Capítulo Ocho

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Una semana después, el día de la boda, hacía un calor asfixiante.

Fluke y Ohm iban juntos al Registro Civil y Daniel los seguía en otro coche con Marianne.

No había nada tan romántico como que un novio lo esperara al final del pasillo. Le sorprendió la punzada de tristeza por no ver a nadie que se diera la vuelta con una sonrisa mientras él se acercaba, y le irritaba que la única persona que podía imaginarse en esa situación fuera guapo, moreno, con el pelo rizado...

–¿Por qué frunces el ceño?

Fluke miró a Ohm. No lo había visto casi desde la otra noche. Él había trabajado hasta tarde todos los días y Fluke lo había agradecido, aunque no le había gustado nada darse cuenta de que notaba su ausencia.

Fluke había estado ocupado con Daniel, se había cerciorado de que tenía todo lo que necesitaba y le había organizado el cuarto. También había repasado toda la ropa que le había metido la estilista en el vestidor y se había quedado abrumado por todas las prendas de seda y los elegantes trajes pantalón. Había charlado con Mathilde y Marianne, que estaban convirtiéndose en buenas amigas.
Mathilde le había reconocido que se alegraba de que Ohm estuviera asentándose porque siempre le había parecido un poco solitario. Fluke no había dicho nada. Sabía que a Ohm se le pondrían los pelos de punta solo de pensar que alguien creía que estaba solo.

Ohm estaba mirándolo y Fluke esbozó una sonrisa.

–Eso está mejor. ¿No estás encantado de ir a casarte con el hombre de tus sueños?

Le gustaba ese Ohm burlón, le recordaba al hombre que lo sedujo tan fácilmente.

–¡Ah...! –Fluke fingió sorpresa–. ¿El hombre de mis sueños está aquí? ¿Dónde está?

Fluke miró alrededor y él dejó escapar una risotada.

–No irás a decirme que todavía estás esperando al bueno y aburrido...

–Ya es un poco tarde para arrepentirme. Además, alguien me dijo que solo se arrepienten los fracasados.

–Ese alguien es muy inteligente...

A Fluke le fastidiaba estar espoleándolo, le recordaba la nota que le había escrito y que solo estaba allí por Daniel.

El coche entró en una plaza y se paró. De repente, se sintió nervioso.

Ohm le tomó la mano y Fluke lo miró.

–Estás muy guapo y, para que lo sepas, no me había imaginado jamás que acabaría en esta situación, pero me alegro de que sea contigo.

Fluke no pudo dejar de mirarlo. No podía reprocharle que le hubiese dado falsas esperanzas, había dejado muy claro que estaba haciendo eso por Daniel.

–¿Preparado?

Fluke asintió con la cabeza e intentó tragarse los nervios. Esperó a que el conductor le abriera la puerta y a que Ohm lo ayudara a bajarse. Llevaba una chaqueta blanca ceñida sobre un traje blanco de seda muy sencillo y muy elegante y llevaba unos zapatos forrados de satén.

Tenía el pelo recogido y se había puesto un pequeño sombrero con un velo de encaje que le caía por delante de los ojos. Unos pendientes de perlas, sujetos con pinzas, y el anillo de compromiso eran sus únicas joyas.

Marianne se bajó del coche que paró detrás y Fluke se acercó para cerciorarse de que Daniel estaba bien. Estaba precioso con un mono azul del mismo tono que el traje de Ohm.

Comprendió que no podía entretenerse más y sonrió a Marianne, quien también le dirigió una sonrisa tranquilizadora. Luego, fue hasta donde estaba Ohm, que le tomó una mano y lo llevó hacia la sala del registro.

01- Un secreto bien escondido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora