¿Solo te quedarás ahí escuchándome llorar?

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En México estamos muy cerca del día de muertos. A pesar de que cada año en casa colocamos ofrenda, este año es mucho más personal para mi. Este año mi preciosa mascota, Nana, cruzó el arcoiris. Y según las creencias, las mascotas regresan a visitarnos el 27 de octubre.
Entonces mi corazón cree con fervor que ella esta aquí conmigo otra vez, al menos por unas horas...





Cada día, Izuku se levantaba temprano y en silencio, cuidando siempre de no despertar a Shoto. Sabía exactamente cuándo empezar a moverse para que todo estuviera listo cuando el alfa se levantara. Preparaba el café con la precisión de quien conoce cada detalle de los gustos de su esposo: fuerte, amargo, justo como a él le gustaba. El desayuno variaba: un día podía ser un plato tradicional japonés con arroz, pescado y sopa miso; al siguiente, algo más continental, como tostadas y huevos. Pero siempre debía ser perfecto, e Izuku se aseguraba de que así fuera.

A las 8:17, sin falta, escuchaba los pasos de Shoto entrando a la cocina. Sabía que el alfa se acercaría a él, lo rodearía con sus brazos y dejaría pequeños besos en su cuello, justo en la marca de apareamiento. Izuku siempre sonreía. Giraba levemente la cabeza para mirarlo, con los ojos llenos de lo que parecía ser devoción.

Tomaba sus supresores frente a él, observando la expresión complacida del alfa mientras lo hacía. Podía ver cómo los hombros de Shoto se relajaban cada vez que las pastillas desaparecían por su garganta, y aunque fingía no notarlo, ese gesto reforzaba la ira latente que Izuku mantenía bajo control. "Así es como lo quiere," pensaba cada vez que sonreía tranquilamente después de tomarlas, como si todo estuviera en perfecta armonía.

Luego, cuando Shoto estaba a punto de irse, Izuku se colgaba de su cuello, poniéndose de puntillas para darle un beso profundo. Sonreía contra sus labios y, con un tono dulce, le deseaba un buen día. Aunque por dentro, lo único que deseaba era que la puerta se cerrara detrás del alfa para poder despojarse de la máscara de omega perfecto.

El clic del cerrojo era su liberación silenciosa. Su sonrisa desaparecía, y entonces Izuku seguía con su rutina.
Limpieza. Cada rincón, cada superficie debía estar impecable. Limpiaba los muebles, aspiraba los pisos, repasaba cada mesa, cada estante. Desinfectaba los baños, organizaba las habitaciones. Todo debía estar en su lugar, todo reluciente y pulcro. Era una obsesión que no podía evitar. Una forma de controlar su propia impotencia, de sentir que tenía algún tipo de poder, aunque fuera sobre cosas insignificantes.

A las 12:30, Izuku terminaba el aseo. Luego se dirigía al baño, permitiéndose un momento de relajación bajo el agua caliente. Después, preparaba un almuerzo sencillo: tal vez ramen instantáneo, okonomiyaki, e incluso un simple sándwich, pero disfrutaba esos momentos de cocinar para sí mismo, apreciando la libertad de no tener que preocuparse por los estándares de perfección que se había autoimpuesto para Shoto.

Las tardes seguían un patrón dependiendo del día de la semana. Algunos días salía al supermercado, paseando con calma por los pasillos, seleccionando con cuidado cada ingrediente para las comidas que planificaba. Le gustaba tomarse su tiempo, observando las opciones, sintiendo la frescura de las verduras o escogiendo el mejor corte de carne.

Otros días se encargaba de la ropa: ponía la lavadora y, mientras tanto, escuchaba música para hacer más llevadera la tarea de doblar cada prenda con esmero. Había algo casi meditativo en el proceso, en doblar cada camisa de la misma manera, alineando los bordes como si eso pudiera traer orden a su propia vida.

También había días en los que llamaba a su madre, permitiéndose una conversación cálida y llena de risas, que le hacía recordar tiempos más sencillos. Y, de vez en cuando, se daba el lujo de simplemente sentarse en el sillón, arroparse con una manta suave, y ver alguna película.

Si el amor es para idiotas, yo soy el más grande del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora