Capítulo 3

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Crowan se asomó por el balcón de su castillo, construido sobre la ladera de la montaña más alta de los bordes de la Cordillera Moteada, junto al nacimiento del río Cromak

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Crowan se asomó por el balcón de su castillo, construido sobre la ladera de la montaña más alta de los bordes de la Cordillera Moteada, junto al nacimiento del río Cromak. El Bosque de Warest se veía imponente desde allí, con sus pinos de un verde oscuro cubiertos de nieve, y la corriente de agua que brillaba bajo el sol invernal.

Era el primer día soleado en semanas, pero Crowan no estaba de humor.

La sola idea de desplegar sus alas y emprender el vuelo para seguir buscando a su amor destinado lo deprimía.

Hacía tres años que trataba de encontrarla; veinte desde que sabía que había vuelto a existir. Había sido paciente hasta entonces porque Dashelin era una niña, y la sola idea le producía escalofríos. Conocerla por entonces no habría sido una buena idea. Pero ahora que ya era una adulta, no podía seguir esperando para encontrarla.

Sin embargo, por mucho que Crowan recorriera Corvia a diario, en busca de aquella mujer de cabello y ojos rosados que estaba destinada a amarlo ―de la misma manera que él estaba destinado a amarla a ella―, jamás había encontrado ningún indicio de que estuviese cerca. Aun si sentía que estaba allí, en alguna parte.

Crowan no tenía idea de dónde se encontraba Dashelin, y eso lo desconcertaba.

―¿Sin novedades todavía? ―le preguntó Orus, uno de sus siete pecados.

Lo escuchó aproximándose, con pasos suaves pero lo suficientemente notorios como para no sobresaltarlo.

Crowan casi sonrió ante eso: jamás perdía el control con ellos, pero todos en el castillo sabían que su humor no era el mejor en los últimos meses. Y aunque trataban de disimular que estaban preocupados por él, tampoco podían ocultar que le temían, justo como el mundo entero lo hacía desde que pasó a ser el Cuervo del Alba.

Se suponía que la maldición terminaría cuando Dashelin renaciera; que cuando su amor destinado volviera a existir, sería una señal de que los Nuevos Dioses lo habían perdonado y podía volver a ser una persona normal.

O tan normal como podía serlo, cuando no era un humano como los demás.

Sacudió la cabeza y, con los antebrazos apoyados en la balaustrada, tensó la mandíbula y continuó mirando hacia el horizonte.

―No hay una sola señal de Dashelin ―le dijo―. Todos la hemos buscado por todo el reino durante años, pero pareciera que ella no está aquí.

―Sin embargo, la sientes cerca ―recordó Orus, con cierta esperanza.

Una que Crowan había empezado a perder hacía tiempo.

Él era el Cuervo del Alba, y nada se le escapaba. Sus presentimientos jamás habían estado equivocados, jamás había cometido un error con lo que sentía y veía. Era parte de su esencia, de ser el heraldo del futuro. ¿Por qué no podía encontrar a su amor destinado, a pesar de sentir que estaba allí?

Siete cuervos a la izquierda (Los cuervos de Gemmya, 1) (2 caps c/martes)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora