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Transcurrió de una iglesia a otra y lamentablemente llegamos tarde esta vez. Mientras Megan ingresaba, permanecí afuera en la parte trasera del lugar con un cigarrillo en mano, inhalando el humo y comprometiendo la salud de mis pulmones. Si esto resulta fatal, desearía una pronta partida de esta vida.

Los gritos del Padre Charlie reverberan en el interior de la iglesia mientras permanezco afuera, manteniendo la cabeza inclinada en silencio. En medio de la serenidad del día, los aplausos rompen el aire. Al levantar la vista, observo el cielo encendido y siento un vacío en el estómago que refleja mi hambre. Aun no termina el sermón. Enciendo un segundo cigarrillo, inhalando profundamente el humo que calma mis pulmones con cierto grado de satisfacción. Mis pensamientos se vuelven hacia la ceremonia de esta mañana... y la profunda incertidumbre que se crece al pensar qué será de los próximos días aquí atrapada. La sensación de miedo se vuelve cada vez más familiar.

Las voces de los feligreses empiezan a resonar mientras salen de la iglesia y se dirigen hacia sus vehículos. Observo a las familias alejarse, recordando que es domingo, un día familiar. En ese instante, una voz repentina me saca de mis pensamientos: es Megan.

—¿Qué demonios te sucede?

—Ten cuidado con tus palabras. El Padre Charlie te está buscando, notó tu ausencia en el sermón.

—Ugh...

—Apaga el cigarrillo y enjuaga tu boca—me indica, ofreciéndome una botella de agua—. Es una orden.

Siguiendo su indicación, apago el cigarrillo y me dedico a enjuagar mi boca con el agua fresca que me proporciona. No siento ganas de ser amable con el Padre Charlie ni de interactuar con él. Su presencia me hierve en la sangre, recordándome cómo influyó en la decisión de mi madre de convertirme en novicia.

Respiro hondo antes de entrar en la iglesia, dejando atrás el aroma a tabaco y entrando en un ambiente impregnado de incienso y solemnidad. Megan me espera frente a una puerta, señalándome que la siga. Camino con cautela, permitiendo que el Padre Charlie tenga tiempo de abordar mi demora al entrar en su oficina.

—Hermana _____—me llama, pronunciando mi nombre de manera casi displicente.

Megan me indica que sonría, aunque mi gesto refleja claramente mi falta de entusiasmo. Me acerco a la oficina y le dirijo una última mirada a mi amiga pelirroja antes de entrar.

—Por favor, toma asiento—me invita, su tono pasando de la autoridad a la calidez.

El Padre cierra la puerta tras de mí y tomo asiento frente a su escritorio. Su mirada sigue mis movimientos con intensidad, y siento su presencia opresiva a mis espaldas. El silencio inunda la habitación.

—No te vi en el sermón —comenta con una ligera acritud en su tono.

—No sentía la necesidad de asistir, Padre.

—¿Podrías decirme por qué?—interroga, apoyando sus brazos sobre la superficie del escritorio.

—Se trata de un asunto personal.

La comisura de los labios del Padre se curva en una sonrisa.

—La señora Boyd llamó antes de la ceremonia, mencionó que deseaba verte. Dijo que no pudieron despedirse después de la misa.

—Como mencioné, es algo personal.

Su mirada se torna desafiante.

—La Hermana Megan me ha comentado que te está costando adaptarte a la vida como novicia. Dice que no estás preparada y que todo esto es nuevo para ti, un cambio drástico de vida—sus palabras resaltan, atrayendo mi mirada hacia sus ojos.

—Padre, con todo respeto, mis preocupaciones y decisiones no son de su incumbencia. Soy nueva en este camino y aún estoy encontrando mi lugar en todo esto—digo, intentando mantener la calma en mi voz.

El Padre Charlie me mira fijamente, como si estuviera evaluando cada palabra que salía de mi boca.

—He tomado una decisión—dice finalmente, con una firmeza en su tono de voz que me hace temblar ligeramente.

Escucho su siguiente frase con una sensación de incomodidad creciendo en mi pecho.

—Margaret, me ha dado el deber de cuidarte. A partir de hoy, te quedarás en la misma estancia que yo para que pueda vigilarte de cerca. He recibido información de que eres una novicia un tanto... rebelde.

Trago saliva, sintiendo un nudo en mi garganta. No puedo creer que mi madre haya hablado con el padre Charlie sobre mí y que él tome estas medidas extremas. ¿Puede hacerlo? ¿Puede prentender ser algo así como un, vigilante?

—Padre, no es necesario. Puedo cuidarme sola y no creo que sea necesario esta... vigilancia tan de cerca—digo, tratando de encontrar las palabras adecuadas para convencerlo de lo contrario.

Pero el Padre Charlie no parece dispuesto a ceder. Sus ojos brillan con determinación mientras se levanta de su silla y se acerca a mí.

—Es una orden, hermana ___. Tu madre confía en mí para guiarte por el camino correcto. A partir de ahora, compartirás la misma estancia que yo y estaré vigilante a cada uno de tus movimientos. No me harás desobedecer a tu madre.

Mis manos comienzan a temblar mientras asimilo lo que acaba de decirme. Estoy atrapada, sin salida. La mirada del Padre Charlie me penetra, dejándome sin aliento. Sus pasos me rodean, de pronto, está frente a mi, sujetándose del respaldo de mi silla, viéndome con aquellos ojos hambrientos.

Una sensación de vacío me atacó cuando una de sus manos se fue hacia mi cintura, acercándose cada vez más hacia mi. Su respiración es tan fuerte que no oigo mis propios pensamientos, lo miré fijamente. Se alejó tan rápido que nisiquiera lo noté, pero luego, ví su mano izquierda en el aire. Y entre sus dedos, mis cigarrillos.

—Tus maletas ya están en tu habitación. La hermana Megan te llevará.

¿Megan sabía de esto?

Me levanté furiosa, viendo cómo el se guardaba la cajetilla en su túnica. Me doy la vuelta y abro la puerta sin esperar que se despida, veo a Megan apoyada sobre el muro, esperándome.

—¿Lo sabías?

Ella me observa confusa.

—¿Qué?

—¡No te hagas la...!—apago mi grito en un susurro y me acerco a ella—, Lo sabías, ¿No es asi? Desde un principio.

—Margaret no me dijo nada. El padre Charlie me ha informado apenas después del sermón, ___, lo siento... Sé que no deseas esto Pero, ve el lado positivo... ¿Si?

—Es fácil para ti decirlo, ¿No? Nisiquiera estás por aquí presente. Vives fuera de la capilla para investigar a un asesino sádico, ¡Vas a dejarme sola!

—Vas a estar bien...—sus manos acunan mi rostro, que lentamente, se va empapando con las lágrimas que escurrían de mis ojos—. El Padre Charlie va a cuidar de ti, lo sé.

—Nisiquiera lo intentes—le digo, soltandome de manera brusca de su agarre—. No intentes calmarme, no vas a conseguirlo.

Me doy la vuelta, dejándola ahí, de pie, viéndome alejarme. No tengo palabras. No tengo nada. No soy nada.

Estoy sola.

Mi madre me abandonó en el instante en que me dejó a merced de extraños. Mi padre está muerto. No me queda nada.

Night Sinners |Father Charlie|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora