Capítulo 4: Distintos tipos de éxtasis.

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"Para proseguir, avanzaremos dos años más, Diana.

Pese a que una puerta parecía haberse abierto tras aquella discusión con Enjolras en quinto curso, mi relación con él no fue mucho mejor. Supongo que se me hacía difícil la espera. Y algo debía tener, pues muchas chicas se juntaban a mi.
Tardé años en darme cuenta de que eso sólo lo hacía todo más complicado para Apolo y para mi.

Era época de realizar un terrible esfuerzo, pues los exámenes finales, los que debíamos realizar para optar a los trabajos que deseábamos desempeñar, estaban encima.
He de decir que yo lo tuve relativamente más fácil... El arte, desgraciadamente, nunca ha estado especialmente valorado, por lo cual no tuve que conseguir unas notas muy altas.

Ese día estábamos en los jardines del castillo, unos aprovechando la hora de descanso, y otros empleándola en estudiar para los próximos ÉXTASIS.

Al lado de estos exámenes, los TIMO te parecerán una broma de mal gusto, estoy seguro.

En dos años las cosas habían cambiado muchísimo.

Combeferre seguía la lectura de un libro de Pociones totalmente enfrascado en ella, apoyado en el gran tronco de un sauce en torno al cual nos dejábamos caer a menudo. Tal era su concentración, que sus gafas se habían resbalado ligeramente por el puente de su nariz y él ni siquiera se había percatado de ello.
Al pasar de hoja, un bulto en su regazo se removió, profiriendo un maullido de disconformidad.

-Siento haberte despertado, Henri.-dijo Adrien, colocándose bien las gafas y clavando la vista en el gran gato negro que se aovillaba de nuevo entre sus piernas- De todas formas sabes que pienso que deberías estar estudiando.

Oh, sí. Estaba claro que Henri Courfeyrac iba a estar dotado de una habilidad que, tiempo atrás, se había llevado a las muchachitas de calle.
El encanto de él como humano era directamente proporcional al que poseía bajo su forma animal.

Courfeyrac empezó a ronronear, ignorando el comentario de Combeferre y poniéndose boca arriba, exigiendo caricias por parte del estudioso; éste no tardó en dárselas.

Siendo sinceros, era difícil resistirse a cualquier cosa que Henri te pidiera con algún maullido.

Una vez nuestro amigo animago obtuvo lo que quería, volvió a cerrar los ojos y se dispuso a dormitar una vez más.

Yo había observado todo aquello de reojo y no pude evitar sentirme mal, no por ellos, sino por mi. Disgustado era la palabra correcta.

Ellos habían avanzado en su relación y, aunque eran muy diferentes entre sí, eran felices juntos.

Joly tenía a aquella encantadora chica, 'Chetta, y aunque no lo hubieran dicho abiertamente, lo suyo con Lesgles era un secreto a voces, que, no obstante, nadie se atrevía a mencionar por respeto a la decisión de sus amigos de mantenerlo en silencio.

Incluso Antoine, que aunque no me lo hubiera dicho, venía en ocasiones, y se sentaba a mi lado en la Sala Común de Gryffindor, oliendo de esa manera curiosa y singular que el futuro mejor escritor del mundo entero, Prouvaire, olía.

Habían pasado dos años y yo me sentía terriblemente desgraciado. Veía a Enjolras cada vez más alejado de mi, si es que alguna vez se hubo acercado. Pasaba más tiempo hablando del cambio en Inglaterra, y de que su sueño de convertirse en auror estaba cada vez más cerca.
Me aterraba esa idea, Diana. Los aurores protegen el mundo mágico de las fuerzas oscuras, luchan contra la injusticia, son guardianes de la paz.
Pero ¿y si alguna vez le alcanzaba un rayo verde? Los mortífagos no eran cualquier contrincante, en absoluto. Eran diestros asesinos que mataban por placer, a órdenes de un perturbado mental con ideas de lo más preocupantes; me alegro de que esos tiempos hayan quedado atrás y que tú vivas en una época pacífica.

El hombre y el cuadroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora