I Subcapítulo: La historia de Noah

9 0 0
                                    

Noah siempre había encontrado paz en el cielo nocturno. Pero había una razón más profunda detrás de esa atracción. Desde pequeño, sufría de sordera moderada, lo que hacía que las conversaciones a su alrededor fueran un constante desafío. Aunque podía oír, las voces de las personas, especialmente en grupos, se volvían confusas, se desdibujaban. El ritmo de las palabras, los matices, se escapaban de su comprensión, y poco a poco, Noah aprendió a buscar refugio en el lugar donde el silencio era eterno: las estrellas. Bajo ese cielo inmenso, no necesitaba palabras ni sonidos. Allí, en la quietud del universo, encontraba consuelo para la soledad que sentía en su vida diaria.

Hallstatt, el pequeño pueblo en el que creció, parecía haber sido tallado por las manos de un artista. A orillas de un lago cristalino, rodeado de montañas majestuosas, el lugar se convertía en un cuento de hadas cada invierno, cuando la nieve cubría los tejados de las casas de madera y las luces de las farolas parpadeaban en el reflejo del agua. Hallstatt era su hogar, pero también era su refugio, un lugar donde el tiempo parecía detenerse, permitiéndole escapar del ruido que a menudo lo abrumaba.

Su familia, aunque humilde, siempre lo apoyó. Su padre, ahora pensionado, había trabajado como funcionario judicial regional. Era un hombre de principios firmes, acostumbrado a la disciplina y a resolver problemas. Aunque su trabajo no tenía la dureza física de una mina, como el de muchos otros hombres del pueblo, la responsabilidad que cargaba sobre sus hombros no era menor. A pesar de todo, siempre encontraba tiempo para estar con Noah. Lo llevaba de la mano por las calles de Hallstatt, enseñándole a observar el mundo no solo con los ojos, sino también con el corazón. "La justicia no solo está en lo que ves, hijo. Está en cómo eliges actuar," solía decirle con su voz grave pero tranquila.

Para Noah, su padre era un hombre fuerte, pero también era un hombre que había encontrado la forma de vivir en equilibrio, tanto en su trabajo como en su hogar. Lo admiraba profundamente, no solo por lo que hacía, sino por la forma en que lo hacía, con paciencia y sin quejarse de las dificultades.

Su madre, en cambio, era su refugio emocional. Siempre había sido cariñosa, y aunque la vida a veces era difícil, nunca dejaba que eso afectara la calidez de su hogar. "No importa cuántas estrellas veas, Noah, sigue siempre tu propia luz," le repetía, impulsándolo a soñar y a perseguir sus pasiones. Era ella quien, en medio de las tormentas de la vida, le recordaba que la valentía no estaba en no tener miedo, sino en seguir adelante a pesar de él.

En los inviernos más crudos, el lago Hallstatt se envolvía en una ligera niebla, haciendo que los barcos parecieran flotar entre mundos. Noah amaba sentarse en el muelle al atardecer, cuando las luces del pueblo comenzaban a reflejarse en el agua. Era en esos momentos de calma cuando más conectaba con el cielo. "Todo está tan tranquilo aquí, y las estrellas siempre están ahí, esperando. Como si el universo tuviera respuestas que solo yo puedo escuchar," solía pensar mientras observaba el firmamento.

A medida que creció, su fascinación por las estrellas se intensificó. La sordera, que lo aislaba de las conversaciones cotidianas, lo hacía más receptivo al silencio profundo del cosmos. Para él, el cielo no era solo una ventana a lo desconocido, sino un lugar donde encontraba consuelo y esperanza. Su fe en Dios se entrelazaba con su amor por el universo. Creía, con devoción, que cada estrella tenía un nombre, y que Dios las conocía a todas. "Dios llama a cada estrella por su nombre," se repetía a sí mismo, mientras sus ojos rastreaban las constelaciones. Era una manera de recordar que, aunque a veces se sentía pequeño y perdido, había un plan más grande, un propósito que quizá aún no comprendía.

A pesar de su madurez, Noah a menudo se sentía solo. Pero encontró en la amistad un bálsamo para esa soledad. Su mejor amigo, un chico mayor que él, se convirtió en su confidente, alguien con quien podía compartir sus pensamientos y emociones sin miedo al juicio. Aunque su amigo no compartía la misma pasión por las estrellas, siempre estuvo ahí, escuchando, apoyándolo. "No entiendo mucho de lo que dices sobre el universo, Noah, pero sé que tienes algo especial. Algo que otros no ven," le dijo una vez su amigo, en un momento que Noah nunca olvidaría.

En el amor, sin embargo, Noah no había tenido tanta suerte. Las pocas amigas que tuvo lo consideraron un buen amigo, pero nunca más que eso. Con el tiempo, esas experiencias lo hicieron inseguro. Comenzó a temer el rechazo y se prometió a sí mismo proteger su corazón. "Mejor no arriesgarse si va a doler," pensaba a menudo, manteniéndose a distancia de cualquier posibilidad de enamorarse.

A los 18 años, Noah dejó Hallstatt para estudiar astrofísica en Viena. La ciudad, con su bullicio y ritmo acelerado, lo abrumaba al principio. Pero siempre encontraba un rincón donde podía conectarse con el cielo, su refugio eterno. Viena le ofreció nuevas oportunidades, pero también le recordó lo pequeño que se sentía en un mundo tan vasto.

La invitación a una conferencia en Madrid sobre la expansión del universo llegó en un momento crucial. Sabía que este viaje era importante para su carrera, pero también era una oportunidad de desconectar. Cuando llegó a Madrid en diciembre, las calles llenas de luces navideñas y el bullicio constante lo hicieron sentir fuera de lugar. "Todo aquí se mueve tan rápido," pensó, mirando a su alrededor. Sin embargo, cada vez que alzaba la vista al cielo, encontraba el mismo consuelo de siempre. "El cielo es el mismo en cualquier parte del mundo," se dijo, sintiendo que, al menos, las estrellas lo conectaban con algo familiar.

Esa noche, mientras se sentaba en la terraza de un pequeño bar en la Gran Vía, mirando las estrellas que se asomaban entre los edificios, Noah no podía prever lo que estaba por suceder. Cuando la vio por primera vez, en medio del bullicio de la ciudad, algo dentro de él cambió. Era como si, entre el caos de Madrid, una estrella hubiera comenzado a brillar más fuerte, solo para él. "¿Qué es esto que siento?" pensó, sin entender aún que estaba a punto de embarcarse en un viaje mucho más profundo que cualquier teoría o estrella que hubiera estudiado.

OSCURIDAD NOCTURNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora