no recomiendo la terapia de M

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ADVERTENCIA: M está LOCO. Hay muchas cosas sin sentido y fuera de lugar, por algo es FANTASÍA.

La puerta se abrió lentamente, emitiendo un chirrido que resonaba como el eco de una advertencia. Era como si el tiempo mismo hubiera marcado su paso sobre las bisagras, desgastando la madera y la paciencia de quien la cruzara. Al otro lado, él estaba sentado, imponente, en un trono de terciopelo oscuro que contrastaba con la penumbra de la sala. No había otra palabra para describirlo: **un trono**. Y no era solo el sillón lo que transmitía poder; era él, su presencia, su forma de sentarse como si el mundo entero estuviera a sus pies.

La habitación era fría, envuelta en sombras que parecían danzar por las paredes, proyectadas por una lámpara antigua en la esquina, cuya luz apenas iluminaba. Me quedé un instante en el umbral, intentando calmar mi respiración, pero era imposible no sentir cómo mi pecho se oprimía bajo su mirada.

– Pasa, querida Raina – su voz era suave, pero había algo en ella que ponía los pelos de punta. Como el filo de una navaja oculta en seda.

El sonido de mi nombre en su boca fue como una bofetada. Me acerqué despacio, cada paso pesado, mis piernas casi negándose a moverse, como si cada fibra de mi ser gritara que debía darme la vuelta y correr. Pero no lo hice. En el centro de la sala, una pequeña silla de plástico, insignificante en comparación con la grandeza del trono que ocupaba, esperaba por mí. Era casi cómica en su sencillez, pero no había otra opción. Me senté, y el plástico emitió un leve crujido bajo mi peso. Por un instante, me transporté a la infancia, a esas sillas incómodas de la escuela, donde todo parecía demasiado grande y lejano.

– ¿Cómo lo sabe? – pregunté, refiriéndome al hecho de que había pronunciado mi nombre, **mi verdadero nombre**. Ese que yo había intentado enterrar.

Él arqueó una ceja, como si mi pregunta le pareciera irrelevante, un desliz sin importancia. Se recostó en su trono, moviendo los dedos de manera perezosa sobre el brazo del sillón, donde un anillo de oro macizo capturaba la tenue luz, reflejando destellos.

– ¿Saber qué? – dijo con tono despectivo, como si mi existencia misma le causara fastidio. – ¿Tu nombre? Está por todas partes, querida – continuó, con una sonrisa burlona. – En papeles, en internet... y, sobre todo, en tu mente.

Sus palabras hicieron que un escalofrío recorriera mi espalda. No era solo lo que decía, sino cómo lo decía. Como si hubiera estado espiando mis pensamientos, como si supiera más de mí de lo que yo misma comprendía. Me sentí expuesta, vulnerable. Intenté procesar lo que acababa de decir, pero antes de poder responder, su tono cambió bruscamente.

– ¿Y tú para qué has venido? – preguntó con evidente impaciencia, como si ya se hubiera cansado de nuestra conversación.

Intenté mantener la calma.

– He ganado mi primer combate – respondí, con una mezcla de orgullo y cautela.

Él no reaccionó. Ni un parpadeo. Por un segundo, pensé que no me había escuchado o, peor aún, que simplemente no le importaba.

– ¿Y qué quieres? – dijo finalmente, su voz cargada de sarcasmo. – ¿Que te aplauda? Habla con el jefe para que te meta en un equipo, y eso es todo.

Mi confusión creció. Sentía que algo no encajaba, que esta conversación no iba como la había imaginado.

– Perdón, pensé que usted era el jefe – dije, aclarando mi garganta.

Se inclinó ligeramente hacia adelante, su sonrisa sin alma extendiéndose.

– Yo soy el jefe – afirmó, con un tono que rozaba la condescendencia. Se quedó en silencio, mirándome como si esperara algo más, como si yo debiera entender alguna lección no dicha.

El silencio se volvió insoportable. Finalmente, su voz volvió a llenar el vacío.

– ¿Qué quieres, Raina?

Ese nombre. Otra vez. Como si fuera una daga.

– ¿Podrías no llamarme así? – murmuré, con el estómago revuelto. No me gustaba sonar tan vulnerable, pero no pude evitarlo.

Él ladeó la cabeza, divertido.

– Um... No – respondió, arrastrando la palabra. – Te llamas así, y así te llamaré. No pierdas el tiempo con juegos tontos.

El borde de la silla se hundió bajo mis dedos mientras apretaba los puños. No iba a ganar esta batalla, no en ese terreno. Era mejor seguir adelante.

– Lo del equipo... – intenté continuar, deseando que esta conversación terminara pronto.

– ¡Ah, sí! Estás en el equipo de tu compañero... ¿cómo era? ¿Alester?

– Alastor – lo corregí, tratando de ocultar mi creciente frustración.

– Lo mismo da – dijo con desdén, quitándole importancia. – Bueno, vete ya. Tengo cosas más importantes que hacer que lidiar contigo, Ren.

Ren. Ren. La confusión me golpeó, pero antes de poder decir algo, me levanté. De repente, el camino hacia la puerta se sentía extraño. El espacio entre la silla y la salida se había alargado, como si la habitación misma estuviera jugando conmigo. Mi respiración se volvió más pesada, acelerada. Cada paso hacia la puerta parecía un esfuerzo titánico. Cuando finalmente llegué y mis dedos rozaron el pomo, todo se desvaneció en un parpadeo.

De repente, estaba de nuevo en la silla. Pero esta vez, era de tamaño normal. Todo parecía desajustado.

Él seguía allí, mirándome desde su trono, impasible, casi aburrido.

– ¿Y tú qué haces aquí otra vez? – preguntó con irritación, aunque una leve sonrisa asomaba en sus labios. – Te dije que te largaras.

Me levanté de nuevo, sintiendo un leve mareo. Esta vez, la puerta estaba justo enfrente, como debería haber estado desde el principio. Estiré la mano, con más cautela esta vez, y giré el pomo lentamente. Nada pasó. Solté un suspiro de alivio, pero al darme la vuelta, M estaba justo delante de mí, con los brazos cruzados y una mirada severa.

– ¿Quién te dio permiso para levantarte? – preguntó, su voz afilada, como si estuviera a punto de atacar. – ¿Nunca te enseñaron modales? Mi padre solía decir... – Se interrumpió bruscamente, como si no recordara lo que iba a decir – Pues ya no me acuerdo... Era algo con moraleja fijo...

Me quedé paralizada mientras él debatía consigo mismo, sin saber qué hacer ni decir.

– ¿Me vuelvo a sentar o...? – balbuceé, confundida.

– ¡No! – exclamó con impaciencia – ¡Vete, vete, vete!

No esperé a que lo dijera de nuevo. Salí de la habitación, cerrando la puerta con fuerza tras de mí, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza desmedida. En el pasillo, me apoyé contra la pared, tomando aire. Todo había sido tan confuso, tan surrealista.

¿Qué demonios acababa de pasar ahí dentro?

– ¿Divertido? es como una sesión de terapia... Solo que puede llegar a matarte. – era Alas, apoyado en una columna, con su habitual sonrisa

– Ya me reiré cuando te toque a ti.

– Oh no, qué miedo – Dijo en tono burlón – ¿Vamos al Monty 's a celebrar tu supervivencia?

– Si por favor.

Y nos fuimos mientras yo le contaba todo lo ocurrido. La puerta, la silla, M en sí... Echamos unas risas y pasamos un buen rato, añoro los buenos tiempos. 

NOTA DE AUTORA: Holaaa👋👋👋, q os parece?? Ya os avisé de M... Y aún of falta lo mejor... Decidme como creíais que iba a ser M.

Murió una estrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora