Capítulo 1

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Dos ojos rosados le devolvieron la mirada desde su reflejo

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Dos ojos rosados le devolvieron la mirada desde su reflejo.

Sus padres decían que se asemejaban a la rodonita, y que las motas oscuras que adornaban sus iris representaban a los pecados y a las virtudes del Cuervo del Alba. Once manchas irregulares alrededor de las pupilas, no más grandes que la cabeza de un alfiler: cuatro en el derecho, y siete, en el izquierdo.

Decían, también, que sus ojos eran dos joyas preciadas, pero para ella no eran más que una condena. Todo en su vida lo era.

Dashelin Marël no era como el resto del mundo: permanecía oculta por su propio bien desde que nació. Sus veinte años de existencia habían transcurrido con ella encerrada en una cabaña, en medio del Bosque de Warest, lejos de la civilización.

Muchas veces les había suplicado a sus padres visitar algún pueblo, que le permitieran conocer personas, pero ninguno de los dos había cedido: alegaban que si el mundo la viera, si la gente supiera que existía, la matarían.

Y Dashelin tenía motivos para creerles: su cabello ondulado, de un color fucsia imposible de disimular, y sus ojos de un tono rosado pálido profundo, la convertían en una especie de fenómeno. Ningún tinte se adhería a su pelo; ningún velo podría esconder el extraño resplandor que sus iris emitían bajo la luz.

No podría ocultarle a nadie que era el heraldo de una maldición.

Sin embargo...

Dashelin tenía hambre de aventuras, de salir de la cabaña en la que vivía y ver el mundo que había más allá. Habría dado cualquier cosa por poder hacerlo.

―Dash, ¿puedes traer el agua? ―le pidió su padre de golpe.

Dashelin parpadeó, y su reflejo en la laguna artificial la imitó.

Fue su padre quien la creó por accidente, cuando intentó cavar un pozo para conseguir agua subterránea, poco después de que ella naciera. Había sido tanto el flujo que había subido a la superficie que en cuestión de horas no tuvo más remedio que cavar alrededor para darle espacio y contenerlo, y así evitar que inundara las inmediaciones de la cabaña.

Cuando se llenó, el agua dejó de fluir tan rápido, pero jamás se detuvo por completo: prueba de ello era que el nivel no fluctuaba, ni siquiera durante el verano.

Con un suspiro, Dashelin se incorporó, sacando el balde del agua, y se giró hacia su padre.

Se encontraban a pocos metros de la cabaña, dentro del enorme claro en donde vivían. El cielo estaba cubierto de nubes, y sería cuestión de días para que el frío se volviera lo suficientemente intenso como para transformar la lluvia en nieve. Así que su padre había pasado la mañana entera cazando en el Bosque de Warest, tratando de conseguir carne suficiente para pasar el invierno, y ahora trabajaba sobre una mesa de madera cubierta de sangre y restos de huesos.

El ciervo que estaba destripando y despellejando era enorme, pero necesitarían más comida para sobrevivir, por lo que al día siguiente volvería a ir de cacería.

Siete cuervos a la izquierda (Los cuervos de Gemmya, 1) (2 caps c/martes)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora