Ryomen Sukuna

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El Juramento de Sukuna

La era Heian era brillante y próspera, pero en los ojos de Ryomen Sukuna, todo ese esplendor ahora parecía marchito, carente de vida y color. Los ecos de los tambores, los cánticos de los monjes y el bullicio de las ciudades le resultaban insignificantes, casi lejanos. Todo se había vuelto un eco vacío desde el día que te había perdido.

Habías sido lo único en su vida que había despertado en él una chispa de humanidad, un resquicio de algo más que pura ambición y poder. En un mundo tan violento y cruel, habías sido su refugio, su paz. Y ahora... ahora solo quedaban los recuerdos.

Sukuna caminaba por los senderos de lo que alguna vez fue su vida contigo, recorriendo los lugares que solían compartir, cada rincón lleno de memorias dolorosamente vívidas. El río, donde solían sentarse en silencio, donde las palabras no eran necesarias porque ambos sabían lo que sentían sin decirlo. Las antiguas ruinas del templo, donde solías rezar por ambos, incluso sabiendo que Sukuna despreciaba a los dioses. Y finalmente, el pequeño jardín de lirios que habías cultivado con tanto esmero, donde siempre te había encontrado cuando quería huir del caos del mundo.

"¿Por qué...?" Sukuna murmuró mientras se detenía frente al jardín abandonado. Los lirios estaban marchitos, como si compartieran su dolor. "¿Por qué me dejaste?"

La respuesta no llegaría, lo sabía. Pero la pregunta seguía atormentándolo. Se arrodilló frente a los restos de las flores, sus manos grandes y poderosas temblando ligeramente. Aunque siempre había sido una fuerza imparable, ni siquiera él había podido salvarte de los crueles designios del destino. Te habían arrebatado de él. Y la herida en su corazón nunca sanaría.

—"Todo lo que tocamos se desvanece, Ryomen,"— solías decirle suavemente cuando se mostraba impaciente o irritable. —"Es la naturaleza de la vida. Lo importante es cuánto valoramos el tiempo que compartimos."

Habías sido una persona pacífica, siempre intentando ver lo mejor en el mundo, incluso en él, que muchos consideraban un monstruo. Era esa luz tuya la que había hecho que Sukuna, por un momento, considerara la posibilidad de redimirse, de encontrar un propósito más allá del poder y la destrucción. Pero esa posibilidad se extinguió el día que te perdió.

"Si no hubieras sido tan buena..." susurró Sukuna, apretando los puños, su mente llenándose de imágenes de tus últimos momentos. Esa sonrisa débil, incluso cuando te desvanecías entre sus brazos. Esa promesa que él nunca pudo cumplir: protegerte de todo. "Si no hubieras sido tan humana..."

El odio burbujeaba en su interior, mezclándose con el dolor. Recordaba los rostros de aquellos que habían causado tu muerte: humanos insignificantes que te despreciaban por estar a su lado, por amar a alguien que ellos consideraban maldito. Habían planeado tu caída, pensando que alejarte de él lo haría vulnerable. Y lo habían logrado. No al hacerle daño físico, sino al arrancarte de su vida.

"Los mataré..." Sukuna dijo entre dientes, su voz cargada de una ira fría y mortal. "A todos..."

Se puso en pie, sintiendo el pulso oscuro que comenzaba a inundar su ser. Era como si la maldad que había intentado suprimir por ti ahora se liberara sin control. Caminó hacia el templo donde habías rezado, una vez más buscando la calma en los recuerdos, pero esta vez, todo lo que sentía era furia.

El cielo se oscureció sobre él, las nubes negras arremolinándose, reflejando la tormenta que se desataba en su interior. Sukuna se detuvo en la entrada del templo, sus ojos fijos en la figura destrozada de una estatua de Buda, que alguna vez habías adorado. Ese símbolo de paz y serenidad ahora le parecía una burla cruel.

"¿Dónde estaban tus dioses cuando la necesitaba?" gritó Sukuna, su voz resonando como un trueno. Golpeó la estatua con toda su fuerza, haciéndola añicos. "¿Dónde estaba la justicia?"

Pero no había respuesta. No había consuelo. Solo quedaba el vacío. Y la única forma en que sabía cómo llenar ese vacío era con venganza.

"Juro que ningún humano volverá a encontrar paz mientras yo siga existiendo."

Su voz retumbó con una resolución inquebrantable. Dejó que la oscuridad se apoderara de su corazón, esa oscuridad que siempre había estado latente, pero que tú habías logrado contener, aunque solo fuera temporalmente. Ahora, sin ti, ya no había nada que lo atara a la humanidad. Ya no había razones para detenerse.

Esa fue la primera noche que Ryomen Sukuna, el hombre, se convirtió en algo más. Se convirtió en una maldición viviente, en el Rey de las Maldiciones. El hombre que alguna vez había sido capaz de amar desapareció, y en su lugar quedó una fuerza imparable, impulsada por el odio hacia aquellos que te habían arrebatado de su vida.

Pero, incluso en medio de su transformación, cada paso que daba estaba teñido por la tristeza. Porque, en lo más profundo de su ser, sabía que no importaba cuánta destrucción causara, cuántas vidas tomara. Nunca te traería de vuelta. Y ese era el mayor tormento de todos.

"Nunca más dejaré que algo tan frágil como el amor me vuelva débil."

Las palabras resonaron en su mente, pero una parte de él sabía que no eran del todo ciertas. Porque aunque había elegido el camino de la maldición, siempre llevaría consigo el dolor de haberte perdido.

One Shots, JJKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora