Capítulo 5: Los Hilos Invisibles del Poder

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La luna se alzaba alta sobre los cielos de Tenebra, derramando una luz pálida sobre los tejados de la ciudad y las murallas del palacio real. Desde lo alto de las torres de Salviorum, la capital del reino, se podía observar el ajetreo en las calles mientras la población se preparaba para la inevitable guerra que ya se cernía sobre ellos. Los comerciantes cargaban sus caravanas, los herreros trabajaban incansablemente en las forjas y los soldados caminaban por las avenidas con la mirada endurecida. La guerra en el norte ya no era solo un rumor: era una certeza.

Zalvion se encontraba en sus aposentos, mirando el mapa extendido sobre la gran mesa de roble en el centro de la habitación. Frente a él, varios generales y consejeros discutían estrategias, pero sus palabras parecían disolverse en el aire. El rey no podía dejar de pensar en la advertencia que había recibido: un traidor en su corte, alguien que estaba ayudando a los rebeldes del norte. La guerra no solo se libraba en el campo de batalla, sino también en los pasillos oscuros de su propio palacio.

Lord Felon estaba allí, como siempre, de pie junto al mapa, señalando con energía los movimientos que sus tropas realizarían en las próximas semanas. Felon, impulsivo pero leal, seguía convencido de que la única forma de sofocar la rebelión era aplastarla con una fuerza abrumadora.

—Majestad, no podemos esperar más —decía Felon con su tono habitual de urgencia—. Las tropas del norte se están organizando mejor de lo que esperábamos. Cada día que pasa, su control sobre las aldeas crece. Debemos atacar ahora, mientras aún tenemos ventaja.

Junto a Felon, estaba General Arnon, un hombre de edad avanzada pero con la fortaleza de un soldado que había visto demasiadas guerras. Arnon era el comandante de las fuerzas reales y había servido a la antigua Casa Salviorum antes de que Zalvion llegara al poder. Aunque había jurado lealtad al nuevo rey, Zalvion sabía que la influencia de los viejos nobles aún pesaba sobre él.

—La velocidad no lo es todo, Lord Felon —respondió el general, con su voz grave y calmada—. Nuestras tropas aún no están listas para una campaña tan extensa. A menos que quieras perder hombres innecesariamente, sugiero que tomemos un enfoque más calculado. Fortifiquemos nuestras posiciones primero, aseguremos el apoyo de los nobles locales, y luego avancemos. No queremos una guerra que se alargue indefinidamente.

Zalvion escuchaba en silencio, sopesando las opciones. Sabía que Felon tenía razón en cuanto a la urgencia, pero también sabía que Arnon, con su experiencia en el campo de batalla, tenía razón al advertir sobre los peligros de una campaña precipitada.

Mientras tanto, sentado en la esquina de la sala, con una copa de vino en la mano, estaba Sir Haldric, un noble de bajo rango pero con gran astucia. Haldric había logrado su posición no por su linaje, sino por su habilidad para moverse entre las sombras del poder. Nadie confiaba plenamente en él, pero todos sabían que su habilidad para obtener información era invaluable. Haldric tenía contactos en cada rincón del reino, desde los gremios de comerciantes hasta las tabernas más sórdidas de la capital.

—Si me permitís, majestad —dijo Haldric con una sonrisa pícara mientras giraba la copa entre sus dedos—, no se trata solo de la fuerza o la velocidad. Los rebeldes del norte están recibiendo suministros de alguna fuente externa. Mis informantes dicen que podría ser de los gremios del sur, o incluso de uno de los señores del oeste. Mientras no cortemos esas rutas de suministro, cualquier avance que hagamos será inútil.

Zalvion giró su atención hacia él.

—¿Tienes pruebas de esto, Haldric? —preguntó el rey.

Haldric se encogió de hombros.

—No pruebas, exactamente. Pero mis contactos están trabajando en ello. Los gremios han sido cautelosos, pero con la cantidad correcta de oro o... persuasión, estoy seguro de que se puede obtener algo más concreto.

Las Llamas del Poder: El Reino del ZorroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora