1. LA TORTURA DE LAS CONVERSACIONES TRIVIALES

205 23 543
                                    

NARRA VICTORIA 🦋

Abro los ojos y el mareo es fuerte, pero aún más fuerte es el frío que me envuelve como si estuviera en un congelador. Intento destensarme, moverme, salir de la cama, pero no puedo. Estoy atada.

"Mierda. ¿Dónde estoy y cómo he llegado aquí? ¿Dónde está Darío? ¿Dónde está Copito? Espera... esta no es mi habitación."

Intento calmarme y recordar lo sucedido, mientras miro la habitación oscura, que no me permite distinguir gran cosa. El olor es neutro, pero percibo un olor a sangre. ¿Es mía?

No veo nada y sólo intento desatarme las manos que parecen estar atadas al respaldo de la cama que tengo detrás. Me duelen. Me duele la cabeza, las piernas y todo el cuerpo. Poco a poco, los recuerdos vuelven a mí y mi pecho se siente como si me clavaran mil espadas una por una.

— Darío...— Susurro en voz baja como si alguien estuviera aquí para oírme, pero no es así.

Me encuentro sola en una habitación en penumbra.

La puerta a mi izquierda se abre e ilumina un poco la habitación con la luz que entra por el pasillo.

Él está allí, observándome en silencio. Se apoya en el umbral de la puerta y en su rostro siniestro hay una sonrisa maligna que me crispa todos los músculos. La cicatriz que le cruza el ojo derecho desde la frente, hasta la mejilla, otorga un aspecto más tenebroso a su mirada verdosa, y su cabello gris cae sobre su frente algo alborotado. Sólo lleva un pantalón de chándal holgado y su busto está al descubierto, así como lleno de cicatrices; es fornido y sus cuadraditos están marcados sin necesidad de hacer ningún tipo de estiramientos. En el pecho lleva tatuadas dos cabezas de tigre, una sobre un pectoral y otra sobre el otro, que se unen para formar un tigre «ing» e «iang» y sus brazos están completamente cubiertos de tinta.

— Buenos días, dormilona. Pensé que te habías muerto e iba a enterrarte—. Se ríe secamente, como si lo que hubiera dicho fuera algo ingenioso.

No le contesto. Ni siquiera intento pronunciar una palabra. Las lágrimas empiezan a mojarme la cara y permanezco inmóvil ya que, de todos modos, no puedo evitarlo. Agacho la mirada y me veo envuelta en una manta demasiado fina, y el aire frío que entra por la puerta me hiela aún más. Lucho por intentar desvestirme, y me tranquilizo cuando veo que mi blusa de lana sigue puesta, y empiezo a llorar más fuerte cuando la veo manchada de sangre. La sangre de María.

Pasa a la habitación y enciende una luz tenue que me permite ver el lugar horroroso en el que me encuentro. Ahora que veo las paredes negras que me rodean y el cuadro de una mujer ensangrentada que parece observarme atentamente como si captara todos mis movimientos, me espanto. Sigo desviando la mirada hacia las cortinas negras que están prendidas entre ellas, y examino su longitud, que parece ser de unos tres metros. A mi derecha hay un armario de dos puertas que parece antiguo, como si aún viviéramos en el siglo XVII. Echo la cabeza hacia atrás y veo que estoy esposada, no atada.

Cierro los ojos y soy consciente de que voy a morir. El pensamiento sólo me lleva a la única persona que pensé que me salvaría cuando despertara, y la garganta empieza a escocerme por la impotencia que estoy experimentando. Todo es horrible y aterrador. Esto me hace revivir mi pasado, donde Alex era mi verdugo.

Bulldog corre las cortinas y la luz que entra por los recuadros de la anticuada ventana situada a mi derecha me ciega. Parpadeo varias veces para acostumbrarme, y se me corta la respiración al contemplar la maravillosa y aterradora vista de las cumbres nevadas.

— Es magnífico, ¿verdad? — Dirige su mirada hacia mí y yo giro la cabeza hacia otro lado.

No quiero mirarlo porque le temo. Echo de menos a Darío y daría cualquier cosa por estar a su lado ahora mismo.

No puedo renunciar a ella +21  #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora