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Suleimán había pasado toda la semana observando el comportamiento de Hurrem. Había algo en su forma de moverse, en cómo evitaba su mirada y en cómo sus caricias habían perdido la calidez de antes. Aunque ella se esforzaba por ocultarlo, él podía sentir la distancia entre ellos. La frialdad de Hurrem le calaba profundo, como una tormenta que amenazaba en el horizonte, pero aún no se desataba.

—No entiendo por qué se comporta así —murmuró Suleimán, su voz apenas un susurro mientras miraba al rincón de la habitación, perdido en sus pensamientos.

Gulfen, que había permanecido a su lado en silencio, lo miró con suavidad y habló con su habitual elegancia.

—Seguramente la sultana tiene un problema grave —dijo, su tono era casi maternal, intentando calmar la inquietud del sultán.

Suleimán la miró con una mezcla de frustración y desconcierto.

—Si ese fuera el caso, ¿por qué simplemente no me lo dice? —sus palabras tenían un dejo de impotencia. La relación que alguna vez fue tan clara, ahora parecía envuelta en sombras.

Gulfen se sentó a su lado, ofreciendo consuelo no con palabras, sino con su presencia. Sus ojos buscaban los de Suleimán, intentando infundirle calma.

—La sultana Hurrem es fuerte. A veces no comparte sus problemas porque no quiere angustiarlo, su majestad.

La respuesta no satisfizo completamente a Suleimán. Sabía que algo más profundo estaba ocurriendo, pero no podía alcanzarlo. Su mente, siempre estratégica, no podía evitar analizar cada uno de los gestos de Hurrem, cada palabra no dicha, buscando señales, pistas que revelaran la verdad.

—¿Por qué este cambio tan brusco en su actitud? —insistió, más para sí mismo que para Gulfen.

Ella también tenía sus dudas. Aunque había convivido con Hurrem durante años, los cambios en la sultana eran recientes y difíciles de interpretar. Aun así, Gulfen confiaba en que se trataba de algo pasajero, tal vez celos, una emoción que conocía bien en Hurrem.

—Ya conoce a nuestra sultana, su majestad. Cuando siente celos o está preocupada por algo, suele comportarse de manera distinta.

Suleimán suspiró, más relajado pero aún desconcertado. Estaba a punto de responder cuando la puerta se abrió de golpe. Hatice, su hermana, entró con el rostro lleno de angustia.

—Buenos días, su majestad —dijo mientras hacía una reverencia apresurada. Algo en su expresión revelaba que no había venido solo a saludar.

Suleimán la miró con preocupación.

—¿Qué ocurre, Hatice? —preguntó, notando de inmediato que algo la perturbaba profundamente.

—Ibrahim no ha vuelto aún, ya ha tardado demasiado. —Sus palabras salieron casi atropelladas, reflejando el miedo que le consumía. Hatice buscó los ojos de Gulfen y luego los de su hermano, como si esperara alguna respuesta que la tranquilizara.

—Pasó por una provincia, fue a comprar algo —respondió Suleimán con tono seguro, tratando de apaciguar su preocupación.

—¿Y por qué no me avisó? —insistió ella, cada vez más inquieta.

Suleimán bufó suavemente, conociendo bien las preocupaciones extremas de su hermana. Sabía que Ibrahim disfrutaba sorprender a Hatice con regalos inesperados, y probablemente este retraso no era más que parte de su plan para darle una agradable sorpresa.

—Te había comprado algo, pero es una sorpresa —dijo Suleimán, ligeramente molesto por la insistencia de su hermana, pero al mismo tiempo intentando tranquilizarla.

solo tu (Hurremxibrahim)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora