Ryomen Sukuna

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Algo un poco diferente...

La Última Noche

El eco de tus pasos resonaba en las vastas y silenciosas galerías de piedra del castillo de Eryndor. Las antorchas parpadeaban, y el aire estaba cargado de una tensión que solo tú parecías notar, como si cada rincón del castillo compartiera el secreto de tu corazón. Esa noche, antes del alba, tu vida cambiaría para siempre; pero ahora, mientras avanzabas con cuidado, tenías algo mucho más importante en mente. Tenías que verlo a él, aunque fuera la última vez.

Con cada paso, te acercabas más a los jardines donde sabías que él, Ryomen Sukuna, te esperaba. El Capitán de la Guardia, el hombre con el que llevabas meses viviendo una historia oculta en sombras, un amor que habías resguardado del mundo entero. Nadie más sabía, ni siquiera tu dama de compañía, el vínculo secreto que compartías con el guerrero más temido de tu reino. No podían saberlo; eras una princesa, prometida al príncipe Suguru Geto del reino de Havengar para sellar una alianza que tus padres valoraban más que tu propia libertad.

Tu corazón latía fuerte en el pecho, una mezcla de miedo y excitación. Cuando llegaste al jardín iluminado por la luna, lo viste. Sukuna estaba de pie, cubierto por la penumbra de una estatua que casi lo fundía con la noche. Sus ojos rojizos brillaban al verte, una mezcla de posesión y ternura que solo mostraba cuando estaban solos.

—¿Estás segura de que quieres esto? —su voz profunda y desafiante rompió el silencio mientras te acercabas.

—Estoy segura de que no puedo soportar la idea de una vida sin ti —respondiste, acercándote hasta quedar frente a él, sintiendo su calidez a pesar de la armadura fría que portaba—. Me he pasado meses pensando en cómo se supone que debo ser, en mis deberes como princesa... pero este es mi único deseo. Escapemos juntos.

Él observó cada detalle de tu rostro, como si buscara algo que lo convenciera de que esto no era un sueño. La dureza en sus facciones, tan habitual en Sukuna, pareció ceder solo por un momento mientras su mano se elevaba hasta rozar tu mejilla. Había tocado tu piel antes, pero esa caricia en particular estaba cargada de una emoción diferente. El silencio que siguió fue tenso, pero no de duda.

—No eres alguien a quien puedan encerrar, princesa. No como intentan hacerlo. —Su tono se suavizó, y aquella caricia en tu mejilla se volvió más firme. Sus ojos reflejaban una mezcla de devoción y desafío que te robó el aliento.

—No soy solo una princesa, no soy solo una herramienta para sellar alianzas —le dijiste, tomando su mano y entrelazándola con la tuya—. Y no quiero que lo seas tú tampoco. Vámonos lejos, más allá de las tierras de Eryndor y Havengar, donde nadie pueda alcanzarnos.

Sus labios se curvaron en una leve sonrisa. Para alguien como Sukuna, que siempre había vivido bajo sus propias reglas y solo servía al reino por el honor del combate, tus palabras eran la chispa que necesitaba para llevar a cabo lo que ya tenía en mente.

—Llevo semanas preparando todo para el escape —admitió en voz baja, mostrándote una bolsa de cuero que tenía lista detrás de él—. Solo estaba esperando que tú lo pidieras.

No era propio de él, el gran capitán de los caballeros, arriesgar todo lo que había logrado por alguien más. Pero por ti, había estado dispuesto a perderlo todo.

—Entonces, ¿qué estamos esperando? —preguntaste con una sonrisa, sintiendo que el peso de la presión y las expectativas que habían recaído sobre ti desaparecían al verlo decidido. Pero él sujetó tu rostro entre sus manos, sus labios muy cerca de los tuyos, sus ojos fijos en los tuyos con una intensidad que solo él podía manejar.

—Quiero que me jures una cosa —murmuró, su tono peligroso pero repleto de cariño—. Que no te arrepentirás. Ni de dejarlo todo, ni de arriesgar lo que tenemos. Si alguna vez dudas... si miras hacia atrás...

—Nunca lo haré —contestaste antes de que él terminara. No había marcha atrás.

Fue en ese momento que te besó. Un beso profundo, como si estuviera tratando de fundir su alma con la tuya, de absorber cada parte de ti antes de que todo pudiera cambiar. Porque en el fondo, ambos sabían que las consecuencias de su decisión serían enormes. Las tierras de Eryndor y Havengar verían las repercusiones de esta noche por generaciones.

Tomados de la mano, abandonaron el jardín y se escabulleron hacia las afueras del castillo. A cada paso, tu corazón latía con más fuerza, una mezcla de nerviosismo y emoción que no habías sentido nunca. Sabías que para el amanecer, el príncipe Suguru y todos en el reino sabrían que habías desaparecido. Que habías traicionado la promesa de tus padres y los lazos del reino, pero nada de eso importaba.

Salieron del castillo y avanzaron hacia el bosque, donde Sukuna había preparado caballos y provisiones para ambos. Montaste detrás de él, aferrándote con fuerza a su espalda mientras la noche pasaba fugazmente a tu alrededor. No hubo más palabras; el silencio era testimonio suficiente de la promesa que ambos se habían hecho en ese jardín. Te sentiste segura, refugiada en sus brazos mientras cabalgaban hacia lo desconocido.

Antes del amanecer, se detuvieron en un claro para descansar. Estabas agotada, pero no podías evitar mirarlo mientras acomodaba una capa en el suelo para que te acostaras. El peso de la decisión que acababan de tomar flotaba en el aire, pero en los ojos de Sukuna, no había ni rastro de duda.

—A partir de ahora, serás mi único reino —dijo, y la crudeza en su voz fue reemplazada por una ternura que rara vez mostraba—. Y te protegeré de todo, incluso de los demonios que nos persigan.

Él se sentó a tu lado, observándote mientras te quedabas dormida, su mano envolviendo la tuya como un juramento silencioso. En medio de la incertidumbre, te dormiste tranquila, con la convicción de que él sería quien llenaría tu vida de los momentos que realmente importaban.

Por la mañana, cuando los primeros rayos del sol asomaron, supiste que no había marcha atrás. Dejaste todo lo conocido detrás, pero encontraste en Sukuna algo mucho más valioso: un amor que no necesitaba ser aprobado, ni comprendido por nadie más que por ustedes dos. Y cuando él te tendió la mano, ayudándote a levantarte, supiste que cualquier sacrificio, cualquier consecuencia que enfrentaran, valdría la pena por la promesa que se habían hecho.

La historia de la princesa de Eryndor y el capitán rebelde de su guardia se volvería leyenda, un amor que desafiaba la corona, las tierras, y todo lo establecido, dejando el final abierto a la imaginación de aquellos que escucharían su historia en generaciones venideras, preguntándose si alguna vez alcanzaron la paz... o si esa última noche fue su eternidad.

One Shots, JJKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora