A Jay le parecía completamente fantástico y triste a la vez el simple hecho de que cada vez que su pareja lavaba su cabello él estuviera —prácticamente— soltero de 40 minutos a 1 hora. Si le prestabas atención por un milisegundo, entonces era obra de algún milagro. Por lo que su actividad favorita dentro de ese rato era simplemente observarte definir rizo a rizo con una sonrisa en sus labios.
—Mira lo que es esto... —Las cejas de Jay se elevaron cuando mostraste uno de tus mechones empapados y medio formado.
Él ladeó su cabeza con duda, aún recostado en su lado derecho sobre su cama, miró hacia tu dirección algo confundido.
—Es un lindo rizo de tu precioso cabello rizado. —dijo, sin ver la razón por la cual te quejabas.
Rápidamente rodaste los ojos; él parecía ser algo ignorante en el tema, hecho que para nada es negativo, pero que te frustraba ya que aún tú vieras cada una de las imperfecciones en tu cabello, a él le parecería hermoso.
—Parece... todo menos un rizo. —susurraste, mirándolo en el espejo una vez más.
—Ya, no te frustes, cariño. Está bien —Su voz restó importancia al asunto mientras él se despegaba de sus sábanas y llegaba hacia ti. En silencio lo esperaste, y no te sorprendió que se posicionara detrás de ti para dejar un suave beso en tu mejilla, como siempre hacía—. ¿Puedo ayudarte? —preguntó, y lograste ver su sonrisita de labios apretados junto a su único hoyuelo en su rostro a través del espejo.
Su expresión tan tierna y sus ojitos tan emocionados te impidieron negárselo, hasta el punto de que una suave sonrisa se escapó de tus labios y clavaste su mirada en él, sobre el espejo.
—¿Sabes hacerlo?
Jay llevó sus ojos hacia el espejo también, juntando su mirar con el tuyo. Negó de inmediato, ensanchando sus comisuras al pronunciar la palabra: «Enséñame». Y su sonrisa explotó una vez más cuando se lo permitiste y comenzaste lentamente a explicar paso a paso la definición de tus rizos: desde la división del cabello, hasta la crema con el gel y el método del finger roll. Algo que se le dificultó en los primeros cinco intentos, pero que al sexto salió de manera completamente perfecta y sorprendente.
—¡Muy bien, amor! —dijiste viendo el definido rizo, algo sorprendida por su eficacia tan veloz.
Jay rió suavemente y con alegría, orgulloso de su nueva hazaña.
—¿Puedo seguir haciéndolo?
Volteaste a verlo con una ceja alzada. —¿Quieres? —Él rápidamente asintió con la cabeza—. Pues... Adelante... —Sonreíste.
Él imitó tu acción y rió al verte darle la espalda de manera tan emocionada, hasta el punto de que las gotas de agua en tu cabello empapado salpicaron en su rostro. «¡Oye!»: se quejó, haciéndote reír también.
En definitiva Jay era un hombre de soñar; siempre tan caballeroso y siempre cuidando esa parte de ti que quizá no te gusta tanto, es por eso que no para y no para de decir y exclamar la hermosura de los rizos en tu cabello, también por lo que, desde ese entonces, comenzó a cuidarlos como si fuera uno de los más grandes tesoros en la tierra...
