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Contenido adulto leer bajo su responsabilidad+18

Antes de conocer a Ibrahim, Hurrem solía vivir sumida en una profunda tristeza, aunque en su corazón la percibía como un estado natural. Creía que aquellos pensamientos oscuros que invadían su mente, esos deseos de desaparecer y ese llanto que surgía sin motivo aparente, eran simplemente parte de su vida cotidiana. Para ella, era común sentirse inútil, atrapada en una marea constante de melancolía que parecía no tener fin. Sus días transcurrían entre sollozos silenciosos y esa voz interna que la arrastraba hacia el abismo de la desesperanza, convenciéndola de que nada de lo que hacía tenía valor.

En el momento más crítico, cuando había tomado la decisión de rendirse ante aquel sufrimiento eterno y dejarse consumir, el amor irrumpió en su vida como un destello inesperado. Ibrahim se convirtió en un ancla, en una presencia que la hizo sentir viva y amada de nuevo. Con él, el peso de su tristeza comenzó a desvanecerse, y los pensamientos que antes la torturaban desaparecieron como sombras al amanecer. Por primera vez en mucho tiempo, Hurrem se sentía completa, capaz de respirar y ver el mundo con ojos distintos, como si aquella oscuridad nunca hubiera existido.

—¿Por qué me sentía así? —le preguntó una noche a Ibrahim, mientras ambos estaban acurrucados en la cama de Hurrem.

El sultán había partido en campaña y, en una muestra de confianza o tal vez de prudente vigilancia, dejó a Ibrahim al mando en su ausencia, en lugar de confiar el reino a uno de sus hijos. Hurrem sabía que aquello era una prueba, una forma de medir la lealtad de Ibrahim, pero en ese instante su mente estaba muy lejos de esos juegos de poder; buscaba respuestas sobre algo más profundo, sobre el vacío que alguna vez la había consumido.

—Solo era un lamento del alma, nada más —respondió él con una sonrisa suave, trazando círculos en su espalda como si eso pudiera sanar las cicatrices invisibles de su pasado.

Ibrahim comprendía ese dolor porque él mismo, en algún momento, había sentido lo mismo. Quizás, pensaba él, todos los seres humanos en algún momento son atravesados por esa oscuridad, por esa sensación de vacío que amenaza con consumirlo todo 

—ya no me siento así y es grato saberlo porque desde que estás conmigo todo es mucho
mejor

Hurrem lo miraba intensamente, sus ojos brillando con deseo y ternura. Se acercó, sus labios rozando los de él con suavidad antes de posar un beso suave, cargado de intención. Ibrahim respondió con la misma delicadeza, saboreando cada momento de contacto. El beso se prolongaba, y de vez en cuando ambos se separaban brevemente, tomando aire, solo para volver a unirse con más intensidad. Con una sonrisa apenas visible, Hurrem se movió con elegancia y se sentó sobre sus caderas, inclinándose para volver a besar esos labios que tanto anhelaba. La mano de Ibrahim descendió lentamente, acariciando su cintura y, finalmente, se deslizó hasta la curva de sus pecho, sintiendo la calidez de su piel.

—Ah... —murmuró Hurrem, cerrando los ojos y dejando escapar un suspiro.

Movió sus caderas con lentitud sobre él, sintiendo cómo la urgencia crecía en su interior, mientras su piel se volvía más sensible y su cuerpo empezaba a responder con una humedad que lo invitaba a ir más allá. Ibrahim, sintiendo su deseo, deslizó sus manos hacia el borde del vestido de Hurrem y, con cuidado, comenzó a retirarlo, desnudando poco a poco la delicadeza de su cuerpo. Hurrem hizo lo mismo, despojándolo de su ropa, hasta que ambos quedaron frente a frente, vulnerables y entregados.

Ibrahim se acomodó entre sus piernas, sus manos explorando cada rincón de su piel con ternura y devoción. Tomó su miembro y, con cuidado, lo introdujo en su interior. Hurrem arqueó la espalda, dejando escapar un gemido profundo mientras sus manos buscaban las sábanas, aferrándose a ellas mientras su cuerpo era inundado por oleadas de placer.

—Mmm... —murmuró Ibrahim, dejándose llevar por el ritmo de sus cuerpos.

Sus movimientos se hicieron más intensos, sus caderas encontrando un ritmo apasionado que ambos compartían. La humedad de Hurrem rodeaba el miembro Ibrahim, incitándolo a profundizar, a perderse en ella, mientras sus labios dejaban escapar suspiros y sonidos de placer que le enloquecían, como una melodía embriagadora. La tensión entre ambos aumentaba, y cuando Ibrahim encontró los puntos más sensibles de su cuerpo, Hurrem dejó escapar un gemido suave que resonó en la habitación. En un instante compartido, sus cuerpos se sacudieron de placer, alcanzando juntos el clímax.

Con una sonrisa de satisfacción, Ibrahim se recostó junto a ella, acariciando su rostro con ternura.

—Eres solo mía —murmuró, con una voz baja y posesiva—. No te compartiré con nadie.

Hurrem, aún respirando acelerada, sonrió, dejando que su mano recorriera suavemente el rostro de su amante. Sin decir palabra, ambos se quedaron en silencio, envueltos en la intimidad y el calor de ese instante compartido.

solo tu (Hurremxibrahim)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora