Prefacio

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La médium lo llamó al cuarto día, y al quinto, el Cuervo se posó en su ventana

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La médium lo llamó al cuarto día, y al quinto, el Cuervo se posó en su ventana.

Había siete más a su izquierda, y otros cuatro, a su derecha: siete por cada pecado y cuatro por cada virtud. Así rezaba la vieja leyenda.

Pero el recién llegado no era un pecado ni una virtud, sino el heraldo de los porvenires, de un futuro al que solo sus ojos de obsidiana accedían desde el presente.

―Dime qué ves y te daré el mensaje que tus muertos envían, Cuervo ―le dijo la mujer, y las llamas de las cinco velas rojas que había sobre la mesa parpadearon. El ave inclinó la cabeza hacia un lado, y la médium inspiró profundo―. Reyes y emperadores han caído en desgracia por no escuchar la palabra de los que ya partieron. ¿Acaso repetirás sus errores, Cuervo del Alba?

La criatura movió la cabeza hacia el otro lado, evaluándola, y la médium volvió a intentarlo.

―¡Dime qué ves y te daré oro y diamantes! ¡Dime qué ves y te llevaré al reino de los muertos, aun si la vida te ha convertido en su prisionero! ―insistió―. Dime, ave de mal augurio, ¿qué secretos escondes en la oscuridad de tus ojos?

El cuervo se enderezó y ella sonrió: ofrendas semejantes garantizaban cualquier deseo.

Sin embargo, él tenía orgullo, y la insolencia de la mortal encendió su ira.

Los siete pecados a su izquierda emprendieron el vuelo, y con un graznido de advertencia, el Cuervo siguió observando a la médium. Entonces, ella alzó las manos por encima la mesa, mostrándole la pila de oro que sostenía a la luz de las velas, y los siete pecados se le echaron encima.

El Cuervo contempló impertérrito cómo sus aves la enviaban atrás, tumbando su silla, y en medio de gritos y una lluvia de oro, la cegaban para siempre.

Luego se sacudió y se volvió más y más grande, mientras cambiaba y se convertía en un hombre, oculto por una capa oscura con capucha.

―Cría cuervos y te arrancarán los ojos, advierten los mortales ―dijo, con voz gélida, profunda y aterciopelada―. Desafía a uno y yace maldita por la eternidad.

La médium gritó desesperada, y los siete pecados se apartaron de sus cuencas vacías y sangrientas.

El Cuervo se aproximó hasta ella y se acuclilló a su lado, sonriendo cruelmente.

―¿Quieres ver lo que los porvenires deparan para ti, mujer insensata? ―preguntó―. Lo harás, mas el precio que pagarás será la piedra que arrastres por el resto de tus días.

Puso una mano sobre su frente ensangrentada, y la mujer gritó de nuevo cuando el Cuervo le mostró lo que le deparaba el futuro.

Cientos de imágenes se proyectaron en su mente, presagios de un futuro incierto y variable que hicieron estremecer a su insensibilizado corazón. Cuando la apartó de ella y se incorporó, la mujer se quedó tendida en el suelo por varios minutos, en completo silencio.

Viviría, pero el peso de conocer el futuro la sepultaría.

El hombre sonrió y, mutando en un cuervo de nuevo, salió volando por la ventana, seguido por sus siete pecados y sus cuatro virtudes, hacia las montañas blancas y los pinos nevados que rodeaban aquel pequeño pueblo, lejos de la codicia humana. Y allí permaneció por años, oculto en su tenebroso castillo, hasta que una estrella fugaz surcó el horizonte y ella apareció en el ojo de su mente: las gemas de rodonita volvían a ver el mundo.

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Siete cuervos a la izquierda (Los cuervos de Gemmya, 1) (2 caps c/martes)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora