Capítulo 5

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A medida que pasaban los días, Dashelin consideraba más y más la idea de disfrazarse con una capa y visitar uno de los pueblos, con el anhelo de volver a dormir en una cama caliente y bajo un techo que no fuera el de una cueva

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A medida que pasaban los días, Dashelin consideraba más y más la idea de disfrazarse con una capa y visitar uno de los pueblos, con el anhelo de volver a dormir en una cama caliente y bajo un techo que no fuera el de una cueva.

Pero no tenía ni la más remota idea de dónde quedaba Talomor, o Dabrus, o Robik o Crowka, los cuatro pueblos de los que sus padres le habían hablado a lo largo de los años.

Imaginó que, si seguía el río a contracorriente, hacia donde nacía en las montañas, quizás encontrara algún asentamiento. Sin embargo, nunca le habían dejado ver un mapa de Corvia, y no sabía para dónde ir exactamente, ni cuántos brazos tenía el río. Si se arriesgara a emprender un viaje semejante, lo más probable era que terminara perdida.

Pero tampoco podía quedarse en el mismo lugar por siempre, y a medida que pasaban los días, más evidente era que tendría que irse de allí.

La mayor parte de los animales con los que se había topado eran ciervos, venados y liebres, incluso aves y peces. Pero en los últimos días había visto huellas de osos y lobos, y sería cuestión de tiempo para que se cruzaran en su camino.

No podía quedarse en Warest.

Y tampoco podía arriesgarse a que la gente de los pueblos la reconociera.

Pasaba las noches durmiendo de a ratos y despertándose con cada pequeño sonido del bosque, y durante el día, estaba tan alerta como la falta de sueño se lo permitía. No podría soportar demasiado tiempo más viviendo de esa manera.

Con todo, el bosque se estaba volviendo más familiar para ella conforme pasaba el tiempo. Ya no se perdía, y aunque se mantenía en las cercanías de la cueva, los alrededores ya no le resultaban confusos.

Pero el invierno también se estaba volviendo más crudo, y por las noches, el frío era tan intenso que todos sus huesos y articulaciones dolían.

Si no la mataban los animales, la mataría el clima.

Tenía que tomar una decisión pronto.

Intentó recordar cómo hablaban sus padres sobre los pueblos, y se dio cuenta de que cuando llegara a uno no tendría idea de qué hacer. Le habían hablado de cómo intercambiar el dinero por cosas que necesitara, pero Dashelin no llevaba monedas encima: sus padres siempre habían procurado mantenerlas lejos de ella, como si temieran que se las arrebatara y huyera con ellas.

Desanimada, cada mañana se levantaba y salía de la cueva, procurando no llamar la atención de ningún animal, y se dirigía al río para juntar agua en un pequeño cazo de barro que había fabricado con sus propias manos, y luego, calentarlo en una fogata para algún té de hierbas. Después, regresaba y trataba de pescar algo para comer, y de descansar otro rato para poder pasar la noche.

Los días se estaban volviendo tan monótonos y tensos a la vez que Dashelin solo quería llorar.

No sabía qué hacer, ni a dónde ir, y eso la asfixiaba.

Siete cuervos a la izquierda (Los cuervos de Gemmya, 1) (2 caps c/martes)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora