-Es algo tarde.-dijo Grantaire, frunciendo el ceño y observando un reloj de pared-No pensé que hubiéramos estado tanto tiempo hablando.
Diana miró al hombre, evidentemente insatisfecha al haberse quedado a mitad de la historia, pero entendía la situación.
-Podemos seguir mañana, si quieres-ofreció el mago, llevándose una mano a rascar la barba, costumbre tomada en su juventud.
-Me parece bien, Samuelle-asintió la joven, bajando la vista después a la mesa, donde el juego de té seguía prácticamente intacto.
Él la observó y sintió una nueva punzada de dolor en el pecho.
Pronto pasaría, quiso hacerse creer.
Carraspeó, como siempre, dudoso con aquella muchacha frente a él. Cogió a la gata siamesa y la sostuvo en sus brazos, refugiándose en el hecho de acariciarla para dejar de pensar.-Ven, te enseñaré dónde puedes dormir.-Murmuró, girándose y entrando en un pequeño pasillo, completamente a oscuras hasta que él pulsó un interruptor; otro signo de que había abandonado la magia casi al completo y se limitaba a vivir... Si a eso se le podía llamar vivir.
Abrió una puerta, y tras ésta apareció un pequeño cuarto con una cama, una estantería con libros y alguna que otra fotografía en movimiento del grupo de amigos que ya había presentado mediante su relato a su invitada.
Ésta había aparecido tras él con sigilo, y observaba la estancia con inocente curiosidad.-Tienes una casa bonita, Samuelle-dijo, pasando dentro y observando las fotografías.
-Antes lo era más-se limitó a decir él, yendo hasta ella.
Señaló la fotografía grupal, donde la pandilla saludaba y sonreía a cámara, e incluso a veces se miraba entre sí.-¿Este es él?-cuestionó Diana, señalando a un joven de rostro severo, terriblemente hermoso, casi angelical. Grantaire no tuvo más remedio que asentir.
La chica alzó un dedo para acariciar la imagen del joven estudiante, justo en el momento en el que parecía esbozar una sonrisa enigmática.
Ella entreabrió los labios, sorprendida.-Estos son Combeferre y Courfeyrac-dijo Samuelle, señalando por turnos a sus amigos.-Este de aquí es Bahorel... Menudo idiota-acabó diciendo, pues se podía apreciar si uno aguzaba la vista que el joven en cuestión hacía burla a un chaval de cabellos negros y alborotados y sonrisa desigual sin que éste se diera cuenta -Este... Soy yo. Y estos son... Joly, Feuilly, Jehan...-Hizo una pausa, deteniéndose en el único joven con prematura escasez de pelo-Y este era Bossuet.-de sus labios escapó un largo suspiro, pesaroso.
La joven mujercita de cabellos rubios lo inquirió con la mirada, pero decidió que eso ya se lo preguntaría en otro momento. Todo ser humano tiene un límite emocional, y ella vio que aquel que la había invitado a escuchar una historia a su hogar, había traspasado el límite hacía tiempo.
Le dio un suave toque en el brazo, sacándole con sutileza de su ensimismamiento.
-Será mejor que duerma... Ha sido un viaje muy largo, y... una historia muy intensa-sonrió amablemente.
El varón asintió, devolviéndole el gesto de manera débil.
-Seguiremos mañana, lo prometo. Ahora descansa -dijo, echando un último vistazo a la fotografía móvil y salió de la habitación. -Si necesitas algo, creo que estaré despierto un rato más-advirtió antes de cerrar la puerta.
Una vez lo hizo, tomó aire con profundidad.
"Podría haber ido peor" se dijo a sí mismo, alejándose de allí para darle intimidad a su abrumadora invitada.
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El hombre y el cuadro
FanfictionSamuelle Grantaire, pintor frustrado y aficionado al alcohol, recibe una inesperada visita. A sus cincuenta años de edad, se verá expuesto a contar la historia de su vida y del Hombre de Mármol a su curiosa y hermosa huésped. De la mano de Grantaire...