Claudia y Jesús despertaron en la suave luz de la mañana, aún envueltos en la calidez de las emociones que habían compartido la noche anterior. La fiesta de Año Nuevo había sido mágica: las luces brillantes, las risas compartidas y, sobre todo, la confesión de Jesús justo antes de la medianoche, habían dejado una huella imborrable en sus corazones.
Mientras el sol comenzaba a asomarse por la ventana, Claudia se recostó sobre su almohada, sonriendo al recordar el momento en que Jesús había tomado su mano y, con un brillo en los ojos, le había declarado su amor. La noche había transcurrido entre miradas intensas y risas, culminando en un beso que parecía contener el mundo entero.
—¿Sigues pensando en anoche? —preguntó Jesús, interrumpiendo sus pensamientos con su voz profunda y juguetona.
Claudia se giró hacia él, su cabello desordenado caía sobre su frente.
—No puedo evitarlo, fue... increíble —respondió, aún sonriendo.
La conversación fluyó con facilidad, compartiendo anécdotas y sueños para el nuevo año. Sin embargo, Jesús, siempre el provocador, decidió hacerle una pequeña broma.
—¿Sabes qué es lo peor de todo? —dijo mientras se acercaba a ella, una sonrisa traviesa en su rostro.
—¿Qué? —preguntó Claudia, intrigada.
Sin esperar respuesta, Jesús empezó a hacerle cosquillas. Claudia estalló en risas, intentando escapar de su ataque, pero él no se lo permitiría tan fácilmente. Las risas resonaron en la habitación, y aunque al principio ella se reía, pronto empezó a desesperarse.
—¡Jesús, para! —exclamó, entre risas y jadeos.
Pero Jesús solo sonrió más, disfrutando de la diversión. En un movimiento rápido, Claudia se giró, colocándose encima de él. Ahora era ella quien tenía el control.
—¡Toma eso! —dijo, triunfante.
Los dos se abrazaron, sintiendo el calor del otro. Fue un momento fugaz, pero intenso, y sus labios se encontraron en un beso rápido, un roce que prometía más en el futuro.
—¿Quién se levanta primero para hacer el desayuno? —sugirió Jesús, desafiándola con la mirada.
—Yo, por supuesto —respondió Claudia, levantándose rápidamente de encima de él y dirigiéndose hacia la cocina.
Pero Jesús no se quedó atrás. En un instante, se puso de pie, y comenzó una pequeña carrera. Ambos reían mientras corrían por el pasillo, una competencia juguetona que simbolizaba la energía renovada de su relación.
Al final, Jesús llegó primero, pero solo porque Claudia se detuvo un momento para contemplar lo que había sucedido entre ellos. Era el comienzo de un nuevo año, un nuevo capítulo, y todo parecía posible. Mientras él comenzaba a preparar el desayuno, ella se acercó a él y lo abrazó desde atrás, disfrutando de la tranquilidad que llenaba su hogar.
—Esto es solo el principio, ¿verdad? —preguntó Claudia, apoyando su cabeza en el hombro de Jesús.
—Así es —respondió él, con una sonrisa que iluminaba su rostro—. Un año lleno de nuevas aventuras.
Juntos, comenzaron a planear su día, y mientras el aroma del café y el desayuno llenaba la cocina, supieron que ese sería un año especial, lleno de amor, risas y complicidad.
Mientras el aroma del café recién hecho se mezclaba con el sonido del tostador, Claudia y Jesús se sentaron a la mesa, donde un desayuno sencillo pero delicioso los esperaba. Los platos estaban llenos de frutas frescas, tostadas y huevos revueltos, y aunque la atmósfera era ligera y llena de risas, Claudia no podía evitar que una sombra de inquietud se asomara en su mente.
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Te amo en silencio: Un comienzo y Un Final para Claudia y Jesús
RastgeleClaudia se había divorciado recientemente, su vida se había vuelto un sin fin de emociones. Sin embargo algo que jamás imagino estaría a punto de suceder.