Capítulo 7: Ladrona

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Cuando Obito recibió los recuerdos del clon que había dejado en el castillo, no pudo evitar fruncir el ceño por un instante. Definitivamente, su relación con la líder de las mosqueteras y la mano derecha de Henrietta no era buena, y él tampoco estaba interesado en mejorarla.

Por primera vez, se preguntó: ¿Cuándo estaría saldada su deuda con la princesa? No tenía intención de permanecer atado a ella por el resto de su vida. 

Rin le había dicho una vez que debía buscar su felicidad, pero no podía imaginarse disfrutando de la vida rodeado de esa nobleza arrogante, que miraba con desdén a quienes consideraban menos afortunados. Incluso en su propio mundo, nunca había visto una línea tan marcada de desigualdad, donde la acumulación excesiva de riqueza y poder era algo tan descarado.

Recordó a su antiguo maestro, el ninja más fuerte de Konoha. A pesar de su fuerza y reputación, vivía en un apartamento modesto, cocinaba su propia comida, lavaba su ropa y se esforzaba día a día como cualquier otra persona. Era una existencia simple, pero digna, y contrastaba enormemente con lo que veía aquí.

Claro, tampoco es que la desigualdad no existiera en su mundo. Por un momento, su mente evocó imágenes de los Uchiha, Hyuga y otros clanes poderosos. 

Siempre había alguien que estaba por encima de los demás; así era el mundo, y eso no cambiaba, incluso en otra dimensión.

No podía escapar de la amarga verdad que Madara le había obligado a ver: el mundo siempre estaría dividido entre los poderosos y los débiles.

Alejó esos pensamientos de su mente y se concentró en algo más práctico. ¿Qué podía hacer para saldar su deuda con Henrietta? No quería prolongar su obligación indefinidamente. Tenía que haber una forma de cumplir con ella, dejar ese asunto atrás y recuperar la libertad de elegir su propio camino.

Por ahora, solo se le ocurrió una forma de saldar su deuda: salvarle la vida a Henrietta en algún momento. Esperaba que con eso la cuenta quedara pagada y pudiera considerarse libre de esa obligación. Esa sería su primera prioridad. Sin embargo, había otro asunto mucho más difícil de resolver, uno para el que no tenía respuestas claras.

Ser feliz.

La felicidad... Obito trató de pensar en ello. 

¿Había sido feliz alguna vez, desde lo ocurrido con Rin?

Inclinó la cabeza mientras su mente recorría los recuerdos: el entrenamiento exhaustivo, conocer a Nagato, los planes interminables, la manipulación, las batallas, las muertes. Ninguno de esos momentos evocaba un solo atisbo de alegría. No podía recordar una ocasión en la que su corazón hubiera saltado de emoción o en la que hubiera sonreído porque estaba realmente feliz, como solía hacerlo cuando Rin estaba cerca. Esa sensación que una vez había sido tan común para él, ahora se sentía lejana, perdida en algún lugar al que ya no podía llegar.

No la había sentido en los últimos dos años, ni siquiera una vez.

Sabía que no podía recuperar lo que había perdido. Cuando era niño, la felicidad había llegado con tanta facilidad, casi de manera natural. Nunca se detuvo a pensar en cuánto valoraba a su maestro, a Kushina, o a Rin. Su presencia siempre había sido una constante, una parte inquebrantable de su mundo. En su mente, siempre estarían allí, vivos, sin importar lo que ocurriera. Nunca imaginó un mundo donde ellos no estuvieran a su lado.

Probablemente, ese fue su primer error: basar su felicidad únicamente en esas personas, sobre todo en Rin. 

Porque, para él, ellos eran todo lo que tenía. Ni su clan, ni la aldea, ni siquiera su sueño de ser Hokage le habían dado la misma felicidad. Lo que lo hacía feliz era hablar con Rin sobre convertirse en Hokage, sentir cómo ella se preocupaba por él, entrenar a su lado y compartir esos momentos.

Obito Uchiha en Zero no TsukaimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora