8. Nicolás Mora

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Al día siguiente, Beatriz llegó al departamento agotada, apenas cerró la puerta, empujó su bolso y se desplomó en el sofá de cuero. Su cuerpo y mente apenas soportaron el peso de ese segundo día en Ecomoda. Hundió su rostro en la almohada, liberando un grito sofocado de frustración. El sistema, observándola desde la sala, intentó consolarla.

—Vaya día... ¿por qué no mejor te relajas un poco? —le sugirió con tono suave.

Beatriz solo respondió con un suspiro, mientras se levantaba resignada y caminaba hacia su cuarto. No tardó en encerrarse en el baño, donde se quitó la peluca, los brackets y las gafas, liberándose de su caracterización como la "Beatriz original". Después, frente al espejo, limpió el maquillaje y exhaló, golpeándose suavemente las mejillas para darse ánimos.

Al salir del baño y encaminarse a la cocina, se preparó un té para calmar los nervios, pero su paz fue interrumpida por el sonido del timbre. Sorprendida, le preguntó al sistema quién estaba tocando.

—Es tu fiel compañero —respondió el sistema—. Nicolás Mora.

La emoción se reflejó en el rostro de Beatriz. Sin dudarlo, corrió hacia la puerta y la abrió, encontrándose con Nicolás, tal y como lo recordaba: su cabello fijo con gel, gafas grandes y ese traje que se veía un poco pasado de moda pero que él lucía con orgullo. Sin poder evitarlo, lo abrazó efusivamente, sorprendiéndolo.

—¡Qué calor! —Nicolás le dio unas palmadas en la espalda, algo incómodo pero sin quejarse—. ¿Qué hubo, Betty?¿Cómo le fue hoy?

—Pues bien, mal, regular,divino. Entre, siéntese —respondió Beatriz con una sonrisa, dejándolo pasar al departamento.

Se acomodó en el sofá mientras el sistema observaba desde un rincón, apreciando la genuinidad de la amistad entre ambos. Nicolás, preocupado, fue directo al punto:

—A ver, cuénteme, ¿cómo va eso de Ecomoda? ¿Ya empezó a trabajar? —preguntó, acomodándose en el sofá con curiosidad.

Beatriz susurró, dejando la taza de té en la mesa.

—Sí, Nico. Este es mi segundo día... y ya estoy en crisis —dijo con una sonrisa de resignación.

-¿Crisis? Pero si a penas son las dos de la tarde. —Nicolás miró exageradamente su reloj—. A ver, Betty, si apenas empieza la jornada, ¿qué hace aquí?

—Pues porque mi jefe me dio la tarde libre—Beatriz hizo una pausa, reflexionando sobre todo lo sucedido—. Digamos que tuve una mañana... complicada.

—Complicada cómo, Betty. ¡A ver, desembuche! —Nicolás la miraba expectante.

Beatriz comenzó a contarle cada detalle, sin omitir nada. Le habló sobre cómo el mensajero la había engañado haciéndose pasar por alguien de rango superior, de cómo había tenido que soportar la discusión entre Marcela y Armando mientras ella intentaba hacer su trabajo.

En ese momento, Nicolás la interrumpió con asombro:

—Espere, espere, espere... ¿dijo Patricia Fernández ? —preguntó, abriendo los ojos y con una emoción casi infantil.

—Eh... sí, Nico, Patricia Fernández . ¿Y usted por qué está tan interesado en ella? —preguntó Beatriz, intrigada.

Nicolás, sin responder, abrió su maletín y sacó una pequeña foto de Patricia que, evidentemente, llevaba consigo a todas partes.

—Porque la llevo aquí —dijo, señalando su cabeza con cara de ilusión —. Y aquí, en el pecho y en mi billetera.

Beatriz, viendo la foto y el brillo en los ojos de su amigo, suspiró. Sabía lo ilusionado que estaba, aunque también sabía que Patricia no buscaba precisamente a alguien como Nicolás.

—Ay, Nicolás, despiértese. Esa nujer no es para usted —dijo con suavidad, esperando no herirlo.

—¡Pero claro que sí, Betty! Si ya lo tengo todo. Un trabajo respetable, me codeo con la gente de sociedad... ¡si hasta llevo traje nuevo! —Nicolás sonriendo, ajustando su corbata como si eso fuera prueba suficiente de su idoneidad para Patricia—.  Betty, prométame que usted me la va a presentar, así sea pa' que me escupa.

Beatriz solo negó con la cabeza, resignada, mientras él seguía soñando despierto. Decidió cambiar el tema y continuó con su relato. Le explicó cómo recibió una llamada de recepción informando que una mujer, Karina Larson, estaba esperando a Don Armando, y que tuvo que intervenir para evitar que Doña Marcela descubriera lo que su prometido estaba haciendo una escondidas. Nicolás la escuchaba con interés, aunque a ratos miraba hacia el vacío, claramente pensando en Patricia.

—Y ¿cómo hizo para sacar a su jefe de esa? —preguntó finalmente, volviendo a la realidad.

—Tuve que ingeniarme una coartada para que se llevara a la señora Larson. Pero claro, Doña Marcela se enteró y fue directamente a mi oficina a gritarme. —Beatriz se recostó en el sofá, agotada solo de recordar.

—¡Ayyyy, Betty! Pero ¿y entonces qué? ¿Se corrió? ¿Le dijo que no podía estar más ahí? —preguntó Nicolás con voz dramática—. Es que esa mujer, Marcela, ¡es un caso!

Beatriz avanzó y continuó con la historia. Le contó que Marcela la había llevado a la oficina junto a Gutiérrez y Patricia, con la intención de entregarle su carta de despido. Por suerte, Don Armando llegó justo a tiempo y detuvo el despido, lo que, al menos por ese día, le salvó el puesto. Nicolás parecía más impactado que ella.

—Betty... yo le dije que esto era una mala idea . Mire que dejar su puesto en el Ministerio de Comercio para... para esto, Betty. Para soportar a esos aristócratas insensibles que solo piensan en ellos mismos . Y  usted solita se metió ahí por... ¿por qué? —dijo, gesticulando con las manos.

—Porque es lo correcto, Nico —respondió ella con firmeza—. Susana Valencia me ayudó hace años, y aunque ellos no lo sepan, siento que estoy en deuda.

—Sí, sí, lo que usted diga, pero esa deuda era con Susana , no con la tal Marcela ... aunque, bueno, —agregó, cambiando el tono a uno más comprensivo—. Si usted dice que es lo correcto, yo voy a estar hasta el final con usted, Betty. Pero si necesita ayuda, llámame, ¿eh?

Beatriz estaba agradecida por tener un amigo como él. Mientras Nicolás se levantaba, comentó con picardía:

—Bueno, Betty, la dejo para que descanse. Tengo un almuerzo pendiente con un excompañero, y aunque me duele en el alma no haber comido nada de Doña Julia en estos días, ¡tendré que sacrificarme!

Beatriz lo miró confundida.

—Y ¿por qué no almorzó ya, Nicolás? ¡Si usted es el que nunca se queda con hambre!

Nico la miró con los ojos entrecerrados y suspiró con dramatismo.

—Ah, Betty... ¿y de quién cree que es la culpa? ¿A quién se le ocurre mandar a sus padres de crucero? ¡Me quedé sin los platillos de Doña Julia , sin su frijolada! —se llevó una mano al pecho—. Y ahora, gracias a usted , tengo que sacrificarme comiendo en cualquier lugar. Así que mejor váyase preparando, Betty, porque le tocará invitarme a almorzar en algún restaurante de lujo para compensarme.

Beatriz le tiró una almohada entre risas.

—¡Usted es un tragón, Nicolás! ¡Solo piensa con el estómago!

Él se despidió, haciéndole una exagerada reverencia en la puerta.

—No es solo el estómago, Betty... es la amistad . Por eso estoy aquí, sufriendo con usted. Ya sabe dónde encontrarme si necesita ayuda .

Beatriz lo despidió con una sonrisa, sintiéndose más ligera y agradecida por tenerlo en su vida. Cuando la puerta se cerró, el sistema apareció en la sala y rompió el silencio.

—Es un buen tipo, ese Nicolás —comentó con aprobación.

—Lo es, de verdad. Anda, creo que es momento de pedir algo para almorzar —dijo, mientras su estómago gruñía, y ambos rieron al darse cuenta de que hasta los espías necesitan un buen plato de comida al final del día.

Entre realidades | Long StoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora