Capítulo 11: Los Secretos del Consejo

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La luna llena bañaba el Consejo de Sabios con una luz pálida, haciendo que las sombras parecieran más profundas en las cámaras subterráneas del castillo. La Dama de las Serpientes y su leal aliado, Eldric, estaban frente a Maestro Vaurin, el líder del Consejo, un hombre cuyo conocimiento sobre las fuerzas ocultas del reino era casi legendario. El silencio que había caído sobre ellos pesaba como una losa, y el aire estaba cargado de una tensión que solo se sentía cuando se estaba al borde de una gran revelación.

Vaurin, con su mirada astuta y rostro inmutable, dejó que sus ojos viajaran de La Dama a Eldric antes de hablar.

—El emblema del halcón no es solo un símbolo de una alianza rebelde —comenzó Vaurin—. Es mucho más antiguo de lo que creéis. En los registros de nuestro Consejo, ese emblema ha aparecido en momentos críticos de la historia de Tenebra. Siempre asociado con disturbios, caídas de reyes y luchas internas. Es un símbolo de aquellos que se mueven en las sombras, esperando su oportunidad para traer caos y reclamar lo que creen que les pertenece.

La Dama de las Serpientes lo observaba con su habitual calma, pero las palabras de Vaurin encendían algo en su interior. El peso de lo que decía era innegable.

—¿Estás diciendo que hay fuerzas antiguas moviéndose nuevamente? —preguntó ella, manteniendo su tono suave pero alerta.

Vaurin asintió lentamente.

—El halcón oscuro representa más que una simple rebelión. Se trata de un grupo de antiguos linajes que creen que tienen un derecho al trono de Tenebra. Algunos de ellos llevan siglos escondidos, otros han mezclado su sangre con la nobleza actual, pero todos comparten un objetivo: reclamar el reino. Y parece que han empezado a moverse de nuevo, viendo debilidad en el reinado de Zalvion.

La Dama intercambió una mirada rápida con Eldric. Esta revelación cambiaba todo. Si el emblema del halcón oscuro representaba a un grupo con raíces tan profundas en la historia del reino, significaba que las amenazas a Zalvion no venían solo del exterior, sino que podían estar infiltradas en cada rincón de la corte y más allá.

—Si lo que dices es cierto, entonces el reino está más comprometido de lo que imaginamos —dijo La Dama—. Zalvion no sabe en quién puede confiar, y los traidores pueden estar mucho más cerca de lo que piensa.

Vaurin asintió de nuevo.

—Correcto. Si el Consejo ha decidido actuar es porque creemos que este movimiento está ganando fuerza. Y si no se les detiene a tiempo, podría ser el fin de Tenebra como lo conocemos.

Eldric, que había permanecido en silencio hasta ese momento, dio un paso adelante.

—¿Sabéis dónde están operando? ¿O quién está detrás de todo esto?

Vaurin lo miró con ojos cansados, como si cargara con el peso de siglos de secretos.

—Sabemos de ciertos nombres, familias nobles que han sido sospechosas durante generaciones. Algunas se han mantenido en la sombra, mientras que otras han fingido lealtad al trono. Sin embargo, hay un nombre que destaca: La Casa Valkar. Fueron una vez una de las familias más poderosas de Tenebra, hasta que su linaje fue purgado hace tres siglos por traición. Sin embargo, algunos dicen que no todos murieron... que algunos sobrevivieron y juraron venganza.

La Dama de las Serpientes frunció el ceño. La Casa Valkar era un nombre que no había escuchado en mucho tiempo, pero sus leyendas de traición y caída seguían vivas en la historia del reino. Si quedaban descendientes de los Valkar, eso significaba que habían esperado durante siglos, acumulando poder en las sombras, esperando el momento adecuado para atacar.

—Si los Valkar están detrás de esto, tendremos que movernos con cautela —dijo La Dama—. Sabes que no se detendrán hasta ver caer a Zalvion. Pero antes de actuar, necesito más información. Quiero saber qué familias están aliadas con ellos, qué territorios están bajo su influencia. Y tú, Vaurin, eres quien puede darnos esas respuestas.

Vaurin sonrió levemente, su mirada profunda y oscura.

—La verdad siempre tiene un precio, Dama. Pero si estás dispuesta a pagarlo, entonces el Consejo estará dispuesto a colaborar.

Mientras tanto, en las afueras de Salviorum, un carruaje oscuro se deslizaba por los caminos polvorientos en dirección al castillo. Dentro del carruaje viajaba Lord Galrin, con una expresión de calma mientras sus pensamientos bullían con intensidad. Su reciente reunión con Lord Berog había sido productiva, pero Galrin no era un hombre que confiara en nadie por completo. Sabía que Berog era astuto, que siempre jugaba para ganar, y que no dudaría en traicionarlo si eso le daba ventaja.

Galrin había estado observando los movimientos recientes en la corte. Talenor, con su ambición desmedida, había caído, pero su caída había dejado un vacío de poder que Galrin estaba dispuesto a llenar. Los rumores de que gremios del sur estaban apoyando a los rebeldes habían llegado a sus oídos, y Galrin sabía que tenía que actuar rápidamente si quería consolidar su posición.

Mientras el carruaje avanzaba, Jorien, el capitán de su guardia personal, se acercó a la ventanilla.

—Mi señor, hemos detectado movimiento en los caminos. Un grupo de jinetes se dirige hacia nosotros. No parecen ser soldados reales, pero van armados.

Galrin frunció el ceño. Siempre había bandoleros en los caminos, pero algo en el tono de Jorien lo hizo pensar que esto era algo más.

—Prepárate —ordenó Galrin—. No quiero sorpresas.

Los jinetes aparecieron en el horizonte, moviéndose con una velocidad que indicaba que no estaban ahí por casualidad. Jorien organizó a la guardia de Galrin rápidamente, formando un círculo defensivo alrededor del carruaje.

Cuando los jinetes se acercaron lo suficiente, Galrin vio que llevaban emblemas que no reconocía, pero sus rostros estaban cubiertos por capuchas oscuras. Un mal presentimiento se apoderó de él.

—Mi señor —murmuró Jorien—, no son simples bandidos.

El ataque fue inmediato. Las espadas brillaron bajo el sol, y los jinetes se lanzaron sobre la guardia de Galrin con una ferocidad inusitada. El choque de armas resonó en el aire, mientras los hombres de Galrin hacían todo lo posible por resistir. Galrin, aún dentro del carruaje, observaba con creciente preocupación cómo sus guardias eran superados por la velocidad y habilidad de los atacantes.

De repente, uno de los jinetes desmontó y se acercó al carruaje. Antes de que Galrin pudiera reaccionar, el hombre arrancó la puerta y lo apuntó con una hoja brillante.

—Lord Galrin —dijo el jinete con voz calmada—. No tenemos intención de matarte... por ahora. Solo queremos enviarte un mensaje.

Galrin mantuvo la calma, aunque su corazón latía con fuerza.

—¿Qué clase de mensaje?

El jinete inclinó la cabeza ligeramente, dejando entrever una sonrisa oculta bajo su capucha.

—Dile a tus amigos de la corte que el juego ha comenzado. El halcón ya vuela, y aquellos que se interpongan en su camino serán destruidos.

Antes de que Galrin pudiera responder, el jinete guardó su espada y dio la señal para retirarse. Los jinetes desaparecieron tan rápido como habían llegado, dejando a Galrin y a sus hombres atónitos y heridos en medio del camino.

Galrin sabía que esto era solo el principio. El halcón oscuro no solo era un símbolo de rebelión, era un aviso de que alguien estaba moviendo sus piezas, y que pronto, los ecos de esa oscuridad llegarían hasta el corazón del reino.

De vuelta en Salviorum, Lord Berog caminaba por los pasillos del castillo, sonriendo para sí mismo. Sabía que los vientos estaban cambiando, y aunque no confiaba en Galrin, veía su utilidad en la jugada que se avecinaba. El reino estaba en una encrucijada, y si lograba jugar bien sus cartas, podría convertirse en uno de los hombres más poderosos de Tenebra.

Pero mientras Berog reflexionaba sobre su estrategia, no pudo evitar sentir una sombra que se cernía sobre él, un presentimiento oscuro de que algo, o alguien, lo estaba observando desde las sombras.a

Las Llamas del Poder: El Reino del ZorroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora