Salvame

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Vegeta volaba a una velocidad descomunal, dejando atrás la mansión de Capsule Corp y todo lo que esa maldita casa representaba. El viento cortaba su rostro como dagas invisibles, pero su mente estaba mucho más agitada que su cuerpo. ¿Qué diablos había hecho? Ese beso, la cercanía, el contacto. Todo se arremolinaba en su cabeza, como una tormenta que no podía controlar.

¿Cómo había permitido eso nuevamente? El no estaba para eso... el era el príncipe de los saiyajins, el guerrero más poderoso de su raza. Era impensable. Inaceptable. Y, sin embargo, había sucedido. Ella había atravesado una barrera que nadie más había osado cruzar de esa manera tan invasiva sin ser el que de la autorización, y lo peor de todo es que él... se había dejado llevar, ¿Acaso aún no aprendía de su pasado? Su mente ardía con esa verdad, quemándole las entrañas.

—¡Maldita sea! —gruñó para sí mismo, su voz apenas audible bajo el rugido del viento.

El príncipe de los saiyajins no debía caer en esas debilidades. No podía permitirse eso. Su mundo era un completo infierno destinado a la soledad y así debía ser, solo el poder era la única sobrevivencia y la venganza y una terrícola sin ningún poder ni relevancia en su mundo, se había atrevido a tocarlo, a profanar su destino. ¿Cómo había llegado a este punto?

Vegeta volaba más rápido, como si pudiera escapar de sus propios pensamientos. Pero no podía. Su mente no dejaba de recordarle lo sucedido: el roce de sus labios, el calor de su piel, la forma en que sus cuerpos se habían entrelazado, su olor, ese olor que lo estaba desquiciando, se sentía sucio, débil. Era como si todo lo que él creía haber forjado en su caracte su fortaleza, su orgullo, su identidad se desmoronara ante el simple contacto de ella.

—¿Cómo? ¿Cómo una simple terrícola ha logrado esto? —se dijo con los dientes apretados, sus ojos fieros. —No volverá a pasar... nadie me arrebatará nada, porque no daré ninguna posibilidad, ella es de este mundo, de esos terrícolas y de ese tercera clase, seguramente...—lo pronunció mirando hacia otro lado... —seguramente ellos serían su prioridad—

No. No podía permitirlo. No podía distraerse de su objetivo. Era un guerrero de élite. Todo lo que había hecho, todo lo que era, estaba basado en la supervivencia, la conquista, en ser el más fuerte. No en debilidades, no en distracciones como esta. Y, sin embargo, sentía cómo el calor de su cuerpo todavía recordaba el beso, cómo su mente volvía a esa imagen una y otra vez.

—¡Basta! —rugió, deteniéndose en pleno vuelo. El silencio del cielo nocturno lo envolvió por un instante, pero la furia dentro de él no se calmaba.

Vegeta apretó los puños hasta que sintió cómo sus uñas se clavaban en la palma de sus manos. Con un gruñido que resonó en el vacío a su alrededor, Vegeta descendió violentamente hacia una zona desolada. Rocas y montañas lo rodeaban, el paisaje árido reflejando la brutalidad de su mente en ese momento. Este era su terreno. Donde solo el dolor físico y el agotamiento podían silenciar el caos en su cabeza.

El entrenamiento. Era lo único que podía enfocarlo Tenía que llevar su cuerpo al límite, someterlo al dolor y la resistencia para purgar esos pensamientos inútiles. Tenía que ser más fuerte. No podía permitirse debilidades.

Kakarotto... Bulma... No importaba quién fuera, no permitiría que nadie lo desviara de su camino.

Comenzó a moverse, ejecutando movimientos de combate tan rápidos que sus puños y piernas cortaban el aire con un silbido. Las rocas temblaban bajo sus pies mientras aumentaba la gravedad a su alrededor, intensificando el peso sobre su cuerpo, sintiendo cómo los músculos se tensaban al máximo. No importaba el dolor.

—¡Más! —gritó, mientras las gotas de sudor caían por su frente, mezcladas con el polvo y la tierra que levantaba. —¡Más!—

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El secreto de tus ojos negros VEGETAXBULMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora