Un dia a la vez

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Claudia miraba distraída su plato de ensalada, removiendo los trozos de lechuga sin mucho interés. El almuerzo de ese día, que en otras circunstancias habría sido una reunión familiar llena de risas y conversaciones triviales, ahora se sentía como un campo de emociones contenidas. Frente a ella, sus hijos, Rodrigo y Mariana, la observaban con esa mezcla de preocupación y determinación que solo los que realmente se aman pueden tener.

Rodrigo, el mayor, cortaba su carne con precisión, pero no tocaba la comida. Su mirada iba y venía entre el rostro de su madre y el de su hermana, como buscando un momento para hablar. Mariana, más impulsiva, ya había intentado varias veces arrancar una conversación normal, pero todo parecía teñido de la tristeza que Claudia intentaba disimular.

—Mamá... —comenzó Mariana con voz suave, rompiendo finalmente el silencio—. Vamos a estar bien. Todos juntos. No tienes que cargar con todo tú sola.

Claudia alzó la vista, encontrándose con los ojos sinceros de su hija. Había pasado las últimas semanas tratando de mantenerse fuerte, de no mostrar lo rota que se sentía tras el divorcio. Había intentado poner una sonrisa, seguir adelante por ellos, por los hijos que habían sido su razón de seguir peleando incluso cuando las cosas con su exmarido se volvieron insostenibles.

—Eso es, mamá —añadió Rodrigo, apoyando su mano sobre la mesa, buscando la de su madre—. No importa lo que pase, nosotros te escogemos a ti. Siempre. No estás sola en esto.

Las palabras de su hijo resonaron en el corazón de Claudia. No era fácil para ella aceptar apoyo. Había pasado años construyendo su vida en torno a una relación que ahora no existía, y por momentos sentía que había fracasado, no solo como esposa, sino también como madre. Pero ahí estaban ellos, sus hijos, recordándole que el amor que había construido con ellos era más fuerte que cualquier separación.

Claudia sintió un nudo en la garganta, pero esta vez no era solo de tristeza, sino también de gratitud. Llevaba semanas lidiando con el dolor, con la incertidumbre de lo que vendría después. Pero ahora, mirando a Rodrigo y Mariana, sintió que algo en su interior comenzaba a sanar.

—Gracias, mis amores —dijo en un susurro, tomando la mano de Rodrigo y extendiendo la otra hacia Mariana—. No sé qué haría sin ustedes.

Mariana sonrió y, como si fuera una señal, tomó la mano de su madre y luego la de su hermano, creando un pequeño círculo de apoyo que se sentía como un refugio en medio de la tormenta. Los tres, sentados alrededor de esa mesa, sabían que lo peor aún no había pasado, que habría días difíciles por delante. Pero también sabían que juntos, podrían superar cualquier cosa.

Después del almuerzo, los tres permanecieron sentados un momento más, compartiendo silencios que no necesitaban llenarse de palabras. Para Claudia, este era un instante raro de paz en medio del caos emocional que había vivido. Cuando Rodrigo y Mariana sugirieron salir a caminar, ella aceptó, sintiendo que quizás un poco de aire fresco la ayudaría a despejarse.

Se abrigaron y salieron juntos por el parque cercano, un lugar que solían visitar en familia cuando los niños eran pequeños. El otoño ya empezaba a pintar las hojas de los árboles en tonos naranjas y amarillos, y aunque el aire era fresco, el sol aún brindaba algo de calidez. Claudia caminaba en el medio, con un hijo a cada lado, y a pesar de la tristeza que aún pesaba en su pecho, se permitió un momento para disfrutar de la compañía de Rodrigo y Mariana.

—¿Te acuerdas cuando nos traías aquí de pequeños? —dijo Mariana, mientras pateaba una hoja seca que crujía bajo sus pies—. Rodrigo siempre trataba de treparse a ese árbol —señaló un viejo roble a lo lejos— y tú te ponías nerviosa.

Claudia esbozó una pequeña sonrisa, recordando esas épocas en las que los problemas parecían tan pequeños comparados con lo que enfrentaba ahora. Pero esos recuerdos, en lugar de hundirla, le dieron fuerzas. Tal vez, pensó, si había sido capaz de criar a dos hijos tan fuertes, también sería capaz de reconstruir su vida, paso a paso.

—Sí, siempre me hacían correr detrás de ustedes —respondió, entre risas—. Pero me encantaba verlos tan felices.

Rodrigo la miró, y en su silencio Claudia supo que él también estaba buscando un equilibrio entre lo que era y lo que ahora es. Su hijo mayor había sido siempre el más reservado, pero desde que el divorcio se hizo oficial, había asumido el papel de protector. No decía mucho, pero sus gestos y presencia constante eran su manera de estar ahí para ella.

—Este es nuestro espacio ahora, mamá —dijo Rodrigo finalmente—. No tenemos que olvidar los buenos recuerdos, pero también podemos hacer nuevos. Podemos empezar de nuevo, juntos.

Las palabras de su hijo resonaron en Claudia. No se trataba de borrar el pasado, ni de pretender que todo estaba bien de un día para otro. Se trataba de aprender a vivir con lo que había sucedido y seguir adelante con lo que realmente importaba: ellos tres.

—Me encanta esa idea —respondió ella—. Empecemos hoy.

Al caer la tarde, decidieron regresar a casa. Había algo reconfortante en volver juntos, aunque el silencio volvía de vez en cuando, como una sombra inevitable. Pero no era el mismo tipo de silencio abrumador del inicio del día. Ahora era un silencio que los conectaba de alguna manera, uno que les permitía entenderse sin tener que decirlo todo en voz alta.

Ya en casa, Mariana sugirió que vieran una película juntos, una tradición que tenían desde hacía años. Escogieron una comedia ligera, algo que los hiciera reír y les permitiera olvidar, aunque fuera por un par de horas, las preocupaciones del mundo exterior. Rodrigo preparó palomitas, y se sentaron en el sofá como solían hacerlo.

A medida que avanzaba la película, Claudia se permitió relajarse, apoyando la cabeza en el hombro de Rodrigo y sintiendo el calor familiar de Mariana a su lado. Esa noche, el peso del divorcio no desapareció del todo, pero la tristeza ya no era tan abrumadora. Había algo nuevo en su corazón: una sensación de que, con el tiempo, las cosas mejorarían. No estaría sola. Sus hijos habían escogido estar a su lado, y juntos, superarían cualquier obstáculo que la vida les presentara.

Aquella noche, cuando finalmente se despidieron para dormir, Claudia sintió que habían dado el primer paso hacia la sanación. Y aunque el camino sería largo, sabía que no tendría que recorrerlo sola.

Te amo en silencio: Un comienzo y Un Final para Claudia y Jesús Donde viven las historias. Descúbrelo ahora