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La verdad es que no me importa en absoluto.

Mi cuerpo se tensa, y con razón: llevo sentada en esta silla desde la noche anterior. Han pasado veinticuatro horas en este hospital, y lo único en lo que puedo pensar es en el deseo de un cigarrillo entre mis labios.

Mi vida cambió de golpe, otra vez. Ahora ella está en esta misma maldita ciudad, en esta misma noche, como si fuera una extraña coincidencia. Pero, ¿a qué precio?

Estaba durmiendo profundamente cuando una mano fuerte sobre mis hombros me despertó abruptamente. Era Megan.

—Tu madre está grave. Tenemos que ir al hospital.

Mi primer impulso fue quedarme en la cama. Quería dormir hasta que el sol golpeara mis ojos, hasta que mis huesos dolieran de estar quieta o hasta que me cansara de dormir. No quería ir al hospital. No importaba si la había atropellado un coche o si hubiera perdido un brazo. Simplemente, no tenía ganas.

Las horas en el hospital se volvían interminables. ¿Y qué podía hacer yo? Permanecer inmóvil, mirando hacia el pasillo, esperando que un médico me informara si mi madre estaba muerta o en coma. No lo sé.

No sabía cómo sentirme. Incluso si pasaba otra noche más allí, sentada en esa incómoda silla, mirando el tétrico pasillo blanco del hospital, ¿qué se suponía que debía hacer? ¿Cómo te preocupas por alguien que no te importaba?

El ruido de las enfermeras yendo y viniendo me saca de mis pensamientos. Miro alrededor y noto que Megan ha estado conmigo desde la noche anterior, al igual que el padre Charlie. Veo a Megan mirarme, algo nerviosa, con una expresión de duda y ansiedad en sus ojos.

—Todo va a estar bien—me dice

Siento que mis labios se curvan lentamente, y trato de reprimirlo, trato de ser respetuosa, de comportarme. Pero algo en la ironía de sus palabras, en la absurda situación de todo esto, me supera, y acabo soltando una carcajada. Es una risa incontrolable, liberadora, casi violenta. Las lágrimas de tanto reírme se deslizan por mi rostro, y no puedo parar, por más que lo intente.

Las personas que esperan a sus familiares en la sala se me quedan mirando, algunos con una expresión extrañada, otros visiblemente incómodos. Un par de ellos se levanta y se va, como si mis carcajadas fueran algo contagioso o perturbador. Aún entre risas, me disculpo, sin mucho éxito en sonar sincera.

—Lo siento, lo siento de verdad —digo, entre bocanadas de aire—. Espero que sus familiares estén bien.

Poco a poco, la risa se va desvaneciendo, dejándome vacía y extenuada, pero con una especie de alivio que no puedo explicar. Por un instante, sentí algo. Guardamos silencio. Un silencio espeso, incómodo, que casi se puede palpar en el aire. Finalmente, rompo ese vacío, sin siquiera pensarlo demasiado, como si las palabras escaparan solas.

—La atropelló un auto enorme y, a pesar de eso, sigue viva —digo en voz lo suficientemente alta como para que los dos me escuchen.

Megan y el padre Charlie me miran. Megan, con esa expresión preocupada y cansada que lleva desde la noche anterior, intenta mantenerse optimista.

—Todavía no es seguro —responde, como si sus palabras pudieran cambiar algo—. No hasta que el doctor venga a decirnos qué pasa realmente.

No puedo evitar soltar una pequeña risa, casi un suspiro de ironía.

—No necesito que un doctor me lo diga —respondo, mirándola con una media sonrisa—. Estoy segura de que mi madre es como un pedazo de cemento. Si llegara a morir, no sería por algo tan... leve como ser atropellada. Se necesitaría un golpe mucho más fuerte para acabar con alguien como ella.

Night Sinners |Father Charlie|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora