Capítulo 2

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Dashelin no supo cuánto tiempo pasó en el suelo, contemplando la escena en estado de choque

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Dashelin no supo cuánto tiempo pasó en el suelo, contemplando la escena en estado de choque. Debió ser un rato muy largo pues, para cuando consiguió respirar sin que le doliera el pecho, las lágrimas ya se habían secado en sus mejillas.

A duras penas, se puso de pie y miró hacia la puerta de entrada.

Por un instante, se preguntó si no habría sido ella, si la maldición de la que hablaban en los pueblos sería real y esa era una consecuencia. Pero cuando se miró las manos, no había rastros de sangre en su piel ni en su ropa. Y las huellas que había dejado el asesino en el suelo no se dirigían hacia el final del pasillo, sino que iban desde la habitación de sus padres hasta el exterior.

Lo que también significaba que no estaba adentro, pero ¿y si se había escondido en el bosque? ¿Y si estaba acechándola?

Un terror instintivo subió hasta su garganta.

No podía quedarse en la cabaña. No conocía a nadie y no tenía a dónde ir, pero la cabaña tampoco era más segura que Warest.  

El terror pronto se convirtió en desesperación, y Dashelin deseó que la hubiesen matado a ella también. Parecía una ironía del destino, una broma macabra e injusta que solo ella hubiese sobrevivido.

Apenas unas horas antes, había estado hablando con su madre en la sala de estar. La manta que había estado tejiendo yacía a medio camino de convertirse en una sobre el sillón, y el fuego que la noche anterior había crepitado en la chimenea ahora no era más que ascuas que comenzaban a apagarse.

La casa todavía olía a la cena de sopa de vegetales y venado que su madre había preparado, y en la habitación de piedras que había al costado del claro, la última tanda de carne que habían estado cortando seguía deshidratándose poco a poco.

Era una extraña mezcla entre un mundo detenido en el tiempo y uno que continuaba moviéndose.

Dashelin miró en derredor, intentando dejar de sentir.

De un instante al otro, sintió que flotaba, que su mundo se desmoronaba y que su alma se retraía a un lugar oscuro, uno en el que apenas podía escuchar o sentir, o siquiera pensar. Se fue lejos de allí, al pasado, a un lugar muy diferente.

Pasó el día deambulando como un fantasma atrapado por la casa, sin atreverse a tocar nada. Ni siquiera fue consciente del hambre que tenía, ni del frío que amenazaba con congelarla más pronto que tarde.

Las ascuas del hogar ya se habían extinguido para el momento en que el sol se ocultaba en el horizonte, y el viento en el exterior había comenzado a soplar, salvaje y amenazante.

Solo entonces, Dashelin cerró la puerta y colocó la misma tranca que su padre había puesto el día anterior.

Y algo la trajo de regreso a la realidad: ¡la ventana!

Aquella que habían tenido que reparar el año anterior, después de que el cristal se rompiera.

Una vez más, estaba roto en el suelo, y las contraventanas, desencajadas de los goznes. Por allí había entrado el asesino, pero ¿cómo lo había conseguido sin que sus padres despertaran? Tal vez el rugido del viento había amortiguado los sonidos, o lo había hecho con suficiente cuidado como para no alertar a nadie.

Siete cuervos a la izquierda (Los cuervos de Gemmya, 1) (2 caps c/martes)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora