Premio a quien hiere más.

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Estaba sentada frente a nuestra mesa de reuniones, en la sala que ahora nos pertenecía oficialmente. El ascenso nos había traído ventajas: un espacio propio, con paredes cubiertas de mapas, fotos y recuerdos de cada misión. Había transcurrido casi un año desde la primera misión, seis meses desde que Oliver se había convertido en mi protegido, y apenas dos días desde mi última inscripción a un combate. El tiempo había pasado en un suspiro, y todo a nuestro alrededor reflejaba el recorrido que habíamos tenido como equipo, las cicatrices y los triunfos que nos habían definido.

En cuanto a los combates... yo ya era otra. Había ganado confianza, y esa confianza me daba ahora una certeza de mis habilidades que me parecía insólita un año atrás. Entraba en la arena sin dudar, con la mente enfocada y clara, y salía de cada enfrentamiento con una victoria más y sin un solo titubeo. Derribaba a mis oponentes con una precisión casi calculada y, sin detenerme, me apuntaba al siguiente combate. Había cambiado mucho, aunque en lo profundo de mi mente me seguía recordando a mí misma que nada en la vida era definitivo, que todo podía cambiar de golpe, sin previo aviso.

Aún inmersa en esos pensamientos, un golpeteo en la puerta me hizo volver a la realidad.

—Adelante —dije sin mucho ánimo, esperando ver a Alastor o a alguno de mis compañeros de equipo. Pero la persona que entró no era ningún conocido de nuestro círculo actual.

Era un chico alto, de cabello rubio con mechas azul marino, y ojos verdes que me resultaban dolorosamente familiares. Sentí cómo se me detenía la respiración. Me llevó varios segundos recuperar la compostura. Finalmente, chasquee los dedos para acercar la silla y extendí la mano y la señalé con un gesto lento.

—No pensé que te vería aquí —dije, tratando de ocultar la sorpresa y la incomodidad en mi voz.

—¿Y qué esperabas? —respondió él, con una mezcla de reproche y desconcierto—. ¿Que no me diera cuenta si estás en todas las portadas de los periódicos?

—Cálmate, no es para tanto.

—¿¡Cómo que no!? —exclamó, sin molestarse en disimular la rabia—. ¿Me explicas cómo es posible que nos abandones a mí y a Blanca, que te escondas de él, y luego te pases anunciando tu ubicación a viva voz?

—Por favor, no la menciones —respondí en un tono más bajo, sintiendo cómo se me apretaba el pecho al oír el nombre de Blanca.

—Nos abandonaste a los dos, aunque no quieras reconocerlo —continuó él, firme—. Es culpa tuya, ¿sabes? Si no hubieras desaparecido como lo hiciste, nada de esto habría pasado.

—Blanca está muerta, Jake —le respondí, sintiendo cómo me temblaba la voz, mientras cada palabra salía con dolorosa claridad—. M. U. E. R. T. A.

—¡No lo digas así! —Su voz se quebró un poco. Pude ver cómo apretaba los puños y desviaba la mirada.

—Cállate, por favor —pedí, intentando controlar la tormenta de emociones que se estaba gestando dentro de mí—. Tú apenas la conocías.

Jake se quedó en silencio unos segundos, pero en su expresión se dibujaba una mezcla de tristeza y rencor.

—No eres quién para hablar así de ella ni para dejarnos atrás. ¿Qué querías que hiciéramos, que simplemente nos adaptamos a vivir como si nada hubiera cambiado?

Intenté contenerme, pero las palabras se precipitaron con fuerza.

—No pedí que se me diera bien mi trabajo, ¿sabes? Y no me pidas que me quede tranquila mientras tú me juzgas sin entender nada. —Mis palabras comenzaron a cobrar un tono más alto, y sin darme cuenta, ya estaba de pie, enfrentándolo—. No te atrevas a decirme que os he abandonado. Vosotros sois quienes me ignorasteis durante años. Dejando que padre hiciera todo lo que hizo, ¿y tú qué hiciste? ¡Nada!

Jake se levantó también, enfrentándome. Era más alto que yo, y en ese momento me di cuenta de lo mucho que había crecido desde la última vez que lo vi. La rabia en sus ojos me resultaba casi insoportable.

—¿Y qué querías que hiciéramos? ¿¡Que nos odiara igual que a ti!? —gritó, con una mezcla de rabia y dolor en cada palabra.

Un silencio helado se instaló entre nosotros. Me dejé caer en la silla, abatida, como si algo dentro de mí hubiera roto con esas palabras. Sentía las lágrimas pugnando por salir, pero no podía mostrarme débil frente a él. Mis ojos se clavaron en el suelo, y de repente me sentí pequeña, como si hubiera vuelto a aquellos días en que intentaba refugiarme en algún rincón oscuro de la casa.

Jake pareció darse cuenta del impacto de sus palabras. Su voz temblaba cuando volvió a hablar, con un tono más suave.

—Lo... lo siento, no pretendía que sonara así —dijo con algo de inseguridad, aunque yo sabía que, en el fondo, llevaba tiempo acumulando esos reproches.

—Fuera —murmuré, incapaz de mirarlo, sintiendo que apenas podía contener el mar de emociones que me invadía.

—Por favor, dame otra oportunidad —insistió, esta vez con un rastro de arrepentimiento que casi me hizo titubear.

Pero ya no podía soportar sus excusas. Mi rabia latente hizo que uno de los vasos de la mesa comenzara a levitar, y antes de darme cuenta, lo lancé con furia contra la pared, donde se rompió en mil pedazos.

—¡He dicho que fuera! —grité, sintiendo cómo cada palabra me dejaba agotada.

Jake se levantó lentamente y caminó hacia la puerta, pero antes de salir, sacó algo de su bolsillo y lo dejó en la mesa frente a mí. Me quedé mirando, sorprendida, un pequeño collar con una cadena plateada y una perla en la que estaba grabada una "M".

—Padre limpió su habitación —dijo con voz apagada—. Cogí esto para ti antes de que lo tirara. Solo había venido a dártelo.

Y, sin decir una palabra más, salió de la sala. Observé el collar por unos segundos, con una mezcla de sorpresa y tristeza, y finalmente me lo puse con manos temblorosas. Sentí su peso en mi pecho, como si fuera una conexión tangible a recuerdos que intentaba reprimir.

Mientras intentaba recuperar el control, la puerta volvió a abrirse de golpe, y esta vez sí que era Alastor.

—¡¿Cómo estamos, familia?! —exclamó con su acostumbrado entusiasmo desenfadado—. ¿Y ese nuevo accesorio? Una "M"... ¿En serio? Eso ya es ser pelota, eh.

—Era de mi hermana —respondí en un tono más serio del que pretendía—. La "M" es de nuestro apellido: Miller.

Alastor pareció entender que no debía insistir demasiado.

—Bueno, entonces... cambiando de tema, ¿y los demás? Acordamos reunirnos aquí a las 12 para planear el golpe de esta noche.

—¿A quién vamos a desplumar? —pregunté, agradecida por el cambio de tema.

—A un tal Andrés... y ahora que lo pienso, creo que se apellidaba Miller —dijo, arqueando una ceja con curiosidad.

Sentí una chispa de determinación avivarse en mi interior.

—Dile a Ade que me pongo al mando. Tengo una venganza que cobrar.

Alastor me miró con una mezcla de diversión y sorpresa, y, en un gesto teatral, se transformó en un pirata barbudo por un instante antes de soltar una risa.

—¡A la orden, mi capitana! Uf, nada como un buen drama familiar para calentar el ambiente —bromeó, volviendo a su aspecto habitual—. Eso sí, admito que me veo mejor así, más guapo y elegante, ¿no crees?

—Lo que tú digas... —respondí poniendo los ojos en blanco.

Aquella noche sería diferente.

Murió una estrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora