Capítulo 1

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En la ciudad de Nueva Orleans, el sistema de clases basado en el género y las habilidades reproductivas había moldeado a la sociedad de manera profunda. Desde tiempos antiguos, los hombres, considerados el "sexo fuerte", habían dominado la mayoría de los aspectos de la vida pública y privada. Se esperaba que lideraran las empresas, ejercieran el poder en el gobierno, y tomaran las decisiones importantes de la sociedad. Por su constitución física y su rol reproductivo limitado, eran vistos como los únicos capaces de soportar las cargas más pesadas y de asumir la responsabilidad de proteger y proveer.

Por otro lado, las mujeres, el "sexo medio", ocupaban una posición intermedia en la jerarquía social. Aunque también contribuían al progreso de la sociedad, sus roles a menudo eran definidos dentro de la esfera doméstica y en profesiones como la enseñanza, la enfermería y otras que no requerían la misma "fuerza física" que los trabajos asignados a los hombres. Las mujeres tenían más derechos y opciones que los donceles, pero seguían limitadas por las expectativas de lo que una mujer debía hacer o ser.

Los donceles, sin embargo, eran un grupo aparte. Hombres con la capacidad única de procrear, poseían órganos femeninos además de los masculinos, lo que los hacía un caso especial. Aunque biológicamente únicos, eran considerados por la mayoría de la sociedad como el "sexo débil". Se asumía que su fragilidad física los hacía inadecuados para cualquier tarea que requiriera esfuerzo o responsabilidad fuera del hogar. Por eso, a menudo eran relegados a roles sumamente limitados: costura, ama de casa, mesera, y similares. Estas profesiones, si es que se las podía llamar así, estaban diseñadas para mantener a los donceles en un espacio controlado, alejados de los retos y peligros del mundo exterior.

Este sistema de clases afectaba profundamente el campo universitario. Las universidades, como muchas otras instituciones, tenían divisiones estrictas en cuanto a quién podía estudiar y qué materias estaban disponibles para cada grupo. La mayoría de las universidades solo ofrecían programas avanzados a los hombres. Ingeniería, ciencias políticas, derecho y tecnología eran dominios exclusivamente masculinos. Las mujeres, aunque se les permitía estudiar, tenían acceso limitado a carreras más "adecuadas" como la enseñanza, literatura o estudios humanísticos. Y los donceles, si es que alguna vez eran admitidos en alguna universidad, solo tenían acceso a "carreras" que reforzaban sus roles domésticos.

Sin embargo, había una excepción a esta regla: la Universidad de Élite de Nueva Orleans, un faro de esperanza para aquellos que deseaban romper las cadenas del sistema. Esta universidad no se regía por las divisiones tradicionales de género o capacidad reproductiva, sino por un riguroso proceso de selección que incluía pruebas físicas y de inteligencia para elegir a los cinco más aptos de entre los postulantes. Las pruebas no eran fáciles; evaluaban no solo el conocimiento académico, sino también la capacidad de resiliencia, la adaptabilidad mental y física, y la habilidad para liderar y colaborar.

A lo largo de los años, esta universidad se había convertido en un destino codiciado, sobre todo para las mujeres y los donceles que soñaban con algo más allá de las limitaciones impuestas por la sociedad. Para muchos, era la única oportunidad de demostrar que eran capaces de mucho más de lo que se les permitía. La Universidad de Élite representaba una pequeña grieta en el sistema opresivo, un lugar donde el talento y el esfuerzo, no el género o la capacidad reproductiva, determinaban el éxito.

No obstante, esa grieta no era suficiente para cambiar el curso de la sociedad. La mayoría de las universidades mantenían sus estructuras tradicionales, perpetuando la idea de que los donceles y las mujeres eran intrínsecamente inferiores en cuanto a fuerza física y habilidad mental. Las puertas de las oportunidades verdaderamente prestigiosas y desafiantes seguían cerradas para la mayoría. Pero para los pocos que lograban entrar en la Universidad de Élite, la oportunidad de cambiar sus vidas y desafiar las expectativas era un sueño lo suficientemente poderoso como para soportar el esfuerzo de las pruebas.

Este sistema desigual afectaba profundamente el campo académico y el mercado laboral. Mientras que los hombres accedían fácilmente a posiciones de liderazgo, investigación y desarrollo, las mujeres y los donceles se veían forzados a competir en los márgenes, buscando aquellos pocos lugares que les permitían demostrar que, al fin y al cabo, la fuerza y el valor no eran exclusivos de los que la sociedad llamaba "fuertes". La Universidad de Élite era una de las pocas instituciones que creía en esta verdad, y por eso, año tras año, se llenaba de postulantes que soñaban con un futuro donde su potencial fuera reconocido, no ignorado.

En el fondo, sin embargo, el desequilibrio de poder persistía, y la lucha de los donceles y las mujeres por ser reconocidos como iguales, como individuos capaces de decidir sus propios destinos, estaba lejos de terminar.

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