Capítulo 8: El veneno hecho palabras.

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–Creo que la próxima vez, dejaré que desayunes primero antes de contarte nada–Intentó bromear Grantaire, señalando con la mirada el plato medio lleno de la muchacha. Ella sonrió, tratando así de excusarse.

–Tus historias me quitan el hambre, Samuelle...–repuso ella.

El hombre soltó una carcajada seca y asintió.

–Está bien, está bien.–frunció el ceño, sacando de su cartera diez galeones para pagar el desayuno de ambos. Después se puso en pie.–Proseguiremos la historia mientras damos un paseo, ¿qué te parece?–cuestionó.

Diana asintió varias veces, limpiándose los labios meticulosamente con una servilleta antes de levantarse e ir junto a él.

Ambos se dirigieron hacia la salida, despidiéndose del amable empleado que los había atendido, y que en esos momentos se encontraba peleando con un nuevo ejemplar del mismo insecto que había exterminado minutos antes. Él se despidió con una exclamación, distraído.

Al salir, se le oyó maldecir en voz alta y jurar que haría llamar a un exterminador. Ante aquello, los dos caminantes no pudieron sino sonreír algo divertidos.

Sin embargo la sonrisa no duró mucho en el rostro del pintor, quien volvió a quedar serio y mostró una expresión lívida. Desde luego la parte que venía a continuación era de las peores que recordaba.

Tomó aire, recordando la conversación que tuvo con su amado en el retrato la pasada noche: debía hacerlo por la joven que caminaba junto a él; se merecía saber la historia de su padre.

Alzó la vista al frente, visualizando a lo lejos un parque de árboles altos de gruesos troncos y copas frondosas. El calor de la mañana sería sofocado mientras caminaba bajo los gigantes vegetales.


"Como ya he dicho, me decidí a compartir la felicidad de Enjolras mientras él cumplía su sueño. 

Incluso nos fuimos a vivir juntos a un pequeño piso con el tiempo. Él trabajaba diariamente en el Ministerio y yo me dedicaba a pintar hora tras hora en mi pequeño estudio. Él salvaba vidas, yo alegraba las de otros que compraban mi arte. La vida parecía que nos iba asombrosamente bien.

Las reuinones no habían cesado, al contrario, ahora que Enjolras tenía un puesto en el Ministerio, sus expectativas por cambiar el mundo cada vez iban a más. Les Amis estábamos más unidos que nunca, y las sospechas de cada uno se hicieron públicas. No había miedo, ni recelo, así que Joly nos contó su affair de tres con la encantadora Musichetta y el siempre desafortunado Bossuet, que a esas alturas ya había perdido casi todo el cabello.

Combeferre y Joly consiguieron plazas en el Hospital San Mungo para ejercer de medimago y sanador respectivamente. Mi amiga Éponine terminó sus estudios de medicina y regresó a Hogwarts para ayudar a la enfermera jefe. Hoy día ella ocupa ese puesto. 

Courfeyrac trabajaba en el ministerio junto a mi querido Bahorel, ejerciendo Derecho a favor de los más desfavorecidos. Habían creado junto a Feuilly y Enjolras una plataforma de apoyo a los nacidos de muggles y personas no mágicas. Les iba bastante bien, para el escaso tiempo que dicha agrupación llevaba activa.

Jean había empezado a trabajar para El Profeta, escribiendo columnas enteras con poemas suyos; no obstante, soñaba con poder abrir su propia revista de poesía en el futuro. Tenía bastante fama, ¿sabes? Era y es un gran dramaturgo. Dentro de unos años, seguro que sus escritos entran en el temario de Hogwarts, estoy seguro de ello.

Musichetta había abierto una tienda de pasteles y dulces en Hogsmeade, y cada día que abría sus puertas, el establecimiento estaba a rebosar de clientela. Marius empezó prácticas en el Ministerio, en el Departamento de Comunicación, a modo de traductor. Bossuet tuvo más dificultades que el resto para encontrar su sitio en el mundo laboral, pero... Consiguió hacerse un hueco en una empresa bastante afamada de Londres.

El hombre y el cuadroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora