Capítulo 11

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A la mañana siguiente, Dashelin no esperaba despertar y que una sirvienta le dijera que Crowan iría a desayunar con ella a sus aposentos

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A la mañana siguiente, Dashelin no esperaba despertar y que una sirvienta le dijera que Crowan iría a desayunar con ella a sus aposentos. Desde que había llegado al castillo, siempre parecía estar ocupado, lejos de allí, sobrevolando Corvia u ocupándose de asuntos que solo los dioses conocían.

Por eso, cuando menos de una hora más tarde lo vio entrar por la puerta, vistiendo ropas similares a las que había usado el día que lo conoció, excepto que su camisa era de un rojo oscuro, se sorprendió al verlo con los hombros relajados y una expresión pacífica en el rostro.

Crowan le había dado la impresión de ser un hombre eternamente malhumorado, o con demasiadas preocupaciones como para sonreír mucho. Pero ahora, mientras lo veía avanzar hacia la mesa redonda que había en la antesala a su dormitorio, en donde la sirvienta había dispuesto una tetera, dos tazas de porcelana, una azucarera y varios platos con bocadillos dulces, dedicándole una sonrisa enorme, Dashelin se sintió desconcertada.

―No esperaba que viniera a desayunar conmigo hoy ―le dijo con sinceridad. Él se apresuró a correr una silla para ella, y cuando se sentó, volvió a acercarla a la mesa―. Gracias.

Crowan le sonrió sin separar los labios y fue a sentarse frente a ella; enseguida sirvió dos tazas de té y le entregó una. Dashelin le agregó un poco de azúcar y desayunaron en silencio durante un rato, hasta que Crowan dijo:

―Lamento no haber venido más seguido. He estado encargándome de que en los pueblos dejen de creer que eres una maldición.

Ella alzó las cejas y lo miró, sin saber qué decir ante eso.

―¿Cómo?

―Les advertí a todos que lo pagarán caro si te hacen daño. Si son sensatos, ni siquiera se atreverán a mirarte mal.

Dashelin abrió la boca de nuevo, pero volvió a cerrarla, sin saber qué decirle.

No tenía idea de por qué Crowan se comportaba así con ella. Sus padres le habían asegurado que todo el mundo querría verla muerta, que no debía confiar en nadie. Pero él, hasta entonces, se estaba comportando exactamente de la forma contraria, y no sabía qué pensar al respecto, pues nunca había tenido contacto con nadie que no fueran sus padres. Sin embargo, si Crowan quisiera hacerle daño, imaginó que ya se lo habría hecho, y no le había dado ninguna señal.

―¿Dashelin? ―la llamó, preocupado. Ella parpadeó varias veces, saliendo de sus cavilaciones―. ¿Te encuentras bien?

―¡S-sí! ―dijo, y sintió que se sonrojaba―. Es solo que me preguntaba por qué hace esto por mí. Es decir, se lo agradezco, pero ni siquiera me conoce, y...

Crowan frunció el ceño y apoyó los codos en la mesa, para luego descansar la barbilla en las manos unidas, sin dejar de mirarla.

―Puedes tutearme, Dashelin. Y me comporto así contigo porque es lo menos que puedo hacer por ti después de todo lo que pasaste. A diferencia de lo que piensan en Corvia sobre mí, no soy un monstruo. No con todo el mundo, al menos.

Siete cuervos a la izquierda (Los cuervos de Gemmya, 1) (2 caps c/martes)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora