¿Conquista amorosa?

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Llevo dos días encerrada en mi habitación, viendo películas de romance triste y comiendo más chocolate del que debería. No tengo energía para enfrentarme al mundo y, si soy sincera, tampoco quiero hacerlo. Desde la pelea con Lamine, todo ha sido... raro. Solo he hablado con Lara, que ha intentado consolarme sin mucho éxito.

Primeros amores, primeras peleas: la primera de muchas, la última de pocas.

Ahora mismo estoy viendo *Tres metros sobre el cielo* por tercera vez, con el corazón encogido en cada escena. Justo cuando pienso que voy a llorar de nuevo, mi madre entra en la habitación sin tocar la puerta, como suele hacer.

Admítelo, es la tercera vez porque sale Mario Casas.

—Marina, ya basta —dice con voz suave pero firme, mientras se acerca a mi cama.

No tengo fuerzas para contestarle, así que simplemente me encojo bajo la manta, esperando que se rinda y me deje en paz. Pero no se va. Se sienta a mi lado y me mira con esos ojos que siempre parecen saber lo que siento, incluso cuando no quiero admitirlo.

—Cariño, no puedes seguir así. Sé que lo estás pasando mal, pero tu vida no puede detenerse por esto.

Me quedo en silencio, mirando la pantalla sin realmente verla. La película sigue avanzando, pero mis pensamientos están en otro lugar... en él.

—Hoy es el día de las pruebas de Diego —añade mi madre, como si eso fuera a sacarme de mi trance.

Diego. Claro. Me prometí que lo llevaría a las pruebas del Barça. Había estado hablando de eso durante los últimos dos meses, practicando y entrenando con la ilusión de que todo saliera bien. Suspiro. No puedo fallarle, aunque ahora mismo no tenga ganas de moverme ni un centímetro.

—Lo sé —digo finalmente, y, sin mucho ánimo, me levanto de la cama.

Voy al armario y cojo lo primero que encuentro: una chaqueta larga de cuero, una gorra negra y mis gafas de sol más oscuras. Lo justo para ocultarme del mundo. No tengo ganas de ver a nadie ni de que me vean. Apenas he hablado con mi madre mientras salíamos de casa, pero ella entiende que no tengo ganas de hablar, así que no insiste.

Ya en el metro, Diego está tan emocionado que no puede quedarse quieto. Me saca una sonrisa, aunque mi ánimo siga por los suelos.

—Marina, cuando entre al Barça, voy a ser más famoso que Lamine. Pero tranqui, te invitaré a todos mis partidos, ¿vale? Aunque claro, no te podré dedicar goles, ya que los goles serán para mi conquista amorosa. Pero no te preocupes, Lamine ya te los dedica. —Su risa contagiosa llena el vagón y, por un segundo, me siento más ligera.

—¿Tu conquista amorosa? —le respondo.— ¿Quién es esta vez?

Diego mira a ambos lados para asegurarse de que nadie lo escucha y baja la voz:

—Es un secreto, ya te lo explicaré.

Levanto las cejas. Mi hermano, con solo 10 años, ya ha tenido una amplia vida amorosa y le encanta contar todo sobre ella. A veces, hasta demasiado. Por eso me sorprende que no lo haya contado antes, ya que normalmente no le importa compartirlo.

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Cuando llegamos y bajamos del metro, siento algunas miradas sobre mí. Quizás sea mi imaginación. Me escondo un poco más bajo la chaqueta, las gafas y la gorra, intentando pasar desapercibida. No estoy lista para enfrentar la curiosidad o los comentarios de nadie.

Al subirnos al Uber, me quito las gafas y la gorra, soltando un suspiro de alivio. Sin embargo, en cuanto arrancamos, el conductor da un frenazo que hace que Diego se queje.

Un clásico no muy clásicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora