Parte 5

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El relato sobre la muerte de la gata blanca que Edwin vio estaba tomando un rumbo inesperado al descubrir que la gata en cuestión estaba muerta. El rey gato comentó brevemente que la gata era de una familia donde la durmieron luego de caer enferma. Es lo que sus súbditos lograron descubrir ya que no tuvieron tiempo de verla por última vez.

—Es una de las costumbres entre nosotros los gatos —explicó el rey gato, mirando fijamente a Edwin—. Cuando sentimos que nuestro final se acerca, buscamos un lugar tranquilo para descansar. Desaparecemos en silencio, sin hacer ruido, sin despedidas. Es algo que muchos humanos no entienden.

Edwin escuchaba atento mientras el rey gato continuaba.

—Pero en ocasiones, cuando estamos demasiado enfermos, los humanos optan por darnos lo que llaman una muerte sin dolor. Un acto que creen misericordioso, pero que a veces nos priva de nuestra última elección. Así ocurrió con la gata blanca. Sus humanos la cuidaron en casa, con la esperanza de que mejorara, pero finalmente, tomaron la decisión por ella. No pudimos hacer nada más por ella. —El rey gato dejó escapar un suspiro, cargado de amargura—. Poco después que ustedes llegaron la enterraron en el cementerio de Port Townsend...

El aire se tornó denso con las palabras del rey gato. Edwin frunció el ceño, recordando lo que había visto en el segundo piso de la carnicería de Jenny. La gata blanca, majestuosa y etérea, los había guiado hasta la escuela, no parecía que estuviera muerta. Algo no encajaba.

—Es triste no poder decidir cómo dejar este mundo —añadió el Rey Gato, con un tono cargado de melancolía—. Y aún más triste es vernos privados de la oportunidad de hacer nuestra última elección antes del descanso eterno.

Edwin permaneció en silencio, sumido en sus pensamientos. Todo parecía señalar que la gata que había visto era la misma que el rey gato mencionaba. Pero, hubo algo en el comentario del rey gato que le llamó la atención.

—¿El descanso eterno? —repitió Edwin, con un deje de inquietud en la voz.

El rey gato soltó una leve risa, aunque sin alegría y continuó.

—¿Alguna vez has visto un gato fantasma, Edwin?

La pregunta quedó suspendida en el aire. Edwin se quedó callado, recordando las múltiples aventuras que había vivido junto a Charles. Sus ojos se posaron en el sofá donde su compañero yacía, retorciéndose en un estado de pesadilla. Recordaba cómo fueron cada una de las aventuras pero nunca antes se había detenido a pensar en la existencia de animales como fantasmas hasta que se hizo esa pregunta. Edwin sacudió la cabeza lentamente, respondiendo a la pregunta del monarca con un mudo "no".

El rey gato continuó, con un tono más reflexivo.

—Nosotros, los gatos, tenemos nueve vidas. Para mí, son nueve oportunidades para vivir al máximo, para aprender de cada muerte y mejorar en la siguiente vida. Aunque con el tiempo, algunos olvidan incluso temerle a la muerte. Es fácil perder la cuenta cuando cada vida se siente tan fugaz.

Edwin no se atrevió a preguntar cuántas veces habría muerto el Rey Gato para llegar a esa comprensión tan profunda. No sabía nada de los inicios del monarca, ni de cómo había llegado a ser quien era, y presentía que ese era un terreno al que no debía aventurarse.

—¿Incluso alguien como tú teme a la muerte? —es lo único que se atrevió a preguntar Edwin.

—Sí, por supuesto que sí —respondió el Rey Gato, con una sinceridad que lo sorprendió—. Porque siempre se lleva a los seres que más aprecio.

El monarca extendió una mano y rozó la mejilla de Edwin. El calor y la suavidad de su toque parecían querer transmitir lo mucho que significaba para él. Por su parte, el Rey Gato recordaba con tristeza amarga el momento en que la pulsera que había colocado en la muñeca del joven detective había regresado a sus manos, un recordatorio de su impotencia frente a los demonios del infierno. Y no mucho después, la bruja Esther Finch le había arrebatado la vida dejándolo un poco más cerca de aquella sensación de la muerte.

sin titulo todavíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora