Capítulo 13

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Hacía mucho tiempo que Crowan había dejado de tener miedo

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Hacía mucho tiempo que Crowan había dejado de tener miedo. Desde la muerte de Dashelin, nada podía asustarlo, pues apenas podía sentir.

La mayor parte de las emociones que había tenido en los últimos cinco siglos habían estado basadas en el odio y la sed de venganza hacia Akros. Había pasado cada día conjurando en su mente imágenes de todas las formas en las que le gustaría poder matarlo y destruirlo de una vez por todas.

Había olvidado cómo se sentía la felicidad, cómo se sentía reír de verdad.

Pero ahora que Dashelin estaba de nuevo a su lado, la alegría había dado paso al miedo; a un temor profundo a que volviera a ocurrirle algo, a que se la arrebataran otra vez, quizá para siempre. Crowan apenas podía dormir pensando en que a Dashelin podría pasarle algo, aun si no había ninguna amenaza que lo justificara.

Sentía que estaba enloqueciendo.

Los recuerdos de su muerte cruzaban por su mente cientos de veces a lo largo del día: su mirada repleta de pánico mientras Akros la sujetaba por detrás y rebanaba su cuello con una espada, la desesperación cuando la soltó y él se lanzó hacia ella para tratar de detener la hemorragia, solo para que la vida abandonara sus ojos apenas unos segundos después.

Los Antiguos Dioses le habían prometido que eran inmortales, que nada podría destruirlos, pero era una mentira: ese día, Akros había asesinado a Dashelin, y a él eso le había arrebatado el alma. Todo rastro de bondad había desaparecido de Crowan en el preciso instante en que los ojos de Dashelin dejaron de brillar.

No había sido sino hasta hacía unos días, cuando la encontró en el bosque, que volvió a sentir esperanzas y que una parte de él empezaba a revivir.

Pero Crowan no conseguía borrar esos recuerdos.

Cuando dormía, cuando se bañaba, cuando comía, cuando pensaba, cuando miraba por una ventana... Siempre regresaban, hiciera lo que hiciese.

Veía a Dashelin cubierta de rojo una y otra vez, al igual que sus manos. Veía la sonrisa retorcida de Akros, y su cabello blanco y largo manchado ensangrentado. Veía la espada que la había matado bañada en su sangre, brillando bajo la luz del sol en la mano del Nuevo Dios. Veía horrores que jamás habían ocurrido, posibles escenarios en los que Dashelin moría de nuevo, aun si no parecían presagios de un futuro cercano o lejano. Se veía a sí mismo ahogándose en un dolor insoportable cuando los Antiguos Dioses le decían que esta vez Dashelin no renacería, y cómo el dolor le arrebataba el último rastro de bondad que quedaba en él.

Crowan no podía dejar de pensar en nada de eso.

Hora tras hora, día tras día, se asfixiaba con esos pensamientos. Ni siquiera sobrevolar el bosque ayudaba. La libertad que le brindaba el vuelo, sentir el aire en el rostro y sus alas al planear en el viento, no era suficiente para acallarlos. Así como tampoco lo era la perspectiva de encontrar al asesino de los padres de Dashelin, y de examinar sus cuerpos para descubrir quiénes eran en realidad, y por qué la habían ocultado en lugar de matarla, como cualquier otra persona en Corvia hubiese hecho.

Crowan sentía que enloquecía, y esa noche estaba particularmente inquieto.

No había un motivo específico, no había una razón lógica. Simplemente se sentía nervioso, y después de dar miles de vueltas en la cama, se levantó y fue hasta el balcón de su dormitorio. Convertido en un cuervo normal, voló hasta el de la habitación de Dashelin y se posó en la balaustrada de piedra, desde donde la observó a través del cristal de las puertas: Dashelin dormía en su cama, arrebujada en los muchos edredones que le había dado, lejos del frío y de cualquier peligro.

Estaba a salvo, estaba bien. No había nada que temer.

Sin embargo...

Crowan seguía aterrorizado ante la idea de que pudiese pasarle algo. Ni siquiera verla a salvo era suficiente. Lo único que lo habría calmado en esos momentos habría sido poder dormir a su lado; envolverla en sus brazos como había hecho en su otra vida, sentirla contra su pecho y oír su suave respiración. Cuando dormía con Dashelin, sentía una paz que no sentía en ningún otro momento. Y si hubiese podido hacerlo, si hubiese podido acostarse a su lado, aun sin tocarla, su mente se habría calmado.

Pero Dashelin no lo recordaba, y no sería apropiado. Ya se sentía culpable por estar viéndola dormir, pero así se aseguraba de que nadie la estaba atacando.

Crowan se quedó allí, jurándose que volaría de vuelta a su habitación en un minuto, o en diez. Hasta que esos minutos se convirtieron en horas, y cuando el sol se asomó por el este en el horizonte, él seguía allí.

Solo cuando Dashelin comenzó a revolverse en lacama, como si estuviese despertando, se obligó a abrir las alas y volar lejospara que no lo descubriera.

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