NARRA VICTORIA
Llevo despierta desde hace veinte minutos y estoy en la misma habitación aterradora. Todo está a oscuras, y después de mil vueltas, decido a bajar de la cama para correr las cortinas. Mi cuerpo se encuentra exhausto de fuerzas y me arden las plantas de los pies al caminar por el frío suelo. El aire es difícil de respirar y, aunque no puedo ver las partículas de polvo, puedo percibirlas. Echo un vistazo por la ventana y fuera es de noche; la ventisca sopla con intensidad y me doy la vuelta lentamente, quedándome en el borde de la cama, pensando qué debo hacer.
Sigo mirando por la ventana enrejada, y pensar en Darío me desgarra el corazón. ¿Dónde estará? ¿Me está buscando? ¿Vendrá a rescatarme o me abandonará... pero me encontrará?
Todo da vueltas conmigo, como si estuviera en un tiovivo. Me fijo en la vena del brazo, que tiene tres pinchazos, y la rozo con las yemas de los dedos.
Empiezo a pensar en un plan de escape, pero nada tiene sentido, porque este castillo o lo que demonios sea, está lleno de guardias del bastardo. Siete de ellos me esperaban abajo cuando intenté escapar, pero ¿cuántos son? Seguro que no son sólo ellos. Y si consiguiera escapar... probablemente moriría congelada en el exterior... sobre todo porque no tengo adónde ir y seguramente me perdería.
Como de costumbre, mis ojos comienzan a irritarse y no puedo contener las lágrimas que se acumulan en ellos, y permito que se derramen. Estoy acabada. Me paso las yemas de los dedos por mis labios agrietados y recorro con la mano mi cabello grasiento. Joder, tengo que lavarme... pero no quiero, por puro temor.
Detrás de mí oigo abrirse la puerta y me doy la vuelta descubriendo a una mujer vestida de blanco, con aspecto de empleada doméstica. La pequeña claridad que entra desde el vestíbulo me permite ver su melena rubia y la cofia que lleva en la cabeza. Los rasgos de su rostro saltan a la vista y las arrugas de la frente y los ojos me hacen pensar que tiene más de cincuenta años. Sus ojos son oscuros y su figura es delgada y menuda. Parece incluso más frágil que yo.
Lleva una bandeja que parece la cena y una bolsa que deposita sobre la cama.
— Te despertaste...
Su acento no es italiano, y suena como si tuviera el acento de Anna. La mujer tiene rasgos gélidos, como si ella también estuviera harta de estar aquí, pero no lo sé con certeza y no quiero profundizar en ello.
— Sí... pero preferiría no haberlo hecho—. Desvío la mirada y me meto la cabeza entre las piernas porque deseo permanecer sola.
Me pregunto cuánto tiempo he vuelto a dormir. ¿Qué hora será? ¿Se acabará alguna vez este infierno? Una pregunta tras otra inundan mi mente, y la incapacidad de responder me hace clavarme las uñas en los brazos, hasta que la sangre se hace patente.
— Señorita... debe comer. Me han ordenado que la despierte para hacerlo. Ya lleva aquí cuatro días y no ha comido nada...— Se le oye quitar la tapa del plato y depositarlo en la bandeja metálica, y el olor a carne frita me produce un roer en las tripas del que no me avergüenzo.
— No quiero comer. Puedes llevártela.
No voy a comer, prefiero morir de hambre y sed que llevarme a la boca algo de lo que me da ese cabrón.
— Señorita, yo le preparé la cena... le juro que no le eché nada, y el Sr. Bulldog ni se acercó siquiera a su comida—. Susurra, como si temiera ser escuchada.
— ¿Qué te hace pensar que me importa? He dicho que no—. Hablo tan estridente y tan áspero que ni siquiera me reconozco.
— Señorita, sé que esto es difícil, pero tiene que confiar en alguien. De todos modos, no la forzaré y dejaré la bandeja donde está, pero...—, se me acerca y me da un tubo de pastillas que me las mete en el sujetador— empieza a tomarlas cuando te venga la regla, son anticonceptivos, y por favor, este secreto queda sólo entre nosotras... no me pongas en peligro—. Sus ojos oscuros me contemplan con atención, y la dulzura de su rostro me inspira cierta tranquilidad, como si estuviera hablando con Ana.
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No puedo renunciar a ella +21 #2
RomanceSu fuego está alimentado por un deseo infinito de venganza, y su orgullo no le permitirá dejarse ver. Cree que ha encontrado su nuevo rumbo, y ser un loco en un mundo de locos no suena tan mal cuando bailas solo. Darío Di Marco nunca ha estado tan c...