—¿Necesita algo más?—pregunta el hombre de la licorería, con una mirada inquisitiva.
Observo la vitrina, luego la goma de mascar que tengo entre mis manos.
—Una cajetilla de cigarrillos, por favor, y un encendedor—respondo, mientras escondo el hábito en mi bolso.
Sus ojos se posan brevemente sobre la cruz en mi pecho, pero aún así saca una cajetilla y la coloca sobre el mostrador, junto a un encendedor.
—Cinco dólares y veinte centavos—me dice. Le entrego el dinero con manos temblorosas—. Que tenga un buen día.
¿Uno mejor del que he tenido?
No soy capaz de ofrecerle una sonrisa, así que me limito a agradecerle con un leve asentimiento de cabeza. A medida que me alejo, guardo las compras en mi bolso y me dirijo hacia mi bicicleta. Me alejo del pueblo lo más posible, hasta que diviso un teléfono público. ¿Sería buena idea la que ronda en mi cabeza desde esta mañana?
Metiendo algunas monedas, marco el número telefónico.
—Hola, es Margaret, deja tu mensaje.
Cuelgo y vuelvo a marcar.
—Hola, es Margaret, deja tu—
Cuelgo otra vez.
—Hola, es—
Sacudo la cabeza, apretando el teléfono entre mis manos. Siento la rabia burbujear dentro de mí, así que, en un impulso, empiezo a golpear el teléfono contra la barra de metal. La fuerza de mis movimientos provoca que el aparato se rompa al instante. No me detengo hasta que siento gotas de sudor correr por mi frente, acompañadas de las lágrimas que comienzan a deslizarse por mis mejillas.
—¡Mierda!
Un ardor repentino me recorre el dorso de la mano; me he cortado con los fragmentos del teléfono hecho pedazos. Suelto un suspiro pesado mientras intento detener la sangre con mi mano libre, y, sin más alternativas, coloco el hábito blanco sobre la herida. Gracias, mamá.
Salgo de la cabina telefónica, sostengo la bicicleta del manillar y comienzo a alejarme del pueblo, con la intención de desaparecer para siempre.
Pedaleo con las piernas cansadas hasta que veo una pequeña colina desierta, cubierta de césped y pequeñas flores silvestres. Avanzo hacia allí y dejo caer la bicicleta a mi lado. Me siento, dejando mi bolso abierto sobre mi regazo y enciendo un cigarrillo. La primera calada se siente como un recuerdo antiguo; hace mucho tiempo que había dejado de fumar, pero ahora se convierte en un tranquilizante en medio de la tormenta que se desata en mi interior.
Hay policías en este pueblo; voy a denunciar a ese maldito psicópata...
—Solo tienes diecinueve.
—¿Y eso te da el derecho de someterme a una vida que no deseo?
—Soy tu madre.
—¿En serio? Porque, que yo recuerde, hasta hace poco eras la Señorita Boyd, la esposa del alcalde. Desde que tengo memoria, ¡eres la Señorita Boyd, la esposa del alcalde! ¡Nunca me has dejado decirte como debería, mamá, madre, mami! Todo para ti es tu reputación.
Su silencio se clava en mi estómago como una daga, una punzada que me deja sin aliento.
—Haz tus maletas, ahora. No me hagas repetirlo.
—Te pido disculpas si no logro ser lo que esperas. Perdóname por no ser como tú, mamá. Pero, ¿sabes qué?
—____, basta—me dice, mirándome como si fuera una molestia.
ESTÁS LEYENDO
Night Sinners |Father Charlie|
FanfictionNicolás Chávez fanfic . . Una madre soltera y su hija se mudan a un pueblo pequeño en dónde se desata una serie de asesinatos.