007

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Mis pies se sienten pesados en el camino de tierra, la luz de los faroles brilla, y freno en seco. Ahí está ella, pequeña y frágil, un eco de lo que solía ser. El corazón late fuerte, un ritmo de desesperación.

Bajo del auto, el aire frío me golpea. Su figura se pierde en la sombra, y al acercarme, esos ojos hinchados me atrapan. La he estado buscando, aunque nunca lo diría.

—¿Qué te ha sucedido?—mi voz es un susurro lleno de anhelo. No puedo evitar tocar su rostro, acariciar sus mejillas húmedas. En ese instante, siento que estoy desnudando mi alma.

Ella me responde con un “lo siento” que me cala hondo. No es solo por haber desaparecido; hay más detrás de esas palabras.

—No tienes de qué disculparte—le digo, intentando calmar su llanto mientras limpio sus lágrimas con mis pulgares. En un instante, el peso del mundo se aligera.

Cuando estoy a punto de alejarme, sus manos heladas se posan sobre las mías, enviando descargas de electricidad. Se aferra a mí, como si yo fuera su refugio en este mar de dudas.

Es un momento delicado, y su toque es suave, casi tímido. Puedo oler el dulce aroma de su cabello, su aliento cálido se mezcla con el frío. Su pecho busca consuelo, y mis instintos protectores despiertan, deseando envolverla.

Sin pensarlo, me quito el abrigo y lo envuelvo alrededor de sus hombros. Ella se acerca más, y aunque una voz en mi mente dice que esto no está bien, no puedo resistirme. Su calor es un bálsamo, y en mi pecho crece la necesidad de tenerla cerca, de ser su refugio en esta locura que parece no acabar.

<<Explorame, abrazame, adorame, márcame como tuyo>>

Con cuidado, la guío hacia el auto, sintiendo el peso de su mirada que mezcla preocupación y una búsqueda desesperada de consuelo. Cada paso que damos me inunda de inquietud. Me pregunto qué ha estado haciendo todo el día, sola y perdida sin mí. ¿Qué demonios la ha llevado a este punto de desamparo?

La conduje hacia el auto con cuidado, sintiendo el peso de su mirada, una mezcla de preocupación y la silenciosa súplica de consuelo. A medida que avanzamos, mi inquietud crece. Me pregunto qué ha estado haciendo durante el día, qué la ha llevado a este estado de vulnerabilidad. Al llegar a la congregación, el silencio es casi palpable, roto solo por el leve crujido de la puerta al abrirla. En mis brazos, ella sigue dormida, su respiración tranquila, completamente ajena al mundo que la rodea.

Con pasos suaves, la llevo por el pasillo. Su cabeza se inclina ligeramente contra mi pecho, un gesto íntimo que me hace consciente de su fragilidad, y también del deseo intenso que siento por ella, un deseo que amenaza con desbordarme. La casa está en calma, y hago todo lo posible por no romper el silencio, subiendo las escaleras con sumo cuidado.

Al llegar a su habitación, la deposito con delicadeza sobre la cama, asegurándome de que esté cómoda. Mientras le quito los zapatos, noto lo cansados que están sus pies, y una oleada de preguntas sin respuesta me invade. ¿Por qué no me contó lo que estaba sucediendo? Sin embargo, este no es el momento para interrogatorios; ahora lo más importante es su bienestar.

La observo dormir, su respiración tranquila, su rostro relajado. Hay algo fascinante en la paz que transmite en esos momentos. Con movimientos cuidadosos, deslizo mis manos sobre su túnica blanca, sintiendo el tacto suave de la tela mientras la desato lentamente. Comienzo a bajarla, revelando su pecho cubierto por un brasier negro. Un leve movimiento de su cuerpo me recuerda lo frágil que es este momento; cualquier paso en falso podría despertarla.

Mientras continúo, veo la tensión en su respiración y, aunque el impulso de ir más allá es fuerte, la cubro con las sábanas. Cuando la coloco bajo el cobijo del tejido, un destello llama mi atención: hay una pequeña herida en su mano. Mi corazón se encoge al verla. ¿Qué le ha pasado para llegar a este punto?

Night Sinners |Father Charlie|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora