No me rendí, solo me tomé una siesta

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El mundo a mi alrededor era un vacío oscuro, un silencio tan profundo que ni siquiera el rugido de la multitud logró alcanzarme. Todo estaba distante, como si flotara en un espacio ajeno a mi propio cuerpo. El dolor, el cansancio, todo quedó suspendido en ese abismo que me envolvió.

Entonces, poco a poco, la oscuridad comenzó a retroceder.

Primero fue el sonido. Un murmullo bajo y confuso, que poco a poco fue cobrando fuerza hasta convertirse en voces apagadas, pasos que resonaban cerca de mí, y algo que se sentía como una leve presión en mi brazo. Intenté moverme, pero mi cuerpo parecía estar hecho de plomo, demasiado pesado para responder.

Luego, la luz. Parpadeé varias veces, tratando de enfocar la vista. Las luces del techo me cegaban, demasiado brillantes, demasiado frías. Todo a mi alrededor estaba borroso, pero reconocí la silueta de alguien sentado a mi lado.

– Por fin despiertas – la voz de Alas se filtró en mis oídos, sonando más relajada de lo que esperaba.

Parpadeé otra vez, esta vez logrando enfocar su rostro. Estaba en la habitación, tenía una venda en el hombro derecho.

– ¿Qué... qué pasó? – Mi voz salió rasposa, como si no la hubiera usado en días. Alargué el brazo para coger mis gafas y poder ver mejor.

– Te desmayaste – respondió, encogiéndose de hombros. – Justo después de ganar. Debiste haber visto tu cara, fue épico. Y, claro, dramático como siempre.

Intenté incorporarme, pero mi cuerpo protestó. Un dolor agudo me recorrió desde el estómago hasta los hombros, recordándome que, aunque había ganado, mi cuerpo había pagado un precio alto por ello. Volví a recostarme, soltando un suspiro.

Cerré los ojos por un segundo, recordando los golpes que había recibido. Aún podía sentir el dolor en el estómago donde el tipo me había dado esa patada brutal, y la sensación de mis nudillos rozando contra su rostro. Había ganado, pero apenas.

– ¿Cuánto tiempo estuve fuera?

– Unas horas – respondió, mientras me miraba con una mezcla de diversión y preocupación. – La multitud enloqueció, por cierto. Todos estaban seguros de que te habías rendido en el último segundo.

Lo miré, frunciendo el ceño.

– No me rendí.

– Lo sé. Pero no podías dejar de lado el toque dramático, ¿verdad? – se burló, aunque su tono era suave, sin malicia.

Lo observé por un segundo. Había algo en su mirada que me hacía sentir extrañamente tranquila, como si todo el caos que había sentido antes del combate ahora se hubiera disipado. Aunque no lo dijera en voz alta, sabía que estaba aliviado de que estuviera bien.

– ¿Y ahora qué? – pregunté, más para mí misma que para él.

Alas se encogió de hombros, pero su expresión se tornó un poco más seria.

– Ahora... todo cambia, como te dije. Has ganado tu lugar en la arena. – Me observó, buscando algún indicio de cómo me sentía al respecto. – Eso no es poca cosa, Ren.

Asentí lentamente, dejando que sus palabras se hundieran. Sabía que tenía razón. Había sido un combate, uno de muchos, pero cada uno de ellos significaba algo más. Cada victoria en la arena era un paso hacia un destino que no podía prever. Pero lo que me aterraba no era el hecho de que todo estuviera cambiando, sino que yo misma no sabía si estaba lista para manejar ese cambio.

– ¿Y qué pasa después de este tipo de victorias? – pregunté, sin apartar la vista del techo. – ¿Es así todo el tiempo? ¿Cada pelea te deja con esta sensación de que te arrancaron un pedazo?

Alas soltó una risa suave.

– Depende de la pelea. Y de lo que estés dispuesta a sacrificar. – Hizo una pausa, su tono se suavizó un poco más. – Pero sí, algunas batallas dejan cicatrices que no se ven.

Lo miré de reojo, pensando en las cicatrices visibles que él mismo llevaba. Había sobrevivido a muchas más peleas que yo, y, sin embargo, seguía adelante, con esa actitud despreocupada. Pero ahora podía ver algo más detrás de su fachada. Quizás una fatiga que no había notado antes, o tal vez era mi propia inseguridad reflejada en él.

El silencio se prolongó entre nosotros hasta que, finalmente, decidí romperlo.

– ¿Y tú? – pregunté, volviendo la cabeza para mirarlo de frente. – ¿Cuántas veces has sentido que perdiste algo en la arena?

Alas no respondió de inmediato. En cambio, se quedó allí, con la mirada fija en algún punto indefinido de la habitación, como si buscara las palabras adecuadas. Cuando finalmente habló, su tono fue más suave de lo que había esperado.

– Más veces de las que me gusta admitir – dijo, dándome una media sonrisa que no llegó a sus ojos. – Pero aquí estamos, ¿no?

Un ligero escalofrío recorrió mi cuerpo al escucharlo. Había una verdad dolorosa en sus palabras que me hizo sentir vulnerable. Ganar no era siempre una victoria limpia. Había un costo. Y en algún momento, tendría que decidir cuánto estaba dispuesta a pagar.

– Por cierto... Tienes que pasar por el despacho de M, ya sabes, para que te asignen un equipo y eso.

– ¿Algún consejo?

– Lo siento, pero ese hombre es tan impredecible que a saber que te hará.

Tragué saliva, sus palabras resonando en mi cabeza. ¿Qué me haría este loco hombre? ¿Qué hizo para llegar a líder de unidad? Bueno, la verdad es que eso ni lo quiero saber.

– Vamos, te acompañaré hasta la puerta. – Alas me ofreció su brazo y yo lo acepté.

Salimos en dirección a las escaleras, subimos los 3 pisos que nos separaban del despacho y ahí estaba. Una gran puerta de madera con una gran letra 'M' en el centro. Tragué saliva otra vez.

– Aquí ya te las tienes que apañar sola, pero solo te diré una cosa: No lo mires fijamente, y no creas nada de lo que dice. Tiene un don muy extraño.

Asentí y volví la mirada a la puerta. Toqué y esta se abrió lentamente.

– Bienvenida Raina, siéntate y charlemos.

Espera, ¿Cómo sabía eso? Solo había 2 personas que sabían mi verdadero nombre: Mi padre y mi hermana. Nadie más.Bueno, alomejor Aiden lo sabía, pero no creo.

Murió una estrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora