Cinco: Confiésate ante el señor

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Me arrodillo frente al gran lavabo de piedra, rodeada por las otras hermanas

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Me arrodillo frente al gran lavabo de piedra, rodeada por las otras hermanas. El sonido del agua corriendo llena el cuarto, un eco que rebota en las paredes de azulejos gastados. Me esfuerzo por concentrarme en el trabajo, restregando la tela con fuerza, pero mis manos tiemblan, torpes. Clara, a mi lado, mueve sus manos con una facilidad que me hace sentir aún más fuera de lugar.

El jabón resbala entre mis dedos, y noto el agua fría traspasar mis mangas. Mientras froto una de las túnicas, la culpa me aplasta el pecho. Aquí estoy, pretendiendo formar parte de algo, cuando sé que en mi interior todo está desmoronándose. No puedo dejar de pensar en lo que he hecho, en lo que me hicieron.

Me esfuerzo por no mirarlas, por no dejar que mis ojos delaten la confusión que siento. Las otras hermanas conversan en murmullos, pero sus palabras son como un zumbido lejano para mí. Me siento tan sola, atrapada en mis pensamientos. Sor Elvira me lanza una mirada de reojo; la frialdad en sus ojos me traspasa, pero no digo nada. No puedo.

No puedo contarles la verdad. No puedo hablar de lo que me pasa, de lo que vi anoche, de lo que sentí cuando Charlie me miró de esa manera, como si lo supiera todo. Las preguntas me rondan la mente, pero no hay nadie en quien confíe lo suficiente para compartirlas. Ni siquiera Clara, a quien veo como una aliada, podría entender el peso que llevo.

Las manos me empiezan a doler por la presión que ejerzo al frotar, pero no paro. Tal vez, si sigo trabajando, si sigo pretendiendo, podré olvidar... aunque sea por un momento.

El agua comienza a enturbiarse mientras las prendas pierden su suciedad, pero siento que la mía sigue adherida a mí. No importa cuánto frote, cuánto me esfuerce, no consigo desprenderme de esa sensación de desasosiego. Cada golpe de mis manos contra la tela es un recordatorio de todo lo que está mal, de las mentiras que me obligo a tragar.

Clara me lanza una sonrisa rápida, como si supiera que estoy sumida en mis pensamientos, pero no digo nada. Solo asiento ligeramente, obligándome a parecer presente. Todo aquí me recuerda lo que debería sentir: la devoción, la tranquilidad, la paz. Pero, en lugar de eso, siento que algo me ahoga. El aire en este lugar, tan limpio y cuidado, me asfixia más que cualquier otra cosa.

—Aurora, estás frotando demasiado fuerte —me dice Clara suavemente, poniéndome una mano en el hombro. Su toque es reconfortante, pero no puedo corresponderle la sonrisa.

—Lo siento —susurro, apartando la mirada. Siento mis ojos arder y aprieto la mandíbula para no dejar escapar nada más.

Veo de reojo a Sor Elvira, siempre tan meticulosa, lavando con una calma que me parece irreal. Las demás hermanas siguen con sus tareas como si nada en este lugar fuera extraño. Me pregunto si alguna vez han sentido lo mismo que yo. Si han tenido dudas, si han notado lo que yo noto: el control velado en cada rincón, en cada gesto.

Mientras enjuago la túnica y la cuelgo, el peso en mi pecho aumenta. No debería estar aquí, pienso, pero no puedo irme. No aún. Charlie, el convento, las promesas... todo me ata a este lugar, a esta mentira que me estoy contando a mí misma. Pero, sobre todo, me ata el miedo.

Perdóneme PadreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora