cambiaban poco a poco. En ese instante, se sintió un poco más como la mujer que alguna vez fue, una mujer fuerte y decidida, que había olvidado lo que era cuidar de sí misma.

Al salir del salón, con su nuevo corte de cabello ondeando al viento, Claudia sintió una ligereza en su corazón. Por primera vez en mucho tiempo, sonrió genuinamente. Caminó con la cabeza en alto, disfrutando del aire fresco y del murmullo de la ciudad que la rodeaba.

Con cada día que pasaba, la idea de que la vida podía ofrecerle algo nuevo y emocionante comenzaba a tomar forma. Se prometió que seguiría adelante, no solo por su comunidad, sino también por ella misma. Y aunque el camino seguiría siendo difícil, estaba decidida a redescubrir su fuerza, un paso a la vez.






Una historia con muchas emociones pero hermosa, espero les guste.

Te amo en silencio: Un comienzo y Un Final para Claudia y Jesús Donde viven las historias. Descúbrelo ahora