Capítulo 11: Visitas y aniversarios.

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Tras contarle aquella historia, Grantaire se sentía totalmente fuera de partida. En efecto, la compañía de Diana era muy agradable y prometía ser casi terapéutica en un futuro, pero abrir el cajón de recuerdos no benefició al hombre en absoluto.

Mago y bruja se miraron a los ojos durante largo tiempo, ambos profundamente afectados por la historia de Dionisio y Apolo.

Diana, tras un buen rato pensándolo, cedió a sus deseos y rodeó a Grantaire con sus brazos, soltando sus últimas lágrimas contra la chaqueta vieja del pintor.
El corazón del varón se detuvo por unos instantes, mas no tardó en responder al gesto en vista de que el relato había conmovido profundamente a la hija de Enjolras.
Trató de transmitirle palabras de calma, pero a quién iba a mentir, estaba hecho polvo.
Al igual que la joven, se derrumbó en sus brazos a pesar de que intentó contenerse.

Cualquiera que hubiese visto la escena habría quedado anonadado por lo extraño y demoledor de la atmósfera: ambos lloraban por un mismo hombre; una completamente noqueada por la terrible historia de su padre, otro por la añoranza y desamparo tras años de haber perdido su razón de ser.

Largo rato se mantuvieron así, afianzando sin darse cuenta y de manera silenciosa la relación que, por unos motivos u otros, se habían visto forzados a forjar.
Mas no tardaron en reaccionar, sobretodo la joven Diana, acostumbrada a ser una cabeza pensante y no tan emotiva, algo que sin duda alguna había heredado del regio e imperioso Apolo.

Hombre y muchacha se secaron las lágrimas y de nuevo tomaron un largo rato en silencio.
Grantaire, cuyos ojos enrojecidos e hinchados por el llanto reciente, así como el de la pasada noche frente al retrato de su amado se fijaron en el final de la calle mientras iniciaba una caminata en silencio.
Diana le siguió, sumergida en su propio análisis de la situación.
Había crecido sin la presencia de un padre en su vida, pero aun así llegado el momento, su madre le contó sus orígenes, por si en algún momento de su vida quisiera saber más de aquel que contribuyó a darle existencia.
Y del mismo modo, tan sólo supo, cuando su madre yacía moribunda en la cama del hospital, que si ansiaba saber algo más, debía acudir a un hombre llamado Samuelle Grantaire, quien por otra parte había prometido cuidar de la joven hasta que pudiera valerse por sí misma.
Cuando llegó a aquella casa, supo inmediatamente que la historia que ese mago de aspecto desaliñado y descuidado tenía que contarle no iba a dejarla indiferente bajo ningún concepto.
Lo que no imaginaba, desde luego, fue que acabaría aprobando la relación de su padre con Samuelle, incluso por encima de la vida que debería haber llevado junto a su madre, Patricia Walters.
¿Estaba mal, entonces, que ella, sabedora al fin de cuál fue la historia de Alexandre Enjolras, lo prefiriese junto al hombre que caminaba con ella por aquel frondoso e hipnótico parque?

Decidió que no lo estaba, que era correcto desear la felicidad de su padre tal y como hubo deseado la felicidad de su madre en vida.
Ahora, huérfana, se encontraba con la puerta abierta de un hombre que necesitaba tanto amor y cariño como ella, y que estaba dispuesto a convertirse en padre y amigo por cumplir la promesa que le hizo tiempo atrás a un joven de cabellos dorados.

-¿A dónde me llevas?-cuestionó en cuanto salió de su ensimismamiento, dando por concluido su debate mental y habiendo encontrado una solución factible a sus dilemas morales. Observó a su alrededor, reconociendo la calle que tomaban en ese mismo instante. De ese modo, la respuesta de Grantaire fue innecesaria.

Avanzaron hasta el destartalado escaparate, que pasaba inadvertido a las miradas muggles de los transeúntes que frecuentaban aquella avenida.
Diana conocía bien ese sitio: se había pasado los últimos tres meses de su madre prácticamente viviendo allí acompañándola en su final.

-Bienvenidos al Hospital San Mungo para Enfermedades y Heridas Mágicas. ¿Cuál es el motivo de su visita?-dijo con voz metálica aquel maniquí femenino de apariencia podía decirse que fantasmal.

El hombre y el cuadroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora