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Permanecí de pie hasta que el padre Charlie, con su voz profunda, solicitó al público que se sentara.

Era fundamental que las novicias asistieran a cada misa del mediodía. Sin embargo, a pesar de ser monja, seguía siendo mujer, una mujer que había despertado con la inesperada llegada de su periodo, tras haber tenido el sueño más impuro imaginable y haberlo disfrutado.

En mi mente persistía la imagen oscura y el frío que recorría mi columna vertebral; los escalofríos continuaban junto con los cólicos, como una sinfonía diseñada para torturarme en todo momento. Observé la iglesia en su totalidad y sentí la falta de Megan. Debía disculparme por el incidente de ayer; no debí tratarla de esa manera, no se lo merecía.

—Dios te salve, María... Llena eres de gracia—continuó el padre Charlie.

Apenas podía concentrarme en sus palabras cuando mi cuerpo temblaba. Al menos había dormido profundamente, gracias al té de margaritas; había experimentado la noche más placentera y extraña de mi vida. Mi mente divagaba en esos recuerdos cada segundo, atrapada entre el placer que se deseaba y la confusión que ello provocaba. Nunca antes me había sentido así; me sentía sucia, impura, caótica. ¿Cómo podía ser que mi primera noche en este suelo santo se convirtiera en un revoltijo de emociones y deseos?

Me estremecí nuevamente.

Mis ojos se fijaron en el padre Charlie, y en el instante en que hicimos contacto visual, él me guiñó el ojo.

Asqueroso.

Pensé.

Ruedo mis ojos, y mis labios se curvaron en una mueca al sentir un retorcijón en el vientre. Miré a mi alrededor, perdida, y me levanté de mi asiento, pidiendo permiso para salir discretamente en dirección al baño. Una vez allí, levanté mi larga falda y me quité el hábito, colgándolo sobre la puerta del baño. Me senté en la única taza, con mis bragas y una camiseta blanca cubriendo mi torso.

—Mierda—murmuré, cambiando mi compresa por una nueva—, demonios...

Cerré los ojos y dejé caer mi cabeza contra la pared detrás de mí. Solté un profundo suspiro. Mi cuerpo se relajó, pero nuevamente la imagen de anoche me hizo sonrojar. Deseaba comprender el origen de aquel sueño, la razón detrás de esos deseos y la necesidad que había despertado en mí.

Abrí los ojos y miré el techo blanco.

Sentí una repentina necesidad de fumar un cigarrillo. La imagen del humo danzando en el aire me resultaba tentadora, pero en ese instante recordé cómo el padre Charlie había confiscado mis cigarrillos la última vez que me encontró. Lo maldije en voz baja, frustrada por la decisión que me había obligado a tomar. Me levanté, acomodándome el hábito antes de salir del baño, sintiendo que la incomodidad del vestido me acompañaba de nuevo.

Al caminar por la enorme y solitaria iglesia, me di cuenta de que la misa había terminado. Las bancas estaban casi vacías, y el eco de las últimas palabras del padre Charlie se desvanecía lentamente. Me murmuré a mí misma que el padre Charlie parecía tener una maestría en alegrar a las personas con sus sermones. Era un don que a veces no lograba comprender del todo. Hablando de él, recordé que debía ir a buscarlo; teníamos que regresar juntos a "casa". Pasaban de las cinco de la tarde, y el día se desvanecía lentamente.

Mientras me acomodaba el hábito sobre el cabello, mis ojos se detuvieron en una pareja de adolescentes que estaban cerca. Se abrazaban y se besaban con una felicidad desbordante, regalándose sonrisas que mostraban una conexión tan profunda que me hizo sentir un dolor en el pecho. Era un dolor por algo que ya no podría tener, una vida que había dejado atrás, todo por culpa de mi madre. La envidia y la tristeza se entrelazaron en mi corazón, recordándome lo que significaba la libertad, la juventud y el amor.

Night Sinners |Father Charlie|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora