Capítulo 27

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La primavera era su época favorita del año, no hacía ni calor, ni frío, los brotes florales relucían de la mejor manera y se poblaban por completo. Pero, así como todo en la vida, a inicios de junio los colores de las flores disminuyen y el calor aumenta a tal grado que ni siquiera es apetecible salir, para en septiembre ser suplantado por el otoño, que es cuando todo comienza a morir, la frescura da inicio, al igual que las lluvias y los fuertes vientos, preparando a todos para lo que se avecina; el invierno, esa temporada en la que ninguna planta sobrevive, los animales se desvanecen y el frío inicia su época mortal. Todo a su alrededor era sequedad o nieve, nada vivía hasta la próxima primavera.

Y así es como funcionaba, él lo sabía, los meses y sus estaciones era algo que había aprendido en sus primeros años de primaria, ya conocía aquello con exactitud, bien sabía que eran cambios que ocurrían y que su estación favorita no podía durar por siempre.

Aun sabiendo todo esto, no dejaba de sentir tristeza al ver ciertos capullos secarse o cerrarse ante la temperatura o la temporada, quedando muy pocos colores, siendo los árboles y arbustos los más resistentes al calor veraniego. Le entristecía el final de la primavera, aunque sabía que era inevitable.

De la misma forma, le entristecía ver a Daisy sentada en el césped, esperando a que empiece con sus lecciones como ya hace un mes, ignorando cualquier sentimiento que ambos tuviesen, echándole tierra al asunto desde hace ya un tiempo.

Las primeras semanas insistió en querer hablarle más allá de darle lecciones, de verdad quiso arreglar el malentendido con ella, sabía que el tiempo juntos era escaso y realmente había arruinado todo por nada, como un tonto. Por lo mismo, Daisy no quiso hablarle en ningún momento aparte de recibir las lecciones, mismas en las que durante ese mes había aprendido increíblemente rápido y ya se encontraba leyendo libros de primaria con facilidad.
Aun se trababa al leer, pero ya entendía lo que leía y entre más practicase la escritura, más aprendería.

Sin querer darse por vencido, en esas ultimas semana de julio, lo intento de nuevo. La oscuridad de la noche era alumbrada por los faroles que rodeaban la mansión York, mientas Daisy leía un libro de cuentos infantil escondida dentro del granero. Damian se armó de valor y se adentró en este para dar un nuevo intento.

Estuvo un tiempo pensando bien que decir, para que la joven no malinterpretara nuevamente sus palabras y no se ofendiera con estas mismas. Realmente entendía la desconfianza de Daisy en él, después de un tiempo analizándolo lo hizo; era difícil confiar en alguien cuando todos a su alrededor lo único que habían hecho es lastimarla, incluyendo a su propia familia.

La desconfianza y la falta de retención en él eran secuelas de todo el abuso vivido dentro de aquella mansión, a la cual nunca había entrado.

Aclaro su garganta, al entrar en el granero.
Con una vela, Daisy iluminaba el oscuro lugar, leyendo con claridad y con la voz ligeramente baja, así nadie la escuchaba.

— Señorita...

— Las lecciones terminaron por hoy, Damian — señaló con obviedad, sin despegar su mirada de las páginas de aquel libro de cuentos.

— Lo... lo sé — sintió su boca secarse y nuevamente tuvo que aclarar su garganta —, pero realmente esperaba poder hablar con usted.

— No creo que tengamos de que hablar, Damian.

Ya no había miradas dulces o sonrisas repentinas, ya no había más "pequeño Damian", "pequeña bestia", mucho menos besos. Lo único que tenía eran los recuerdos y a una tosca Daisy, demasiado resentida con su persona.

— Señorita...

— Quiero leer este libro en paz, por favor — pidió, encorvándose aún más, como si quisiera meterse dentro de aquellas desgastadas y viejas páginas.

— Por favor — procedió a acuclillarse para encontrar la mira de York, misma que no flaqueo en ningún momento, llena de enojo y rencor —, venga conmigo.

— ¿Piensas que voy a confiar en ti? — arqueo una ceja, luciendo indignada — No pienso confiar en ti nuevamente, Damian.

— Una última vez — pidió, tragándose sus lágrimas ante esas palabras bien merecidas —, por favor...

— No quiero — cerró el libro, cruzándose de brazos, mirando con reproche a su menor —, parece que no te das cuenta de que tu y yo ya no somos amigos o algo por el estilo.

— Bueno, nosotros ya no éramos "amigos" antes de be- ¡Ay! — sus palabras se vieron interrumpidas por el fuerte golpe del delgado libro de pasta fina contra su cabeza.

— Cállate si no quieres que te vuelva a golpear y te acomode el cerebro de una buena vez — sus palabras cargadas de enojo hacia su persona le dolían, claro que lo hacían, pero si pensaba en retrospectiva, todo eso fue causado por él y su bocota.

— Por favor, se lo suplico — junto sus manos, finalizando con sus rodillas contra el suelo, mirándola con ojitos de cachorro asustado.

— No intentes manipularme con esa cara, no va a funcionar.

— Señorita, le prometo que, si después de esto no quiere volver a hablarme, no insistiré más, sólo quiero hablar una ultima vez.

Daisy apartó la mirada, evitando el cruce de sus ojos con los azules y aduladores ojos del joven. Sabía que si seguía mirándolos caería nuevamente y apreciaba su orgullo para dejarse vencer por ese tonto.

Pero, le serviría que este dejase de insistir, así el dolor de estarlo rechazando y recordar sus palabras disminuiría hasta ser inexistente.

Así que, después de dudarlo unos minutos, con el chico mirándolo desde su lugar, esperando respuesta, se dignó a hablar.

— ¿A dónde piensas llevarme? — indagó con voz suave.

El pálido rostro del menor se ilumino y rápidamente se puso de pie para poder llevarla a donde tenía pensado.

— Es un lugar especial.

— ¿Vas a llevarme a tu lugar favorito como muestra de tu amor? — arqueo una ceja, hablando con sarcasmo, poniéndose de pie para poder seguir al menor — Que romántico eres, Damian.

Él suspiró, nuevamente sintiendo una punzada en el pecho ante la filosa palabras de su mayor.

Daisy nunca le había hablado de aquella forma, nunca había sido así de tosca con él y nunca le había dedicado una mirada de indiferencia.

Y dolía, dolía recibir ese trato cuando desde que se conocieron lo único que ha recibido por parte de la mayor ha sido amabilidad y dulzura. La mujer rebelde había dejando su odio a los hombres con él, lo había declarado una excepción, pero él lo arruinó y la determinación y terquedad de Daisy le decían cuanto había arruinado la escasa relación que tenían y lo mucho que le costaría que todo volviese a la normalidad.

Esperaba que aquello fuese como la primavera, aunque desaparezca por un tiempo, que volviera después de un año. Esperaba que todo se resolviera en algún momento, porque no sabía cómo lidiar con el dolor de un lazo emocional roto.

Butterfly ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora