¿Tengo que luchar también con la impotencia?

123 38 1
                                    

Cuando regresó a su casa llorando amargamente, no tuvo más remedio que contarle a su madre lo que había pasado. Desde el altercado que causó su despido, sus intentos inútiles por conseguir un empleo y su decepcionante malentendido en el grupo Endeavor, (omitiendo claro la horrible propuesta de Enji Todoroki).

— Tranquilo cariño — consoló ella, secando sus lágrimas —. Todo estará bien, ya lo verás.

— ¿Como? Si no encuentro un empleo pronto...

Inko sacó un pequeño sobre de entre su ropa, el mismo que Izuku le había dado hace semanas para su tratamiento.

— ¡No, mamá! — exclamo empujando el sobre —. Se supone que tenías que comprar tu medicina con esto, el dinero es tuyo.

— Eso puede esperar, cariño — insistio ella—. Mientras tanto, esto nos dará algo de tiempo para pensar en una solución.

Se lanzó a los cálidos brazos de su madre una vez más y lloró todas sus penas, mientras ella pasaba los dedos entre su opaco cabello tratando de consolarlo, pidiendo perdón por no poder hacer más.

Dos semanas más pasaron y las cosas no mejoraban.

Izuku seguía sin encontrar un empleo fijo y ahora notaba cada día a su madre más y más cansada, junto a un pequeño cojeo que iba haciéndose más notorio con el pasar de los días y que ya no podía disimular ni con el uso de su bastón.

— ¿Estás bien mamá? — indagó el omega, viendo a su madre formar una mueca mientras caminaba por su diminuta cocina —. Sabes que puedo ocuparme de la limpieza, no tienes que esforzarte.

— Tonterías — respondió ella —. Es lo mínimo que puedo hacer. Tú te partes la espalda todo el día para traer un pan a la mesa, también tienes que descansar, cariño.

— Lo sé, pero te he notado más cansada — replicó —. Y sabes que no me importa ayudarte en lo que pueda.

— Acordamos que hoy descansarías, así que ve a tu habitación y duerme un poco.

— Pero...

— ¡Sin peros! Soy tu madre y debes hacer lo que te digo — dijo cruzando los brazos, él le sonrió con ternura.

— Bien, bien. Pero no dudes en despertarme si me necesitas, así sea lo más pequeño.

La mujer puso los ojos en blanco con una sonrisa.

— Como digas, ahora vete, vete.

Izuku rio al ver a su madre ahuyentarlo como si fuera un ave y se retiró a su habitación sin antes recalcar que lo despertara por cualquier cosa.

Los fuertes golpes en la puerta lo despertaron de manera abrupta, desorientado, busco a tientas su celular y se dio cuenta que había dormido un par de horas. Buscó en la oscuridad sus sandalias y salió de su cuarto.

— ¿Mamá? — llamó sin recibir respuesta —. ¿Mamá?

Tenía intenciones de buscarla, pero los golpes incesantes le recordaron él porque estaba despierto. Así que camino hasta la entrada y abrió la puerta.

— ¿Señora Hisakawa? — dijo viendo a su anciana vecina quien se veía agitada —. ¿Está bien?

— ¡Izuku, gracias a dios! — exclamó la anciana —. ¡Rápido! Tienes que venir conmigo.

— ¿Qué pasa?

— ¡Es tu madre!

No necesito escuchar nada más y salió frenético.





Sentado en la casi vacía sala de espera, Izuku aguardaba con los ojos rojos e inflamados alguna noticia sobre su madre.

La había encontrado inconsciente en la base de las escaleras del edificio, rodeada de algunos vecinos que trataban de auxiliarla mientras esperaban una ambulancia. Lo poco que sabía es que, al regresar de las compras, su madre sufrió un fuerte mareo cuando intentaba subir las escaleras provocando que perdiera el equilibrio. La señora Hisakawa, que venía bajando, intentó ayudarla en vano y al ver que no respondía corrió a avisarle del incidente.

Entre la espera de los cuerpos de emergencia y su traslado al hospital habían pasado cerca de 10 horas sin noticias, lo que le mortificaba más.

— ¡Inko Midoriya! — exclamó una enfermera saliendo por las puertas que dividían la sala y el área de urgencias.

— ¡Si! — respondió levantándose rápidamente para acercarse a la mujer —. Es mi madre.

— Por aquí por favor — dijo guiándolo por el blanco pasillo, hasta un pequeño cubículo cubierto.

Cuando la joven corrió la persiana, vio finalmente a su madre. La mujer se encontraba conectada a una máquina que monitoreaba sus signos vitales junto a una mascarilla de oxígeno.

— Mamá...— sollozó viendo a la mujer que, aún después de las horas, continuaba inconsciente.

— El médico vendrá en un momento — dijo la enfermera llamando su atención —. Ella está estable — continuó al ver al pobre chico llorar.

La enfermera le sonrió comprensiva dejándolos solos. El joven se acercó a su madre y con cuidado acarició su cabeza durante un rato hasta que el carraspeo del médico llamó su atención.

— Sígame por favor — dijo el médico, y por su tono, Izuku supo que no tenía buenas noticias.







Shino caminaba a toda prisa por el vestíbulo del edificio mientras se maldecía mentalmente; se había confiado del reporte del clima que auguraba una mañana soleada cuando ocurrió todo lo contrario. Afuera llovía a cántaros causando un completo caos, el tránsito estaba insoportable y el tren había sufrido retrasos haciéndola llegar tarde.

— ¡Detengan el ascensor! — exclamó a unos metros de las puertas que estaban por cerrarse, afortunadamente, la persona dentro logró escucharla metiendo el pie entre ellas —. Gracias — farfulló tratando de recuperar el aliento.

— No creí que fueras de las que llega tarde.

La mujer le echó un vistazo a quien la había ayudado, encontrándose con Kamiji quien la veía con gracia.

— ¡Agh! ¡Es por esa horrible lluvia! — exclamó acomodándose su despeinado cabello, producto del viento y la lluvia.

— Ni me lo digas, ojalá pudiera estar en casa como Yu — dijo bostezando —. Debe estar pasándola increíble.

— Lo dudo, cuando mi hermana...

Su teléfono vibrando en el bolsillo la interrumpió. Frunció el ceño al ver un número desconocido llamarla.

—¿Quién es? — preguntó curiosa la otra mujer viéndola ignorar la llamada—. ¿No vas a contestar?

— Me ha estado llamando desde las 5 de la mañana — respondió con cansancio.

— Si es insistente, ¿No deberías atender? — señaló Kamiji viendo el aparato iluminarse nuevamente —. Puedo responder por ti.

La castaña asintió pasándole el teléfono, Kamiji carraspeó antes de apretar el icono verde y exclamó con fuerza:

— ¡Quien se atreve a molestarme desde temprano! ¿Quieres morir?

La línea se mantuvo en silencio unos segundos, hasta que se escuchó un sollozo del otro lado.

.

.

.

— ¿S- señorita Kamiji? 

Si el amor es para idiotas, yo soy el más grande del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora