Capítulo 8

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Dashelin esperaba que el cuervo se enfureciera por el dolor y la soltara, pero no fue eso lo que hizo: en su lugar, afirmó las garras alrededor de su cuerpo, sin clavarle las uñas, y batió más rápido las alas, alejándose hacia el límite del bosque

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Dashelin esperaba que el cuervo se enfureciera por el dolor y la soltara, pero no fue eso lo que hizo: en su lugar, afirmó las garras alrededor de su cuerpo, sin clavarle las uñas, y batió más rápido las alas, alejándose hacia el límite del bosque.

Dashelin se quedó quieta, respirando profundo mientras intentaba no temblar. No tenía idea de hacia dónde la llevaría, ni de por qué había decidido sacarla del río, pero no podía ser nada bueno. Tal vez era uno de esos demonios de los que le habían hablado sus padres, que iba a torturarla o a convertirla en su cena.

En cualquier caso, Dashelin se sorprendió cuando el cuervo disminuyó la velocidad y apuntó el cuerpo hacia el suelo, y luego ahuecaba las alas para amortiguar el impacto. Entonces, la dejó libre caer suavemente sobre un tronco, y luego, aterrizó a su lado, cubriéndola con su sombra.

Dashelin se incorporó y miró con miedo a aquella enorme ave que, con las alas ahora plegadas a los costados del cuerpo, la contemplaba con la cabeza apenas inclinada hacia un lado, como si estuviese estudiándola.

No podía dejar de temblar.

Sentía todo el cuerpo entumecido; su piel dolía horrores, al igual que sus huesos. El viento gélido no ayudaba, y la inquietante atención del cuervo, menos.

―L-lo siento ―balbuceó, aterrada―. ¡No sabía que era tu bosque! Déjame ir, no tengo buen gusto.

El cuervo emitió un sonido que Dashelin podría haber descripto como una risita, si acaso los cuervos pudieran reírse. Y eso la dejó tan desconcertada que solo pudo mirarlo, estupefacta.

¿Podía entenderla? ¿Era un demonio, realmente?

Medio espantada por esa perspectiva, intentó alejarse, pero sus piernas fallaron y volvió a caer al suelo.

El cuervo saltó del tronco y aterrizó frente a ella. En segundos, una bruma oscura lo envolvió, como si fuera un montón de humo negro, y cuando se disipó unos instantes después, en su lugar había un hombre, alto y fornido, con la piel clara y pálida y el cabello negro, cortado a la altura de los hombros.

Dashelin se lo quedó mirando, boquiabierta.

Llevaba unos pantalones oscuros de cuero, con botas altas hasta las rodillas, que le cubría parte de la cintura con una especie de faja plateada, sujetando los bordes de una camisa negra de seda, abierta a la altura del pecho. Debajo de ella, la piel estaba adornada con lo que parecía ser atisbos de dibujos oscuros que Dashelin no terminaba de ver bien. Y encima de los hombros, una capa hecha de plumas de color negro azabache lo protegía del frío.

Dashelin lo miró por tanto tiempo que pensó que el hombre se incomodaría, pero su única reacción fue alzar una de las comisuras de la boca.

Tenía ojos oscuros y cejas pobladas, y una mandíbula cuadrada, cubierta por un rastro de barba. Su nariz era recta, y había algo duro en sus facciones y una crueldad oculta en su mirada. Pero Dashelin no sintió miedo. Por alguna razón, algo dentro de ella se calmó al ver a ese hombre, aun si no tenía ni idea de quién era.

Siete cuervos a la izquierda (Los cuervos de Gemmya, 1) (2 caps c/martes)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora