Desperté sobresaltada al escuchar una voz que gritaba mi nombre desde muy cerca, cargada de urgencia y con una nota de alarma que hizo que mi corazón latiera más rápido.
—¡Ren, Ren! ¡Despiértate! —insistía la voz, apremiante.
Abrí los ojos apenas un poco, todavía sumida en la niebla del sueño, confundida y sin saber bien dónde estaba. Parpadeé para tratar de enfocar la vista, pero antes de que pudiera procesar nada, algo suave y esponjoso voló directo hacia mí y me impactó de lleno en la cara. Aturdida, parpadeé otra vez, dándome cuenta de que alguien me había lanzado una almohada sin miramientos.
—¡Oye! ¿Era necesario? —protesté, tratando de apartar la almohada de mi cara mientras mi visión se aclaraba poco a poco.
—¡Sí! Hoy tenemos misión. Ade ha cogido una que pinta bastante bien, pero aún tienes que conocer a los demás, y ¡no nos sobra el tiempo! —me respondió Alastor con impaciencia.
—¿Pero eso no era mañana? —pregunté, confundida y todavía algo dormida.
—Ya es mañana.
Suspiré, me tapé la cara con la almohada y solté un quejido de frustración. Hubiera preferido seguir durmiendo, pero el entusiasmo de Alastor me hizo entender que no me dejaría tranquila. Resignada, me levanté, me vestí lo más rápido que pude, y, cuando estuve lista, salimos juntos hacia la plaza.
—¿Me vas a explicar bien qué es eso de "Ade ha cogido una"? —le pregunté mientras caminábamos, todavía intentando entender el sistema.
—Es sencillo. Hay un tablón donde los jefes publican misiones especiales para ganar puntos extra. Cada miembro tiene que completar al menos tres misiones al mes o lo echan. Así que si quieres quedarte, mejor que vayas acostumbrándote al ritmo.
Asentí, cada vez más despierta mientras me contaba algunos detalles sobre el funcionamiento del equipo y el sistema de puntos. Imaginaba lo que me esperaba mientras avanzábamos entre callejones hasta llegar a una gran plaza. En el centro, una imponente torre del reloj se alzaba sobre todos los edificios, con una esfera enorme y algo deteriorada, visible desde cualquier esquina.
—Este reloj marca la hora para todo el sitio —me explicó Alastor, señalando la torre con cierto aire de resignación—. Está un poco retrasado, como puedes ver, y por eso está prohibido usar otros dispositivos que marquen la hora. Aquí, dependemos solo de él.
Observé el lugar con curiosidad hasta que noté un pequeño grupo en una esquina de la plaza. Al vernos, comenzaron a acercarse, y supuse que serían nuestros compañeros de equipo. Liderando el grupo iba una mujer alta, morena, de ojos azules y tez mediterránea. Era tan guapa que sentí un pequeño pinchazo de envidia. Yo, en comparación, era bajita, con el cabello negro oscuro teñido con mechones rosas y azules. Mis ojos, grises, nunca los había considerado especiales; eran un gris apagado, sin brillo.
—Mi nombre es Avery —dijo la mujer, extendiéndome la mano con una sonrisa.
La estreché, pero al hacerlo, sentí un apretón tan fuerte que casi grité de dolor. Avery pareció darse cuenta y soltó mi mano rápidamente.
—Uy, perdona, maldición de la fuerza... mala mía —se disculpó con una sonrisa incómoda.
—Ren, te presento al equipo —dijo Alastor, haciendo un gesto hacia los demás—. Avery es una máquina de matar y tiene la habilidad de ralentizar el tiempo. Luego tenemos a Ade —señaló a un hombre rubio, alto y de ojos verdes—, nuestro estratega principal, capaz de multiplicarse.
Ade me dedicó un asentimiento con una sonrisa amable antes de que todos giraran la atención al último miembro del equipo. Él estaba concentrado, tecleando en su ordenador. Tenía el cabello teñido de verde con tres mechones azules a cada lado. Sus ojos, siempre ocultos tras el reflejo de la pantalla, parecían de un tono ámbar profundo, aunque nunca los había visto bien.
—Él es Xavier, o Xav, el friki informático —explicó Alastor—. Tiene la habilidad de manipular la luz. —Luego se dirigió al grupo para presentarme a mí—. Y ella es Ren, con la habilidad de... ¿cuál era tu habilidad?
—Manipular la materia —contesté con algo de timidez.
—Eso mismo. Y solo falto yo —Alastor se señaló a sí mismo con los pulgares y una sonrisa confiada—. Soy Alastor, y puedo transformarme en cualquiera.
Noté que Avery había mencionado algo sobre "maldiciones" y me dio curiosidad, así que la señalé.
—Espera... Tú antes dijiste que tenías una maldición, ¿no? —pregunté.
—Eh, sí, todos tenemos una —respondió ella con un encogimiento de hombros.
—Ya, eso lo sé. La mía es la de los susurros —agregué, recordando mis propios problemas con ese don a medias.
—Si vamos a compartir las nuestras, será mejor que yo también diga la mía —intervino Ade, haciéndose un espacio para que todos lo miraran—. Yo tengo la maldición del clima; a veces, hasta una simple ráfaga puede convertirse en una tormenta cuando estoy cerca.
Xavier, sin decir nada, giró su ordenador para que pudiéramos leer lo que había escrito: *"Atraigo la energía"*.
—No habla mucho, te advierto —aclaró Alastor en voz baja—. Y yo tengo la maldición de no tener reflejo.
Un silencio un tanto incómodo se instaló en el grupo tras esta declaración. No sabía si era respeto o simplemente incomodidad, pero Alas decidió romper el silencio.
—Bueno, ya que finalmente estamos todos aquí, pongámonos en marcha —dijo Alastor con un tono decidido, mirando a cada uno de nosotros con una chispa de emoción que era imposible ignorar.
—¿A dónde vamos? —pregunté, tratando de controlar la mezcla de nervios y emoción que me agitaba el estómago. Sabía que esta misión era importante, que no era simplemente un golpe cualquiera.
—A la casa de un rico. Básicamente, vamos a dejarlo pobre —contestó Alastor con una sonrisa burlona y un brillo pícaro en los ojos. La seguridad con la que lo dijo me dio confianza. Sabía que él tenía todo bajo control... o eso esperaba.
Nos dirigimos a una de las salas de reuniones que habíamos reservado previamente. Ade esparció un mapa de la mansión sobre la mesa, un plano que mostraba con todo detalle los accesos, las puertas de seguridad, y las rutas que tomaríamos para evitar cualquier trampa o alarma. Colocó varias chinchetas en puntos específicos y, alzando la vista para asegurarse de que todos lo mirábamos, se aclaró la garganta.
—Bien, este es el plan. Alastor, tú te harás pasar por el hijo del dueño. Con ese disfraz, los guardias te dejarán pasar sin sospechar nada. Cuando estés dentro, nos abrirás esta puerta —señaló con precisión un punto en el mapa—, y Avery se encargará de neutralizar a los guardias que haya en la zona.
Los dos asintieron, sin titubear. Alastor recogió unos papeles con toda la información sobre el rol que debía interpretar. Comenzó a leerlos con atención, memorizando cada detalle.
—Xav, tú y yo nos quedaremos en esta sala, vigilando todo desde las cámaras de seguridad. —Ade nos entregó un auricular a cada uno y continuó—. Y Ren, tú te ocuparás de entrar en el despacho.
Extendió otro mapa sobre la mesa, este más detallado, que mostraba el interior del despacho. Colocó chinchetas en la mesa, en una estantería y en la puerta, señalando los puntos críticos.
—Vale, cuando entres, Xav se encargará de desactivar los códigos de seguridad para que puedas acceder sin problemas. Primero, toma lo que encuentres en el tercer tablón de la estantería. Después, revisa el primer cajón del escritorio y coge la carta que habrá dentro. Esa es una de las piezas clave que necesitamos.
—Entendido —respondí con firmeza, colocando el auricular en mi oído y guardando el segundo mapa en mi bolsillo.
—¿Todos listos? —exclamó Alastor, levantando una ceja y mirándonos con una sonrisa de complicidad.
—¡Listos! —respondimos al unísono, con una mezcla de emoción y determinación que se podía sentir en el aire.
Estábamos listos para probar que este equipo no fallaría. Y yo, especialmente, estaba dispuesta a demostrar que merecía estar aquí, a su lado, como una pieza más de este intrépido rompecabezas.
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Murió una estrella
FantasyImagina: Estás en una unidad de delincuentes. Tu, La Rosa Escarlata, eres la mejor. Un día, tu misión va mal, fallas; Has puesto en peligro a toda esa gente, y ellos no se van a quedar de brazos cruzados. Tendras que esconderte, huir. Serás La Fugit...