Capítulo 1: El Ascenso del Zorro

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El sol comenzaba a ocultarse tras las montañas de Nernis, tiñendo el cielo de un rojo oscuro que, para muchos en el Reino de Tenebra, se sentía como un mal presagio. Las torres de la antigua ciudad de Salviorum, capital de un reino que durante siglos había estado bajo el yugo de una dinastía corrupta, se erguían como fantasmas en la distancia. A lo largo de los años, esas mismas torres habían sido testigos de traiciones, guerras y masacres, y aunque ahora el rey que las gobernaba había caído, las cicatrices del pasado seguían presentes en cada piedra.

En el corazón de la ciudad, las campanas resonaban con fuerza, pero esta vez no anunciaban la muerte o el sufrimiento. El Gran Salón de Tenebra estaba lleno de vida, adornado con estandartes de colores vibrantes, y las puertas se mantenían abiertas para que el viento fresco del otoño se colara por los pasillos de mármol. Fuera, una multitud exaltada aclamaba el nombre del nuevo rey, mientras esperaban ansiosos verlo aparecer desde el balcón del Gran Salón. "¡Zalvion, el Zorro!", coreaban una y otra vez, acompañados por el estruendo de tambores y trompetas.

Zalvion estaba allí, en el balcón del Gran Salón, observando la inmensidad del pueblo que se reunía abajo. Era un hombre alto, de contextura fuerte, con una barba rala y un semblante serio que, a pesar de su reciente ascenso al trono, aún mantenía las huellas de su vida pasada en el campo. Unos ojos grises, tan profundos como las montañas que se alzaban en el horizonte, observaban la masa de gente que lo aclamaba. Pero en su interior, Zalvion sabía que los verdaderos enemigos no estaban entre esa multitud eufórica. No, los verdaderos enemigos estaban más cerca, observándolo desde las sombras del Gran Salón, aguardando su oportunidad para derrumbarlo.

A su lado, su fiel consejero y mano derecha, Lord Felon, permanecía en silencio, aunque su mirada no se apartaba de los nobles que ocupaban los asientos elevados dentro del salón. Felon, un hombre de mediana estatura pero con una presencia intimidante, había sido uno de los más leales compañeros de Zalvion durante las revueltas campesinas que lo llevaron al poder. Portaba una armadura de cuero desgastada, un símbolo de que, a pesar de estar cerca del trono, aún no confiaba en las comodidades de la corte.

—Es un día glorioso, mi señor —murmuró Felon, su tono era solemne, pero la advertencia en sus palabras era clara—. Pero las celebraciones no deben cegarte. Los Cuervos del Consejo están al acecho, esperando el momento para hundir sus garras.

Zalvion asintió sin apartar la vista de la plaza. Sabía que tenía razón. Aunque había llegado al poder como un héroe del pueblo, no todos compartían el entusiasmo de la gente. Los Cuervos, como los llamaban en secreto en los rincones del reino, eran los antiguos consejeros de la extinta Casa Salviorum. Viejos nobles y consejeros que, a pesar de la caída de la dinastía, habían mantenido su poder e influencia en los corredores del palacio. Ellos habían gobernado por tanto tiempo desde las sombras que la destitución de un rey no había sido suficiente para desmantelar sus redes de control.

Zalvion sabía que enfrentarlos directamente sería peligroso. Pero si quería sobrevivir en este nido de víboras, tendría que actuar con cautela.

—¿Qué sugieres, Felon? —preguntó, con voz baja, finalmente apartando su mirada de la multitud para dirigirla a su consejero.

—Desmantelarlos antes de que logren organizarse —dijo Felon con firmeza, cruzando los brazos. Su mirada aguda se mantuvo fija en los nobles que comenzaban a acercarse, sonriendo de forma hipócrita mientras se preparaban para felicitar al nuevo rey—. Tienen demasiada influencia en las provincias y en el comercio. Si no lo haces ahora, sus venenos se filtrarán en cada esquina del reino. El pueblo puede aclamarte hoy, pero los Cuervos susurrarán mentiras hasta que esos gritos se conviertan en abucheos.

Zalvion reflexionó en silencio. Desmantelar el Consejo significaría desatar una tormenta política en su primer día como rey. Los nobles del reino estaban profundamente arraigados en las estructuras de poder, y un movimiento tan drástico podría provocar una reacción en cadena que llevaría a la guerra civil.

—Primero debemos consolidar las lealtades en las provincias —dijo Zalvion con cautela—. Si desmantelamos el Consejo sin tener el respaldo necesario, corremos el riesgo de ser derrocados nosotros mismos. Las viejas alianzas aún son fuertes en los rincones más alejados del reino.

Felon, claramente frustrado, exhaló un suspiro.

—Como desees, mi señor —dijo, bajando la cabeza en señal de respeto, aunque no ocultaba su desacuerdo—. Pero no olvides que los Cuervos no son simples hombres de edad avanzada. Tienen décadas de experiencia manipulando a los reyes. Si les das tiempo, te superarán.

Zalvion asintió, pero su mente ya estaba puesta en los próximos pasos. Sabía que Felon tenía razón. Los Cuervos del Consejo eran viejos maestros de la intriga, pero también sabía que un solo movimiento en falso podría destruir todo por lo que había luchado.

Cuando el rey y su consejero entraron en el Gran Salón para su primera reunión oficial, las puertas de madera maciza se cerraron tras ellos con un eco profundo que resonó en la enorme sala. Los nobles, sentados en altos tronos a los lados de la habitación, se levantaron al unísono al ver entrar a Zalvion. Aunque sus rostros mostraban cortesía, sus ojos revelaban otra cosa: una mezcla de escepticismo, resentimiento y calculado respeto.

Lord Berog, el miembro más antiguo del consejo y el más peligroso de todos, fue el primero en inclinarse ante el nuevo rey. Su capa adornada con los símbolos de la Casa Salviorum ondeaba mientras hacía una reverencia exagerada. Su sonrisa era delgada, casi cruel, y sus ojos brillaban con una astucia peligrosa.

—Su Majestad, el pueblo lo aclama como el salvador de Tenebra, y nosotros, humildes servidores de la corona, estamos aquí para asistirle en esta nueva era de prosperidad —dijo Berog con una voz empapada de falsa lealtad.

Zalvion lo observó en silencio durante unos instantes, sin dar señales de enojo ni gratitud. Sabía que detrás de esas palabras floridas había una amenaza velada. Los consejeros como Berog no servían a nadie más que a sí mismos.

—Agradezco tus palabras, Lord Berog —respondió Zalvion finalmente, su tono firme pero sereno—. Pero recordad que este no es el mismo reino que conocíais. El cambio ha llegado, y este reino lo guiaré yo.

La sonrisa de Berog no desapareció, pero sus ojos parecían endurecerse por un breve segundo. Para él, Zalvion no era más que un campesino afortunado que se había hecho con una corona que no entendía. Y no pasaría mucho tiempo antes de que ese mismo campesino descubriera que la realeza requería mucho más que carisma y promesas.

La reunión del consejo continuó, con los nobles discutiendo las primeras medidas que el nuevo rey debía tomar. Se habló de las reformas económicas, de las alianzas con los señores del sur, y del creciente problema de los rebeldes en las montañas del norte, que comenzaban a amenazar la estabilidad del reino. Pero a medida que las discusiones avanzaban, Zalvion observaba en silencio, conociendo a sus enemigos, uno por uno.

Entre las figuras del consejo, La Dama de las Serpientes se mantenía en silencio, en las sombras. Nadie conocía su verdadero nombre, y pocos sabían de dónde venía. Pero su poder e influencia eran innegables. Era una mujer alta, vestida de negro, cuyos ojos oscuros parecían observarlo todo sin ser vista. Zalvion no confiaba en ella, pero sabía que mantenerla cerca era una necesidad. Su red de contactos y su capacidad para manipular eran legendarias en el reino.

Cuando la reunión llegó a su fin, Zalvion se retiró a sus aposentos, sintiendo el peso del trono más pesado de lo que jamás había imaginado. Lord Felon lo acompañaba, en silencio, pero la preocupación en su rostro era evidente.

—El trono es más pesado de lo que esperaba —murmuró Zalvion, dejando caer la corona de oro sobre la mesa de madera oscura.

Felon, que observaba en silencio, respondió con tono grave:

—Es porque no solo llevas la corona, mi señor. Llevas el peso de un reino en llamas.

Las Llamas del Poder: El Reino del ZorroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora