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La mañana de Jake comenzó como tantas otras durante los últimos días, pero esta vez el dolor era más intenso. Se despertó sintiendo un latido constante en su cabeza, mientras su cuerpo entero parecía arder desde adentro. Su lobo interior aullaba, inquieto y desesperado. El efecto del supresor había desaparecido, y lo sabía bien, pero estaba demasiado agotado para levantarse y buscar uno nuevo. Cada fibra de su ser clamaba por un alivio que no llegaba.

Lágrimas comenzaron a formarse en sus ojos mientras murmuraba entre sollozos, en voz baja, como si no quisiera que nadie lo escuchara: "Alfa... alfa... alfa..." Sabía, sin embargo, que no había nadie que respondiera a ese llamado. En Suiza, tenía a Hendrick, el alfa siempre lo había cuidado durante los cuatro días de su celo. Aunque la forma en que Hendrick lo atendía no era precisamente sexual, lograba brindarle algo de consuelo. Pero aquí, en Corea, estaba solo.

Esa idea lo abrumó, haciendo que su lobo llorara con más fuerza dentro de él. Al igual que su lobo, Jake comenzó a retorcerse en la cama, tratando en vano de encontrar una posición que le diera alivio. La sensación de calor era insoportable, y sabía que si no hacía algo pronto, perdería el control por completo.

Con un esfuerzo monumental, casi arrastrándose, consiguió levantarse de la cama y dirigirse al baño. Su cuerpo temblaba por el dolor, y las lágrimas continuaban corriendo por sus mejillas. Al llegar al baño, apenas tuvo fuerzas para quitarse la parte baja de su pijama antes de desplomarse al suelo, respirando entrecortadamente. Desesperado, empezó a tocarse, buscando algún alivio. Sus dedos rozaron su entrada y un gemido escapó de sus labios. La satisfacción fue momentánea, pero no era suficiente. No. Necesitaba más. Necesitaba a su alfa.

Pronto su mano estaba empapada en lubricante natural, su cuerpo reaccionando por instinto, a pesar de que solo se estaba tocando levemente. Recordó las lecciones de su exnovio, quien le había enseñado esos toques, aunque nunca lo había penetrado.

De repente, un golpe en la puerta lo sobresaltó. Su lobo se tensó al instante. Un aroma a alfa inundó la habitación, y un gruñido escapó de sus labios antes de gritar, irritado por la interrupción.

—¿Jae? —la voz de su padre, Dimitri, llegó a través de la puerta. —¿Necesitas un supresor?

Jake soltó un gruñido aún más fuerte, negando con la cabeza mientras apretaba los dientes. Odiaba los supresores, especialmente durante su celo. Lo hacían sentir débil, enfermo, desconectado de su lobo. No quería pasar por eso de nuevo.

Jake suspiró con frustración, pero obedeció. Con movimientos lentos y torpes, se puso de pie, aunque el dolor seguía quemándole por dentro. Logró colocarse el pantalón antes de caer de nuevo en la cama, jadeando.

Dimitri entró en la habitación, observando a su hijo con una mezcla de preocupación y ternura.

—Tus ojos... están muy celestes, hijo. —la preocupación en la voz de Dimitri era evidente. —Sabes que odio verte así, Jaeyun. —dijo mientras se acercaba a la cama. —Pero tienes que descansar. ¿Estás seguro de que no quieres el supresor?

—No... —jadeó Jake, su voz apenas un susurro. —No lo soporto... Me hace sentir... peor.

Dimitri asintió, aunque su expresión mostraba que no estaba completamente de acuerdo. Desde que Jake se había presentado como Omega, siempre había intentado hacer todo lo posible para que su hijo estuviera cómodo durante estos momentos. Sabía que no podía ayudarlo con sus necesidades más íntimas, pero trataba de compensarlo con atenciones, mimos y comida. Era lo único que podía ofrecerle. Pero ahora, con Hendrick fuera, se sentía aún más responsable.

—Voy a traerte algo para que te sientas mejor. Quédate aquí y no te preocupes por nada. Yo me encargaré de todo. —Dimitri se inclinó y besó la frente de su hijo antes de salir de la habitación, cerrando la puerta con suavidad.

FATED - JakeHoon - Donde viven las historias. Descúbrelo ahora