Caminaba Santiago solo por los jardines de su casa, absorto en pensamientos que lo asaltaban desde la reciente conversación con su abuela. El eco de sus palabras resonaba en su mente, con una mezcla de nerviosismo y responsabilidad.
— ¿Seré un buen líder? —murmuraba en voz baja mientras daba vueltas alrededor de los rosales—. ¿O puede que no? No lo sé... no estoy seguro de nada. Mi abuela espera mucho de mí, y tampoco puedo defraudar a mi padre. Pero ¿y si no estoy preparado?
El jardín, con sus arbustos bien cuidados y los girasoles que crecían altos y radiantes, le brindaba un entorno sereno, aunque sus pensamientos lo inquietaban. Santiago caminaba cabizbajo, con la mirada fija en el suelo, hasta que una voz suave y tímida, surgida de algún rincón cercano, interrumpió sus pensamientos.
—No se angustie, joven Santiago. Yo he visto cómo se ha preparado todos estos años para este momento. Estoy segura de que será igual de bueno, o incluso mejor, que su padre —dijo la voz, sonando como un susurro entre las ramas del arbusto recién podado.
Santiago, sorprendido, miró en todas direcciones y preguntó con cierta curiosidad y firmeza:
— ¿Quién está ahí? ¡Sal de inmediato!
Tras unos segundos de silencio, de entre los arbustos apareció una joven de piel clara y cabello largo y lacio. Sus ojos castaños reflejaban dulzura, pero en su expresión se notaba también algo de temor e incomodidad. Con timidez, miró a Santiago y se inclinó un poco, insegura de si debía estar allí.
—Discúlpame, joven. No era mi intención escuchar sus palabras... esas cosas que uno dice solo, para uno mismo. De verdad lamento haberlas oído —se disculpó, bajando la cabeza con humildad.
Santiago la miró de pies a cabeza, notando que no llevaba el uniforme habitual de las empleadas.
—¿Quién eres tú? No llevas el uniforme de las empleadas de la casa —observó con una mezcla de curiosidad y sorpresa.
La joven se acomodó el cabello detrás de la oreja, nerviosa.
—Señor, soy la hija de una de las sirvientas. Mi madre pidió permiso al jefe de llaves y a su abuela para que pudiera estar aquí hoy —explicó con seriedad—. Vine a recoger algunas flores para llevarlas a la tumba de mi padre.
Santiago bajó la guardia y notó que la joven sostenía un puñado de girasoles.
—Así que... ¿eres tú quien está recogiendo mis girasoles que las planté para mi abuela? —preguntó, frunciendo el ceño, pero con un tono ligero que denotaba más intriga que enfado.
La joven se alarmó, soltando los girasoles y llevando las manos a su boca.
—¡¿Qué?! Lo siento muchísimo, señor, no sabía que eran suyos, y mucho menos que eran para su abuela —exclamó, con la voz quebrándosele de nervios—. Por favor, no despida a mi madre por mi ignorancia. Le ruego que me disculpe —dijo, arrodillándose con la mirada fija en el suelo, en un acto de súplica.
Santiago la observó por un momento y luego soltó una risa suave.
—No, no te preocupes. Estos girasoles son solo del jardinero. Los que planté para mi abuela están en la otra esquina del jardín —dijo con una sonrisa, divertido por el malentendido.
La joven levantó la mirada, con los ojos brillantes por la vergüenza y algo de molestia.
—No me burle, señor, por favor. No he hecho nada malo —murmuró, intentando mantener la compostura.
Santiago la miró con ternura, y respondió en un tono mucho más amable.
—Discúlpame. No quise hacerte sentir mal... De hecho, creo que estos girasoles te representan bien.
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Sombras del Linaje
RastgeleEn lo profundo de una antigua mansión, el linaje de la familia Altamirano de la Vega yace bajo un peso invisible, sostenido por secretos que han perdurado por generaciones. Lo que una vez fue símbolo de honor, hoy es una sombra que se extiende sobre...