1O ;; Justicia celestial

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Observaba a su hermana Sera en la distancia, discutiendo con la arcángel Zadquiel.

Las palabras eran un torrente de reproches y posturas inquebrantables, aunque Emily no alcanzaba a discernir del todo su contenido. Sin embargo, recordaba con claridad la expresión de ambas: firmes y desafiantes.

Por aquel entonces, no tenía ninguna razón para intervenir. Creía, sin cuestionarse nada, que su hermana mayor hacía todo por el bien del Cielo y de las almas. Ella había sido su guía, la figura en la que más confiaba, el pilar que sostenía su fe y le daba dirección.

Emily nunca había cuestionado sus decisiones, ni se había aventurado a explorar los misterios en los que Sera se sumía con frecuencia. Sabía que Sera era el Serafín Principal, el faro de justicia en el reino celestial, y su corazón confiaba plenamente en ella.

Sin embargo, aquel recuerdo traía consigo otro fragmento inquietante, uno que hasta ahora no había comprendido del todo. Azrael, su tío de una manera cariñosa, aparecía en la escena con una risa burlona que reverberaba en su mente.

Azrael, un guardián que siempre le había resultado intimidante, no era solo un guardián. Era el portador de las almas caídas, el emisario de la muerte. Y Sera, su hermana amada, había mantenido en silencio las decisiones que él ejecutaba.

Emily recordaba el impacto de aquella revelación. Era como si un velo se hubiese rasgado ante sus ojos. Su hermana, su mentora y modelo, había estado involucrada en algo sombrío y callado. Y lo más doloroso no era solo el acto en sí, sino el hecho de que Sera jamás había buscado redimir o ayudar a las almas en pena del averno.

En cambio, enviaba cada año ejércitos de ángeles exterminadores, liderados por Adam, el primer humano. Aquel ejército no tenía misericordia ni ofrecía oportunidades de enmienda. Su único propósito era exterminar sin juicio ni perdón.

Sintió cómo la traición se apretaba en su pecho, sofocando los cimientos de su inocencia. Aquello iba en contra de todo lo que ella había aprendido, de todo lo que había creído que era su rol como serafín: ser una guía, brindar esperanza, tender una mano, aún a los caídos. ¿Cómo alguien tan cercano a ella podía avalar semejante crueldad? ¿Cómo la Serafín Principal podía mostrarse tan implacable?

Su mente seguía revolviéndose en estos pensamientos mientras la imagen de su hermana se difuminaba en un eco distante, dejando a Zadquiel y Azrael como sombras en su memoria. La sensación de impotencia la embargaba, como un vacío profundo. Todo aquello que hasta entonces había sido símbolo de bondad y paz se teñía de oscuridad y ambición.

Y al intentar levantar la voz, al rebelarse contra una orden que iba en contra de sus creencias, solo encontró castigo. Sera y el resto de los altos mandos silenciaron su disidencia, con una fría advertencia: no debía entrometerse en asuntos que no le correspondían.

Había llegado a una resolución en el fondo de su ser, no perdonaría a Sera, ni a los demás que permitían el exterminio del infierno en nombre de una pureza que no existía.

Sin embargo, su castigo no llego de una manera rápida, solamente debía de esperar su castigo en las jaulas de Dios.

Recostada en el oscuro rincón, sus pensamientos la transportaban a aquel lugar luminoso que, paradójicamente, contenía la mayor oscuridad que había conocido: la jaula dorada en los cielos.

Encerrada, había pasado días y noches bajo una vigilancia inquebrantable, con las paredes doradas de barrotes relucientes y perfectos. Era una belleza opresiva, una celda que irradiaba pureza pero ocultaba crueles intenciones.

Aquella reclusión no era más que un castigo impuesto por haberse atrevido a cuestionar las acciones de su hermana, Sera, y la injusticia que los altos mandos ejecutaban en nombre de un "orden divino". Emily no había deseado nada más que el bien para los habitantes del Cielo y, aunque le costara admitirlo, también para aquellos que sufrían en el infierno.

Contrato de sangre [AngelicSmile]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora