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—Llegamos allí arrasando —empezó a hablar JJ—

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—Llegamos allí arrasando —empezó a hablar JJ—. hacemos que Ward suplique clemencia como un perro, pillamos todo el oro que podamos y nos largamos pitando —finalizó.

Estábamos todos en la camioneta, pero al notar un hueco en la furgoneta me giré en dirección al piloto.

—¿Dónde está Sarah? —le pregunté al pecoso.

Este me miró por el retrovisor, con expresión neutra.

—¿La verdad? —preguntó, a lo que yo asentí sin dudarlo—. No lo sé.

Fruncí el ceño ante esa respuesta. Llevaba horas sin saber nada de mi mejor amiga y mi intuición me decía que algo malo estaba pasando con ella.

—Nos vamos a Yucatán —siguió hablando el rubio—. Sin preocuparnos del dinero.

Me lo quedé mirando. Para ellos, que les robaran el oro, había sido un golpe duro, imposible de asimilar. Los pogues crecieron sin dinero y haber encontrado el oro había sido una vía de escape para los chicos, una visión para un futuro mejor y sin preocupaciones.

Llegamos al aeropuerto, pero no teníamos acceso a él porque una valla de rejas nos separaba del carril de salida. Salimos del interior de la camioneta y John B y yo, nos colocamos los prismáticos enfrente de los ojos, para tener visibilidad de lo que estaba pasando. Solamente teníamos dos pares, así que, después de dos piedra papal y tijera, me agencié de ellos. Nos acercamos a la valla, viendo como un coche llegaba al lugar. De él salieron Ward y...

—¿Sarah? —pronunció John B.

— ¿Qué está haciendo con él? —miré al chico.

El no me contestó, simplemente volvió a fijar su mirada a través de los prismáticos.

—¡Le está forjando! —habló alteradamente.

—¿Qué? —preguntaron el rubio y Kie al mismo tiempo.

—Es cierto —confirmé.

Noté como la presencia del pecoso desaparecía de mi lado y le entregaba los prismáticos a la morena. Me giré hacia él y antes de ir en su dirección le di los míos a Pope.

—John B, ¿Qué haces? —exclamé al ver que se subía a la camioneta.

Los demás chicos se giraron en nuestra dirección al escuchar mis gritos.

— Tío ¿Adónde vas? —gritó Pope.

No me lo pensé dos veces y, en un abrir y cerrar de ojos, me encontraba subida en el asiento de copiloto junto al chico, el cual arrancó sin dudarlo.

—¡No deberías haber subido, Nicole! —gritó.

—Ahora lo sé —exclamé al ver como iba directamente hacia la valla—. ¿Qué vas a hacer? —pregunté rápidamente, sin recibir respuesta por su parte—. ¿John B? —volví a decir.

LET IT HAPPEN    ||  Rafe CameronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora